Triunfo no santo

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La llamada ola verde resultó, en buena medida, espuma, y su candidato, el profesor Mockus, demostró una curiosa capacidad para espantar seguidores con sus planteamientos en cada aparición pública. Todo indica que el 20 de junio se ratificarán los resultados de la primera vuelta. Sobre las firmas encuestadoras quedaron grandes interrogantes y hacia el futuro será muy difícil volver a creer en la seriedad de la que se ufanan.

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Las elecciones del pasado 30 de mayo desinflaron las ilusiones de quienes creyeron que era posible derrotar la corrupta maquinaria uribista al servicio de Santos con una candidatura empujada meramente por los medios, las encuestas y ese nuevo instrumento de la lucha política que son las redes sociales en Internet.

La maquinaria

La llamada ola verde resultó, en buena medida, espuma, y su candidato, el profesor Mockus, demostró una curiosa capacidad para espantar seguidores con sus planteamientos en cada aparición pública. Todo indica que el 20 de junio se ratificarán los resultados de la primera vuelta. Sobre las firmas encuestadoras quedaron grandes interrogantes y hacia el futuro será muy difícil volver a creer en la seriedad de la que se ufanan.

La victoria de Juan Manuel Santos en las elecciones del 30 de mayo es el primer avance de la herencia que recibe de Álvaro Uribe: la maquinaria que éste se esforzó en montar con la minuciosidad del relojero para asegurar su frustrada reelección. Quien arribara a su primer mandato agitando la bandera de la lucha contra la corrupción y la politiquería, terminó convirtiendo —en unas dimensiones que nadie había alcanzado hasta ahora— los dineros, los cargos, los contratos del Estado y las leyes en instrumento para el logro de sus fines personales.

Los votos depositados por el partido de la U son el fruto no sólo del engaño en el que la Seguridad Democrática ha mantenido a una parte importante de la población, sino además, de las dádivas con las que se colmó a los círculos oligárquicos, por un lado, y por el otro, del asistencialismo con el que se compró la voluntad de las capas más empobrecidas en ciudades y campos. El uribismo cobró en las urnas la lealtad de los barones electorales beneficiarios de los jugosos contratos y de los puestos en los ministerios, las embajadas, las notarías y las diversas entidades. Los sectores de la plutocracia que recibieron los subsidios de Agro Ingreso Seguro, las exenciones tributarias y cuyos intereses fueron favorecidos con las leyes promovidas por el régimen, aportaron su cuota. El reparto de microcréditos cada ocho días en los consejos comunales, los subsidios de Familias en Acción y la distribución de millones de carnés del Sisbén, que crean la ilusión de que se posee aseguramiento en salud, demuestran la infame utilización electoral que se hizo de las necesidades y de la miseria en que se ha sumido a las masas. La campaña de Santos sembró la creencia de que esos programas no continuarían si éste era derrotado y amenazó con quitarles los subsidios a quienes no asistieran a los actos proselitistas y no votaran por él, como quedó evidenciado en las denuncias realizadas por Noticias Uno, en los casos concretos de Bucaramanga y Soacha.

El poder de la maquinaria —léase en este caso el ofrecimiento de puestos— actuó como un imán en el deslizamiento de los barones del conservatismo y el liberalismo hacia la U, mientras simulaban acatar la decisión de las consultas internas de sus partidos. En las toldas azules, entre el 14 de marzo y el 30 de mayo, Uribito transformó en victoria la derrota sufrida frente a Noemí Sanín y a punta de fomentar el transfuguismo terminó como jefe real de la bancada de esa colectividad; el ex presidente Belisario Betancur confesó su voto por Santos y, hasta el mismo Andrés Pastrana, para no quedar excluido del reparto, declaró la semana pasada que en cierta forma se sentía triunfante pues los dos candidatos de la fórmula Santos – Angelino, habían sido sus ministros.

Pero en las toldas liberales no se quedaron atrás. César Gaviria, quien apadrinó la candidatura de su ex ministro de Defensa, le puso a aquella un petardo cuando, sin poder disimular su derrotismo ante el pobre desempeño de su pupilo, expresó en entrevista a Yamid Amat que su partido debía buscar participación en el próximo gobierno, lo cual alentó las conversaciones solapadas que sostenían varios parlamentarios con el candidato del gobierno.

