En el despeñadero

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Uncida la economía colombiana al dólar, no tiene más camino que sufrir las consecuencias de las políticas que allá se aplican y que toman en consideración únicamente sus particulares intereses. Los efectos de la recesión así provocada serán devastadores para millones de colombianos.

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Al parecer la economía colombiana se precipita a la recesión: el trimestre anterior se contrajo 0.3% y el precedente solo creció 1%. A la vez, la inflación no acaba de ceder y los guarismos del desempleo se mantienen elevados. Entre las causas principales de la debacle cabe mencionar la abrupta subida de las tasas de interés por parte del Banco de la República —supuesto guardián del valor de la moneda, gendarme celoso que busca evitar la depreciación de las grandes inversiones—, que encarece los créditos para ahogar a conciencia la actividad productiva y la capacidad de compra y así poner freno a la espiral alcista. Deprime, así, la economía nacional para sostener los valores financieros. Pero la efectividad de los cintarazos del Emisor choca con la realidad de que las causas principales de las alzas de precios son principalmente externas, no internas, con lo que los intereses trepan y los precios apenas descienden: doble el dogal. Se propone, además, atraer capitales, contrarrestar la tendencia a su migración de resultas de los incrementos de los réditos en los Estados Unidos, que enfrenta también la inflación con la misma herramienta. Uncida la economía colombiana al dólar, no tiene más camino que sufrir las consecuencias de las políticas que allá se aplican y que toman en consideración únicamente sus particulares intereses. Los efectos de la recesión así provocada serán devastadores para millones de colombianos.

Quien prometiera poner fin al capitalismo rentista, parasitario, y dar vida a uno industrial y agrícola, vigoroso y potenciado por el conocimiento, ante aconteceres tan opuestos a sus planes —ya que, a ojos vistas, el capitalismo rentista está devorando al productivo—, ¿qué hace? El presidente Petro trina, discurre, perora. No ejecuta ni las faenas conducentes a la materialización de sus ensoñaciones y, ni siquiera, el presupuesto del que dispone. Desde la ceremonia de la iglesia del Voto Nacional, con culto y teóloga a bordo, Petro entregó cualquier ideario de cambio, se arrodilló a los postulados, a los mandamientos de los dueños del país. Garantizó, entre otros mandamientos, la disciplina fiscal, es decir, la restricción del gasto público en beneficio de los prestamistas y en desmedro de las necesidades de los colombianos y del aparato productivo. Hoy reconoce que el asfixiante abono a la deuda, de más de 105 billones para el 2024, minimiza los recursos necesarios para reactivar la economía. Verdad evidente, pero que no resultará en nada, ya que el jefe del Estado continuará debatiéndose entre su verba anodina, aunque a veces altisonante, y la inmovilidad propia del que teme enfrentar a quienes lo vapulean. Seguirá implorando un tinto a sus verdugos o algún nimio acuerdo, una tregua, algo de clemencia.

Por su parte, los potentados azuzan el desasosiego y reclaman que se apliquen a rajatabla las viejas fórmulas que mantienen al país en la miseria: que los salarios se envilezcan aún más, que el ahorro pensional se mantenga en manos de los agiotistas, que los pulpos de la energía eléctrica carguen con mayores tarifas a los usuarios, que los peajes se incrementen en beneficios de los que se han enriquecido con los contratos del Estado, que se les entregue de inmediato el presupuesto de inversión de obras públicas y de viviendas. Riqueza para los ricos, reclaman a voz en cuello. Y, ante todo, que no se cometa el sacrilegio de maltratar, ni de palabra ni de hecho, a los abnegados magnates que acaparan toda la riqueza nacional, porque, si ellos se marchan, sostienen, el país se hundirá en el quinto círculo del infierno. No, señores, lo que se necesita es un Estado poderoso, en manos de los trabajadores, del pueblo y de los pequeños y medianos productores, con empresas públicas modernas y bien financiadas, capaz de echar a andar el progreso y el bienestar de las mayorías y poner coto a los abusos de los detentadores de la riqueza y el poder.

Por trocha que recorre, a veces a empellones y a veces por propia voluntad, Petro les despejará el camino a los mileis colombianos. Vale decir, a los mismos de siempre, pero ahora con un apetito más desaforado y un frenesí por arrasar todo lo que no se allane a sus designios. Las adversidades mayúsculas que se ciernen sobre los colombianos demandan con prontitud una política resuelta, un partido organizado y firme y una gran alianza que levante las banderas de ¡¡¡basta de expolio!!! y de ¡¡¡nos más vacilaciones ante el oprobio!!!

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