El camino al infierno está colmado de Santos y Angelinos

Los Santos y angelinos prometen un futuro paradisiaco de convivencia y acuerdo, de prosperidad para todos. La gran prensa, los distintos partidos políticos, oficialistas y de oposición, los comentaristas, los académicos interesados y los interesados sin academia han corrido a sumarse a la vocinglería de la unidad nacional de Juan Manuel Santos.

A partir del pasado 20 de junio el país “político” ha vivido un estado de alelamiento.

Los Santos y angelinos prometen un futuro paradisiaco de convivencia y acuerdo, de prosperidad para todos. La gran prensa, los distintos partidos políticos, oficialistas y de oposición, los comentaristas, los académicos interesados y los interesados sin academia han corrido a sumarse a la vocinglería de la unidad nacional de Juan Manuel Santos. Unos lo alaban por continuista, los otros por transformador, y entre éstos figuran quienes siembran las expectativas más desmesuradas.

Mientras que los de la U y los conservadores, grosso modo, se limitan a sostener que el presidente electo mantendrá las políticas de la Seguridad Democrática de Uribe, los críticos del régimen que termina diseminan quimeras extravagantes. Uno de los jefes de la oposición, César Gaviria, en la carta en la que le ofrece respaldo a Santos sostiene que: “Confío en que él va a rectificar algunas de las políticas del presidente Uribe que son tan necesarias para nuestro partido. Confío en que el Gobierno de Unidad Nacional no sólo significará el fin de la dolarización, sino que el nuevo presidente, si así lo disponen los colombianos el domingo, recogerá algunas de nuestras banderas de estricto respeto por los derechos humanos, de respeto al poder judicial, descentralización, de uso de la inteligencia del Estado sólo para perseguir a los criminales, de una estructura tributaria más justa, de una mejor distribución de la tierra, de respeto por los derechos de las víctimas, de las reformas y rectificaciones que el país necesita. Y, desde luego, de plena vigencia de la Constitución y el Estado Social de Derecho.

“Ojalá ponga fin a la cultura del atajo y del todo vale. Y regresemos a una forma de gobierno que fortalezca el Estado y las instituciones. Ojalá recoja el sentimiento de la ola verde a propósito de la transparencia, lucha contra la corrupción, depuración de las costumbres políticas y respeto a nuestro ordenamiento jurídico.”

Así, pues, el ex presidente Gaviria, insolado por los varios años durante los cuales se ha visto privado de las mieles del poder, pregona que el ex ministro de los falsos positivos será el garante acucioso de las libertades.

Es, no obstante, el ex candidato presidencial del Polo quien bate las marcas del infundio cuando responde al llamado de Santos a la unidad nacional con su propuesta de un acuerdo nacional. Según él, su fórmula de que los narcotraficantes confiesen y entreguen tierras para evitar la extradición les permitirá al gobierno santista y a la oposición petrista llevar a cabo mutaciones verdaderamente históricas:Los cálculos de los académicos hablan de 15 millones de hectáreas fértiles. Producimos sólo en cuatro, desaprovechamos once. Esos son tres millones de puestos de trabajo y cien millones de toneladas de alimentos. Es la posibilidad de industrialización de Colombia, es la posibilidad de articularnos con el mundo, es la posibilidad de tener equidad social, es la posibilidad de salir de la violencia, es la posibilidad de la democracia. No estamos hablando de cualquier tema. Esas diez millones de tierras improductivas (sic) están en manos de la mafia, que las utiliza como lavado de activos, depósito de valor e instrumento de poder.”
De modo que las promesas del mismo Santos son fruslerías ante los delirios del jefe del partido amarillo. Según éste, gracias a la cooperación y el diálogo con el nuevo mandatario, si se acogen sus propuestas, el desempleo y la pobreza se acabarán, reinará la más plena democracia, triunfará la equidad social. Oligarcas y trabajadores disfrutarán por igual de la más completa felicidad.

No hay lugar para tanta quimera. Juan Manuel Santos es el exponente de una oligarquía voraz y desalmada, hijo de una de las familias más pudientes y de mayor influencia en los manejos del país. A lo heredado le ha añadido lo de su cosecha: sus columnas de prensa se caracterizaron por un derechismo tosco; ha sido promotor de medidas tan regresivas como la reforma del régimen de transferencias, por medio de las cuales se les arrebataron a las entidades territoriales sumas billonarias que se destinaban a la educación y a la salud; parte del desastre que vive ésta tiene su origen en ese despojo. Ha impulsado cambios en el sistema pensional tendientes a incrementar el valor de las cuotas y la edad de jubilación. Como ministro de Defensa lanzó un ataque feroz contra el territorio de la hermana República del Ecuador y provocó permanentemente a Venezuela. Compitió con Uribe en el maniqueísmo de tildar de terrorista a todo el que se opusiera al régimen y de manera constante acudió a la calumnia y a la propaganda negra. Invenciones como las de que las guerrillas colombianas estaban trabajando en la elaboración de una bomba atómica y de que poseían uranio o que Rafael Pardo estaba confabulado con las FARC son apenas unas muestras de su manera de hacer política. Para no hablar de los falsos positivos y de muchas otras infamias, que ya se reseñaron en Notas Obreras.