Se podría afirmar que en sus ocho años de mandato Uribe cumplió la tarea de liquidar a los dos partidos tradicionales de Colombia que, insólitamente, en esta campaña obtuvieron las votaciones quinta y sexta. A comienzos de su primer cuatrienio conformó el partido de la U despedazando al Partido Liberal, y ahora, con el paso en masa a la campaña de Santos de quienes se mantuvieron en la oposición todo este tiempo, se culminará la total cooptación de esa colectividad por el uribismo. Cambio Radical —salido del liberalismo y socio de la coalición uribista durante un largo trecho, se apartó del gobierno cuando Vargas Lleras se opuso a la reelección y lanzó su candidatura a la presidencia—  anunció su ingreso al acuerdo de unidad nacional propuesto por el candidato vencedor en la primera vuelta. Los azules ya habían hipotecado completamente su independencia a cambio de gajes burocráticos desde los inicios de la Seguridad Democrática.

Los sufragios aportados por las dos colectividades mencionadas no fueron los únicos que llegaron al caudal de la votación por Santos por canales subterráneos. Aunque todos los candidatos se preocuparon por dejar constancia pública de su rechazo a alianzas con el PIN, el partido que más concentra convictos por la parapolítica, estaba claro que el destino natural de su millón de votos —producto del control de poderosas maquinarias regionales—, sería la campaña del candidato del gobierno, como vino a probarlo el análisis publicado por la Silla Vacía.

El mismo presidente estuvo fungiendo como jefe de debate de su ex ministro descalificando adversarios, metiendo miedo y comprometiendo el presupuesto. Como parte de la estratagema de utilizar el temor de la gente al resurgimiento de las prácticas de la guerrilla que ayudaron al ascenso de Uribe, fueron célebres sus alusiones a que algunos candidatos de palabra defendían la Seguridad Democrática cuando en el pasado la habían atacado por paramilitar o las referencias claras a Mockus al señalar que la política de seguridad no era cosa de “caballo discapacitado”, utilizando en el debate la confesión del candidato de que sufría el mal de Parkinson. Para no hablar de la comparación —aparentemente inocente y que tanto ha estimulado el humor nacional— de sus políticas: seguridad, confianza inversionista y cohesión social, con tres huevitos, y a su gobierno con la gallina que los empolla, para decir que no se les debe cambiar la gallina porque se “engüeran”. Algo menos comentado, pero seguramente más importante, es el compromiso de vigencias futuras por $26 billones, de los cuales una parte corresponden a la llamada Ruta del Sol y la mayor parte a compromisos —que en la práctica son de carácter político— establecidos en los Consejos Comunales para la construcción de vías en las regiones y los sistemas de transporte masivo en algunas ciudades intermedias.

Con toda razón en su discurso la noche del 30 de mayo Santos fue enfático: “Presidente Uribe, éste es su triunfo”.

Mockus, la “opinión”, los medios y las encuestas

En los dos artículos escritos en Notas Obreras sobre el candidato Mockus se registró el interés de Washington y de algunos sectores de la burguesía colombiana por provocar un cambio en el estilo de la Casa de Nariño. Se afirmó que, en un principio, esas facciones vieron la posibilidad de que la candidata para enfrentar a Santos podría ser Noemí Sanín, pero después de las elecciones del 14 de marzo esa carta se desboronó y en su lugar emergió con fuerza la del Partido Verde. Entre los cálculos de tales sectores estaba que explotando al máximo el voto entre los jóvenes, la clase media de los centros urbanos y moviendo a algunos abstencionistas, superarían el poder de la maquinaria de Uribe. Las encuestas y los medios mostraron un crecimiento de la “ola verde” que hizo suponer que la batalla se definiría por un margen muy estrecho de votos. Los sondeos que se conocieron ocho días antes del 30 de mayo mostraban lo que se conoce como un empate técnico y daban como ganador en la segunda vuelta a Antanas Mockus. Por eso resultó tan sorpresivo el triunfo de Santos con más de 25 puntos de diferencia. El análisis que aquí se hizo sigue teniendo validez en sus aspectos esenciales. Sin embargo, es necesario resaltar que los hechos demostraron que no estaban dadas las condiciones para el éxito a nivel nacional de un candidato de “opinión”, y menos, frente a una maquinaria como la montada por el uribismo, algo que sí logró consumarse bajo otras circunstancias en las elecciones para la Alcaldía en ciudades como Bogotá y Medellín, con Mockus y Fajardo, respectivamente, y en Barranquilla, con el cura Bernardo Hoyos, para mencionar algunos ejemplos sobresalientes.

