Petro y el II Gran Acuerdo Nacional
El encuentro fue a puerta cerrada y no se conocen mayores detalles, pero el presidente dijo que: “Trabajamos temas como la educación, la productividad, el desarrollo productivo de la tierra, el empoderamiento de la economía popular, la inclusión financiera, inclusión territorial, con énfasis en el Pacífico, la Guajira y la Orinoquia colombiana.” En síntesis, nuevos filones de negocios para los viejos magnates; y el Jorge Eliécer Gaitán de nuestro tiempo adoptó el lenguaje y la actitud de una especie de burócrata del Banco Mundial
La gran prensa nacional viene cargada de esperanzas: al parecer, el presidente Petro va a dejarse de balconazos y trinos zahirientes y va a abrir, por segunda ocasión, las compuertas del gran acuerdo nacional, en busca de la gobernabilidad perdida. Con el primero de tales intentos se inició el gobierno del Cambio; al gabinete fueron llamados voceros inconfundibles de los sempiternos dueños del país: Alejandro Gaviria, Cecilia López, José Antonio Ocampo, personajes aptos para darle tranquilidad al mercado, ese ente misterioso y tiránico que, como los dioses del Olimpo, siempre está exigiendo sacrificios, señales tranquilizadoras y la más sumisa obediencia, según aseguran las pitonisas de nuestro tiempo, los CEO (directores de empresas), los MBA (magísteres en administración de negocios) y otros expertos y peritos, plumajes todos con los que se revisten los desplumadores de naciones.
Ese primer ensayo se malogró porque el mandatario se topó con que su ánimo de concordia no pudo amainar el implacable sabotaje interno contra las tímidas reformas que se proponía. Tanto los ministros como los parlamentarios de las banderías conformantes de la coalición abrieron fuego incesante para dar al traste con la de salud. Actuaban en cumplimiento de las consignas de las EPS, renuentes a dejarle al Estado la administración, aunque fuera de un solo peso, de los billonarios recursos destinados por los trabajadores y el Estado a ese renglón, y que se convirtieron, por arte de birlibirloque, en propiedad inalienable de las empresas “aseguradoras”. Desengañado por la desfachatez de los amores tan ardua y prolongadamente buscados y tan prontamente frustrados, a los que acusó de querer darle un golpe blando, el entusado concertador en jefe decidió cambiar el gabinete, acudir a la plaza pública, al trino y cambiar la verba de incensario por la del tribuno; eso sí, siempre atenuada por la inacción y el ensimismamiento, para que sus rabietas no se confundieran con irremediable desamor.
Las irreverencias del inquilino de la Casa de Nariño fueron respondidas con inclemencia por los grandes medios, sus propietarios y los partidos que agencian sus intereses. Se le culpó de incendiar el país, de devastar la economía, de espantar a los timoratos inversionistas, y se le declaró la guerra sin cuartel en el Congreso y en las Cortes, en la Fiscalía y la Procuraduría. A golpe y porrazo, y ayudado por los propios desaciertos, Petro quedó en la esquina del cuadrilátero, casi sin aire, derrotado en las elecciones y abatido en las encuestas. Y, ahora, contrito, implora por el II Gran Acuerdo Nacional. Pero el descrédito que lo aqueja torna más retrecheros a los pretendidos socios, como lo muestra César Gaviria. De tal modo que, si el primero no resultó nada bien y, según la conversación del Bachiller Carrasco con Sancho Panza, “nunca segundas partes fueron buenas”, las expectativas de este intento se presentan bastante sombrías.
En materia de acuerdo nacional, en boca de los personajes en acción, la palabra la tiene, por supuesto, Don Dinero. Petro pidió cacao y estos acudieron a la Casa de Huéspedes Ilustres, en Cartagena de Indias, a darle sopa y seco, durante cinco largas horas. Como Poderoso caballero es Don Dinero, pues que da y quita el decoro y quebranta cualquier fuero, la voz cantante la llevó el señor de los puentes voladores tipo Chirajara y del enriquecimiento ilícito e impune de Odebrecht, don Luis Carlos Sarmiento Angulo, amo de la banca, de los peajes, fondos de pensiones y de otras carnes sin hueso. Sermoneó sobre la necesidad de desarrollar el Chocó. Su mente avariciosa llevaba las cifras de las inversiones y, con seguridad, preveía los subsidios y exenciones estatales e, imposible olvidarlas, las pingües ganancias que espera por los “riesgos” y “sacrificios” que supuestamente afrontará. En el fondo de su perorata subyacían las promesas de rectitud, eficiencia y demás cualidades que están lejos de adornarlo.
Otros, con alardes de generosidad que no cuadran a quienes viven en la opulencia en un país cundido de miseria, predicaron la necesidad de dinamizar la economía popular, modesta pero con gran potencial para la usura, o de explotar la Orinoquia y otras regiones postergadas, en las cuales estos potentados esperan cosechar los frutos de la economía verde, que prometen ser jugosos.
El encuentro fue a puerta cerrada y no se conocen mayores detalles, pero el presidente dijo que: “Trabajamos temas como la educación, la productividad, el desarrollo productivo de la tierra, el empoderamiento de la economía popular, la inclusión financiera, inclusión territorial, con énfasis en el Pacífico, la Guajira y la Orinoquia colombiana.” En síntesis, nuevos filones de negocios para los viejos magnates; y el Jorge Eliécer Gaitán de nuestro tiempo adoptó el lenguaje y la actitud de una especie de burócrata del Banco Mundial. La segunda etapa del Gran Acuerdo Nacional será, pues, otro momento para que los banqueros y otros caballeros de industria se enseñoreen aún más de la postrada Colombia.
Los derretimientos del mandatario concertador se han extendido a Álvaro Uribe, el señor del Ubérrimo, el del corazón valiente de los 6.402 falsos positivos, el saboteador en jefe de los acuerdos de paz, el de la confianza inversionista y otros huevitos. El intento de apaciguar la furia del Centro Democrático contra los puntos de la reforma a la salud que introducen algunas modificaciones beneficiosas, aunque mínimas, no obtuvieron ningún resultado distinto al de que los contertulios continuarán tomando tinto en la casa de Nariño.
Hasta varios de los verdes expresaron que están dispuestos a enmermelarse hasta el coma diabético, pero que ello no los compromete con los proyectos legislativos del gobierno, y amenazan con declararse independientes de la coalición de gobierno. Así las cosas, ¿Qué duda puede haber del fiasco de la política de acuerdo, de concertación con la gran burguesía? Gustavo Petro podría entonarles a los plutócratas la canción: “Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio. Contigo porque me matas. Sin ti porque yo me muero”.
Por el contrario, para las gentes del trabajo y el sudor, el gobierno de la Potencia de la Vida les anuncia la congelación del salario mínimo, en una actitud más mezquina que la del señor Bruce Mac Master, y alzas y palos por doquier. A ese paso, por tanto complacer a Don Dinero, entre los asalariados no le va a quedar sino el apoyo de uno que otro dirigente sindical con aspiraciones a “una curul en la burocracia”.
Señor presidente, aprenda de la experiencia una verdad sabida desde tiempos remotos: no se puede servir a dos señores. Si se sirven los intereses de los magnates, se mancillan los de los trabajadores y viceversa. Por ello, no es prematuro proclamar la urgencia de una política que defienda denodadamente los intereses de las masas laboriosas y de los pequeños y medianos propietarios y no sea obsecuente con los poderosos.
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