Álvaro en el país de las maravillas

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Por Alfonso Hernández

Un cierto grado de alucinación parece constituir rasgo común a las alocuciones de los déspotas que llevan años en el ejercicio del mando, pues necesitan convencer a los súbditos de los beneficios indemostrables de su dilatada y onerosa gestión; no obstante, el discurso de Álvaro Uribe en la instalación de las sesiones del Congreso parece haber superado a aquellos de sus pares, ya que el relato de los portentos de la Seguridad Democrática no se arredró ante ninguna evidencia.

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Anunció que, gracias a sus mandobles, Colombia había alcanzado la cima del “Estado de opinión: fase superior del estado social de derecho…, el cual es el resultado del proceso histórico de cesión de derechos de la autocracia al pueblo, que empezara hace un milenio en Inglaterra con la Carta Magna de Juan sin Tierra”. [1] Aquí, en Colombia, donde abundan no sólo los juanes sin tierra sino también los desterrados, ha culminado el milenario batallar por la transferencia de todo el poder al pueblo, que encarna únicamente Álvaro Uribe. Las hazañas de George Washington, de la Revolución Francesa y de los próceres criollos habrían quedado inconclusas sin el avenimiento de nuestro Insustituible.

Sin ninguna duda, a dicho estadio político, que nuestro clientelista metido a politólogo pretende diferenciar de la conocida democracia plebiscitaria, sólo se llega con el contubernio y el monopolio de los medios de comunicación y un arsenal de artimañas para azuzar a la opinión pública, entre las cuales no puede faltar la propaganda negra y la repetición de los embustes hasta que usurpen el reconocimiento que merece la verdad.

Gracias al estado de opinión, el mandatario puede impedir que se “desdibujen las virtudes democráticas que reposan en la independencia de poderes y en la existencia de organismos de control”.

Se trata, explica, del “equilibrio entre la participación y la representación”, de modo que si el legislativo no aprueba alguna de las órdenes del Ejecutivo, las cosas se balancean mediante la participación plebiscitaria de “la mayoría silenciosa” que se expresará con el estímulo de subsidios y limosnas. Entre las virtudes del novísimo ordenamiento político figuran el que tendrán “libertad” no sólo (o no tanto) “el ciudadano”, sino el gobierno, que puede “contrapesar la libertad de prensa”, pues, como en la pobre viejecita, no ha contado con apoyo de los medios de comunicación, sino solamente de Caracol, RCN, El Tiempo, El Espectador, CM& y otros más. Se levanta una “muralla que ataja el desbordamiento de cualquier poder” y el denodado mandatario conquista la “libertad de controvertir las sentencias” de los jueces y de proteger de ellas a los perseguidos parlamentarios de este Congreso admirable, víctimas inocentes de los miles de votos que contra su voluntad les depositaron los paramilitares. También evita que se les penalice por acaparar los cargos y demás prebendas adquiridas con sus votos.

De suyo se comprende la importancia de la policía política en el remozado régimen: graba ilegalmente conversaciones y videos que luego edita y filtra a los medios de comunicación en el momento oportuno, para que la teleaudiencia crea exactamente lo que los señores del estado de opinión requieran. Es un instrumento fundamental para atajar lo que el aspirante a inquilino eterno de la Casa de Nari llama los abusos de las Cortes, de ciertos columnistas y de cualquier crítico.

De lo que no dice una palabra nuestro autócrata es acerca del control a los desmanes del Ejecutivo, de su familia ni de los cortesanos; pues su pelea no se orienta a apuntalar las reivindicaciones de las mayorías sino a recuperar los “derechos” y “libertades” de los tiranos.

La anterior no es la única proeza de su régimen. “Colombia, en sucesivas reformas laborales, ha logrado un equilibrio entre las garantías de estabilidad a los trabajadores y el margen de flexibilidad para los empleadores”. Además, echando mano de las cooperativas de trabajo asociado, los contratos a término fijo, la persecución a los sindicatos se ha impuesto: “…fraternidad en las relaciones laborales por oposición al odio de clases…”

De las bienaventuranzas gozan también los niños. “La cobertura de educación básica estaba en el 78%, ahora se aproxima al 100%”. Y hay más aún: “El País va hacia la meta de plena cobertura en salud, 41 millones de colombianos tienen cupo en el sistema de aseguramiento. No hemos cerrado un solo hospital…” Sino todo el Instituto del Seguro Social.

En la elaborada pieza oratoria no tuvieron lugar los incrementos del desempleo, ni los miles de niños que mueren de hambre o padecen desnutrición, ni la brutal caída de la producción y las exportaciones. Esas son mentiras de los perversos terroristas que quieren desprestigiar a un gobierno tan virtuoso. El gobernante, que se precia de conocer hasta en sus mínimos detalles la realidad nacional, poco dijo sobre el drama de millones de desplazados, de los cuales hay unos miles a pocas cuadras del Palacio de Nariño, agobiados por el hambre y la insalubridad. Para esta tragedia y la de las demás víctimas de la violencia vesánica de sus antiguos electores y socios la preocupación dominante fue la de no excederse en los subsidios escasos e irrisorios.

Agregó que la inseguridad de que se quejan los ciudadanos no se debe a que hayan aumentado los crímenes, los asaltos a residencias, a peatones y a vehículos, sino a que la ciudadanía es más exigente.

Quizá parte de los desvaríos se deban a la angustia que le causa el hecho de que las posibilidades de la reelección se están desvaneciendo rápidamente. Estados Unidos quiere un cambio de personajes para mejor garantizar la continuación de las políticas. Las investigaciones de la Corte y las denuncias sobre la prostitución de todas las decisiones políticas y legislativas hacen que los votos parlamentarios sean cada vez más caros. Ya es difícil abrir más notarías o designar más diplomáticos, la sustancia misma de la gobernabilidad uribista. Los llamados partidos minoritarios de la coalición se quejan de que Uribe compra y no paga; por ello perdió el control en la elección de las directivas de Senado y Cámara, que quedó en manos de una alianza conformada por Armando Benedetti, del partido de la U; Vargas Lleras, de Cambio Radical, unos de los partidos minúsculos de la coalición, y el Partido Liberal, acuerdo al que se sumó el Polo.

La manera de discurrir de Uribe, como si fuese coterráneo de Alicia, la criatura de Lewis Carrol, nos obliga a estar de acuerdo con él por primera vez y en una sola cosa: en la urgencia de que se prohíba, de manera terminante, la dosis personal.


[1] http://www.eltiempo.com/colombia/politica/texto-completo-del-discurso-del-presidente-uribe-en-el-congreso_5659167-1

El presente artículo puede ser reproducido, total o parcialmente, con la condición de que se cite la fuente, www.notasobreras.net, y el autor, Alfonso Hernández. 

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