Mucha tinta ha corrido ya tratando de explicar semejante pifia en las encuestas. Las firmas especializadas han salido en su defensa con el argumento de que el error obedeció a que no se les permite hacer sondeos hasta el día mismo de los comicios, lo cual no resulta creíble si se toman las series históricas que ellas mismas publicaron. Por ningún lado resulta explicable un salto de 25 puntos en uno de los candidatos en tan sólo ocho días. Por la misma razón tampoco resulta convincente la tesis de que el error parte de la estratificación de las muestras en las que, por razones prácticas —como las dificultades para las entrevistas—, no se les da la importancia que tienen a la población rural y a los estratos pobres en las ciudades. Que Santos ganaba entre los más pobres era algo que se preveía dada la utilización electoral de los subsidios oficiales, anotada más arriba. Otro aspecto que pudo quitarle votos a Mockus, pero jamás para bajarle 25 puntos frente a su contendor, fueron sus metidas de pata, sus reversazos, y, en general, la sensación que dejó de no tener la estatura para ser el jefe del Estado. Tampoco se cumplió el pronóstico de las encuestadoras y de la Registraduría de un total de votos relativamente alto y la abstención se mantuvo como ha sido tradicional. Casi nos atreveríamos a decir que las encuestas reflejaron más un deseo, una tendencia de ciertos intereses, que la realidad, y en ese sentido, quedó en tela de juicio el rigor científico de sus mediciones.

La oposición

El Partido Liberal y el Polo Democrático tuvieron un fuerte retroceso. En las elecciones de 2006, con 2.609.412 votos, Carlos Gaviria obtuvo la segunda votación frente a Uribe, y Horacio Serpa alcanzó 1.401.173 sufragios con lo que se ubicó tercero. En esta ocasión, Con Gustavo Petro, el Polo redujo sus guarismos a la mitad, 1.329.512 votos, y el Partido Liberal apenas superó por poco el 4% del total de la votación. La segunda y tercera fueron copadas por los partidos Verde y Cambio Radical, de clara orientación derechista. La continuidad que el Polo les dio a las políticas al servicio de los monopolios en la Capital del país y el manejo represivo a las luchas del pueblo, lo desnudaron como una fuerza que trata de acomodarse a los requerimientos del imperialismo para obtener el pase que le permita llegar al poder. En los debates por televisión, Petro planteó en dos oportunidades sus cercanías con el Partido Demócrata de los Estados Unidos y con la Casa Blanca, al tiempo que proclamaba que mantendría la política de Seguridad Democrática y las garantías a los inversionistas. El papel del Polo será ocupar el centro político dejado por el Partido Liberal, cuya suerte ha quedado sellada con el respaldo de la casi totalidad de su bancada a Santos. El conjunto del espectro político sigue desplazándose hacia la derecha y cada vez se hará sentir con mayor fuerza la necesidad de una posición consecuentemente revolucionaria.

La segunda vuelta y las otras herencias de Uribe

La enorme ventaja de Santos en la primera ronda dejó prácticamente definida la segunda. Pero la sucesión no está tapizada de rosas. Santos no heredará del gobierno únicamente la maquinaria y los tres huevitos, sino también sus líos con la justicia y la debacle de sumar a los males congénitos de la República las consecuencias de haber dedicado cuatro años al único objetivo de atornillarse en el poder mientras los productores agrarios se quebraban, la salud se hundía, el desempleo y la informalidad se disparaban, las bandas criminales se tomaban ciudades y campos y a la nación toda se la devoraba la corrupción y la gula de los especuladores financieros y de unos cuantos monopolios nacionales y foráneos. Todo ello sin contar el aislamiento internacional y los jirones en los que deja las relaciones con el vecindario. Ante el llamado a juicio a Sabas Pretelt, uno de los ministros que le ayudó a comprar al Congreso para conseguir su primera reelección, y la detención de Mario Aranguren, ex director de la Unidad Administrativa Especial de Información y Análisis Financiero, UIAF, comprometido en el escándalo de las chuzadas a los magistrados, Uribe ha salido nuevamente a defender a sus peones y a tratar a sombrerazos al poder judicial, reacción que se ha vuelto habitual cada vez que las investigaciones por los desafueros del régimen se acercan a sus predios. De ser elegido el 20 de julio, Santos tendrá que dedicar demasiadas energías a cuidarle las espaldas a su padrino.

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