Apoyo de Julio Roberto Gómez a Santos, nueva traición al movimiento obrero

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Tamaña desvergüenza sólo tiene parangón en las épocas en que los jefes de las camarillas de la UTC y la CTC hacían parte de los directorios de los partidos liberal y conservador que por entonces mangoneaban el país. Este fue el principal aporte que, al menos por ahora, logró llevar a las toldas santistas el tránsfuga Angelino Garzón.

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El 2 de junio, el presidente de la CGT, Julio Roberto Gómez, decidió adherir a la candidatura a la presidencia de Juan Manuel Santos.

Tamaña desvergüenza sólo tiene parangón en las épocas en que los jefes de las camarillas de la UTC y la CTC hacían parte de los directorios de los partidos liberal y conservador que por entonces mangoneaban el país. Este fue el principal aporte que, al menos por ahora, logró llevar a las toldas santistas el tránsfuga Angelino Garzón.

Hasta la primera vuelta presidencial, Gómez había aparecido, sin despertar ningún reparo en las toldas amarillas, como el hombre de confianza de Gustavo Petro para los asuntos laborales. Tampoco habían motivado reclamo alguno por parte de la CUT y del PDA, del cual también fuera secretario general, los permanentes coqueteos del presidente de la CGT con el gobierno de Uribe, del que, se llegó a decir, era uno de sus asesores en la misma materia. Por el contario, a lo largo del mandato uribista los jefes de las centrales, incluido Gómez, y sus mentores políticos, principalmente dirigentes del Polo, hicieron gala de la más indisoluble unidad en la llamada Gran Coalición Democrática, cuyo encargo principal a lo largo de estos años ha sido el de apaciguar al movimiento obrero y popular. A ciencia y paciencia del Comité Ejecutivo de la CUT —desde las últimas elecciones en poder del sedicente sector clasista— y del PDA, Gómez se había convertido en un quintacolumnista de Uribe en el sindicalismo. Esta actitud alcahueta ha tenido su base en la “unidad” sin principios que ha pelechado en el movimiento sindical y que ha sido insuflada por las posiciones conciliacionistas de la izquierda que, como las del Moir, consideran a los traidores ‘contradictores en el seno del pueblo’ y a las traiciones “contradicciones no antagónicas”.

Como es usual frente a semejantes actos bochornosos como el cometido por Gómez la dirección del Polo sólo vino a pronunciarse el 18 de junio, faltando dos días para la elección, señalando que “sobre estos comportamientos de dirigentes que no acogen las orientaciones de nuestro partido en la actual coyuntura electoral, que se apartan del Ideario de Unidad y de los Estatutos, debe tener conocimiento la Comisión de Ética, quien tomará las decisiones correspondientes, siempre garantizando el debido proceso y el derecho a la defensa.” Y por los lados de la CUT, el presidente encargado, Alberto Molano y el segundo vicepresidente, Gustavo Triana, produjeron una declaración, en la que señalan que Gómez se pasó al “modelo neoliberal” y al continuismo y que no representa al movimiento sindical. Semejante lenguaje melifluo ante la perfidia demuestra hasta dónde ha llegado la descomposición de las cúpulas sindicales y de la izquierda, cuyas condescendencias calculadas lo que buscan es mantener la lucha de los obreros dentro del estricto marco de la oposición a su majestad.

Esta política, de no sufrir una radical modificación, resulta bastante acorde con uno de los propósitos del nuevo inquilino de la Casa de Nariño, cual es el de domeñar aún más al movimiento sindical, aspecto clave para sacar avante su nefasto plan de gobierno. Ya lo anunció en su discurso del 20 de junio: “Convoco también a los empresarios y a los trabajadores de Colombia a este acuerdo. Nos reuniremos con ellos en los próximos días para que juntos enfrentemos el inmenso desafío del trabajo, que será la obsesión de nuestro gobierno.” No hay sino dos opciones para el movimiento obrero: o mantener la proditoria política de hacer ademanes oposicionistas, ahora ante el redivivo Pacto Social —vieja añagaza de la burguesía que acarrea sufrimientos sin límite al obrerismo y al pueblo— o izar las banderas de una resistencia organizada y sistemática al régimen santista y a sus alzafuelles enquistados entre los trabajadores.

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