En la carrera por la presidencia su primer papel fue el de la más abyecta obediencia a Uribe, en la que compitió con el tristemente célebre Uribito. Una vez definida la suerte del referendo reeleccionista, su preocupación dominante fue asegurarse el apoyo del jefe de la Seguridad Democrática, y con él, los votos de Familias en Acción, de los contratistas del Estado, de los acaparadores de subsidios, de gran parte de la nómina oficial. Quien hoy sostiene que sólo se entenderá con la institucionalidad de los partidos, acudió a la compra al menudeo de parlamentarios liberales y conservadores, ofreciéndoles cargos, según lo denunciaron en su momento Noemí Sanín y Rafael Pardo. La unidad de la “coalición uribista fue su afán en ese entonces.

Una vez obtenido el triunfo en la primera vuelta de las presidenciales, con la ayuda no despreciable de los desatinos de Mockus y del Partido Verde, Santos comenzó a darle énfasis a la consigna de la unidad nacional, que reafirmó en el discurso del 20 de mayo. Se trata de superar los enfrentamientos en las filas de los sectores oligárquicos causados por algunos de los manejos de Uribe. Santos logra atraer a la mayoría del Partido Liberal, a Cambio Radical, mantener a los conservadores y, así, con el Partido de la U y con el PIN controlar cerca del 80% del Congreso. De igual forma busca aliviar las desavenencias del Ejecutivo con las Cortes y no olvida hacer ofertas burocráticas al Partido Verde y congraciarse con el Polo. Santos será primordialmente un continuador de Uribe, proseguirá con la política represiva de la Seguridad Democrática, con la entrega del país al capital extranjero, o la llamada confianza inversionista, y con la opresión a los trabajadores y al pueblo, lo que recibe el nombre de cohesión social. A la vez, Santos procura diferenciarse de su mentor: éste, movido por el interés de perpetuarse en el mando se dedicó a perseguir y a espiar a quienes se opusieron a su reelección, abrumado por sus lazos con los paramilitares, tuvo que cazar peleas con la rama judicial. Quien ocupará la Casa de Nariño a partir del próximo 7 de agosto promete mantener una relación armónica con el poder judicial, eso sí poniendo previamente la Fiscalía, que a ratos adelanta incómodas investigaciones, bajo las órdenes presidenciales y asegurando el fuero a ciertos desafueros militares.

La Casa Blanca, no obstante comprender que Uribe es uno de sus incondicionales en Latinoamérica, no dejó de manifestar su deseo de que el nuevo presidente de Colombia se atuviera un poco más a las formalidades de la democracia burguesa, que pesaran menos escándalos sobre sus lomos, que fuera menos arisco con las Cortes, menos descarado en la violación de las leyes. Aunque el más adecuado no parecía ser Santos, éste entendió, primero, que necesitaba imperiosamente el respaldo de Uribe, y, segundo, que requiere diferenciarse de él, para continuar, con renovados bríos, la expoliación de nuestro pueblo y la entrega de la soberanía a los Estados Unidos. Hábilmente ha logrado conjugar el continuismo y el remozamiento, que, además, es propio del comienzo de cada periodo presidencial.

La gran burguesía importadora y exportadora clama por la firma del TLC, y para satisfacer esta exigencia el vicepresidente Garzón ha empezado una campaña en la que pregona que en Colombia campean las libertades sindicales, y que, si el sindicalismo se ha reducido no se debe a ninguna persecución, sino a que los líderes obreros no comprendieron que su misión debe ser defender a las empresas. Los financistas dicen que el déficit fiscal es muy elevado, y que el endeudamiento público hará crisis, aunque el gobierno ha prometido que no incrementará los impuestos, lo más seguro es que a los colombianos nos espera una nueva escalada de contribuciones, así lo presagian los nombramientos de tecnócratas, viejos compinches alcabaleros de Santos, en los cargos de comando de la economía. Ya se anuncian estímulos tributarios “para crear empleo”, es decir, mayores deducciones al capital. Y Angelino Garzón está ambientando un estatuto del trabajo, que, con seguridad, vendrá cargado de medidas anti obreras, no en vano se reclutan Iscariotes como Angelino Garzón y Julio Roberto Gómez, puente del gobierno con todos los concertadores del movimiento sindical.

A no dudarlo, el mandato de Santos enfrentará enormes dificultades, no sólo las provenientes de las rencillas intestinas de la burguesía y los terratenientes o las de los partidos de la coalición, que se disputan cada ministerio, cada mesa directiva del parlamento, cada contrato, o de la intolerancia del ex presidente Uribe, sino, principalmente la de la resistencia de los obreros y de los campesinos, de los estudiantes y educadores, del personal médico y paramédico, de los pacientes que reclaman atención en salud. A la unidad nacional de la oligarquía hay que responder con la resuelta lucha popular. Para prepararla, hay que desenmascarar a quienes, como Petro, se dedican a distraer a la gente haciéndele creer que con el comienzo de la era santista el país está a punto de emprender las más amplias transformaciones democráticas. Con el batallar del pueblo impediremos que los Santos y Angelinos terminen de convertir a Colombia en un infierno.

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