Yugoslavia arrasada por el imperialismo

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Otro paso en la desintegración y recolonización de las naciones

Por Alejandro Torres

Mediante la aprobación, el pasado 3 de junio, del llamado plan de paz del Grupo de los Ocho por parte del Parlamento yugoslavo, se selló, tras una heroica resistencia, la derrota de Yugoslavia y de su pueblo a manos del criminal ejército de la Otan, comandado por Estados Unidos.

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La toma de Kosovo, indiscutida provincia de Serbia, se constituye en el más reciente paso de la política imperialista para desintegrar a Yugoslavia. En este episodio se resume un aspecto esencial de los actuales misterios de la política internacional.

La atomización a sangre y fuego de la patria de Tito se hizo para consolidar la dominación colonial, pues ya desde mediados de los ochentas se venía aplicando allí la política neoliberal con todo su catálogo de medidas deletéreas: aniquilamiento de las reivindicaciones de los asalariados; adopción de la propiedad privada (en vista de que Yugoslavia tenía un pasado socialista); trato preferencial al capital extranjero; venta de la propiedad estatal; destinación al pago de la cuantiosa deuda externa de los recursos federales; inducción de un enorme déficit fiscal al vender los bienes públicos y abrir las importaciones; desmantelamiento de la banca nacional; entrega de las empresas oficiales a los acreedores; desplazamiento de la producción doméstica de su mercado natural; elevación ilímite de las tasas de interés.

Todo esto condujo al empobrecimiento de la población, a mayor desempleo, al abandono de los programas sociales y a la generalizada quiebra industrial y agraria. Las zonas más afectadas del país fueron las menos desarrolladas: Serbia, Bosnia y Macedonia. Independientemente de las diferencias étnicas, la resistencia obrera a las medidas se esparció a lo largo y ancho del país.

La crisis que profundizó las desigualdades entre las regiones permitió a las potencias imperialistas de Europa y a Estados Unidos exacerbar los conflictos nacionales, étnicos y religiosos y animar la fragmentación del país, propósito central de su política.

En Yugoslavia se puso al descubierto que la internacionalización no termina en el arrasamiento de las economías nativas. Para consolidar la dominación de un puñado de consorcios debe hacerse explotar en átomos la unidad territorial de la inmensa mayoría de Estados del planeta. Así conjuran el peligro de que los productores de un país pugnen por recuperar el control del mercado propio y que los pueblos se unan para oponer resistencia a la recolonización.

Colombia, en América Latina, e Indonesia, en el Sudeste Asiático, están siendo víctimas ya de esta nefanda política imperial. Pero de ella no se libran ni aún las potencias de ayer. Desde el embate con Chechenia, la partición de Rusia se mantiene en adobo y hasta en la orgullosa Gran Bretaña se viene discutiendo que el proceso conocido como devolución, mediante el cual se transfieren enormes prerrogativas a Escocia y Gales, llevará a la conversión de la isla de Shakespeare en tres diferentes Estados.

Infame política de EU en Kosovo

Los serbios, desde finales de la década pasada, venían denunciando el derrotero norteamericano de intervenir en los asuntos internos de la provincia mediante el expediente farisaico de la defensa de los «derechos humanos». Ya en 1993, dentro de su llamado plan de contingencia para Yugoslavia, Estados Unidos contemplaba «dar protección a Macedonia y a Kosovo»; en su libro Terminar una guerra, Richard Holbrooke señala que, como vocero norteamericano en Dayton, donde se firmó el acuerdo de paz de Bosnia, le había enfatizado a Milosevic «la necesidad de restaurar los derechos de los albano musulmanes en Kosovo», y agrega que la crisis allí sólo había sido pospuesta. Finalmente advierte que el liderazgo estadinense continúa siendo indispensable para la paz en la región.

La simple y brutal verdad es que Estados Unidos preparó a sangre fría la total destrucción de Yugoslavia, al no permitirle al presidente Milosevic salidas distintas a las de una abyecta humillación, o la de librar una batalla impuesta, sin posibilidad de triunfo, lo que en efecto hizo, dejando en alto el orgullo de la patria yugoslava.

La decisión de hundir en el caos la región fue precedida por el apoyo estadounidense a la escalada terrorista del Ejército de Liberación de Kosovo, ELK, una agrupación que reúne dos características por las cuales los norteamericanos se rasgan las vestiduras en otros países: financiación de las mafias de narcotraficantes y métodos de lucha terroristas. Dicho grupo venía asesinando desde 1997 policías serbios y kosovares, provocación que respondió Belgrado el 28 de febrero de 1998 al enviar en abril dos brigadas aerotransportadas y llamar a filas a los reservistas de la policía. De inmediato empezó a escuchar el vocerío instigado por los mismos imperialistas que exigían la intervención de la todopoderosa Otan.

A pesar de que Serbia ofreció desde marzo un diálogo sin condiciones, los agresores iniciaron su incesante campaña de amenazas. El 15 de junio de 1998 hacen su primera demostración de poderío mediante un despliegue que bautizaron Operación Halcón Resuelto en la que más de ochenta cazabombarderos F16 sobrevolaron Macedonia y Albania. Javier Solana, recadero gringo dentro de la alianza, anunció que ésta no excluía el uso de su poderío aéreo.

Milosevic mantiene su posición conciliadora y expide en Moscú con Boris Yeltsin una declaración en la cual no queda duda de su deseo de buscar una salida pacífica. El comunicado plantea que las fuerzas de seguridad serbias «reducirán su presencia fuera de las zonas de emplazamiento permanente a medida que disminuya la actividad terrorista», acepta el diálogo con las fuerzas separatistas, el retorno de los refugiados y la concesión de autonomía.

Allí se expresa: «Yugoslavia está dispuesta a resolver los problemas por medios políticos, basándose en la igualdad de los ciudadanos y se compromete a la continuación inmediata de las negociaciones con los líderes albaneses de Kosovo. (…) La necesidad de preservar la integridad territorial de Yugoslavia. (…) Condenar toda forma de terrorismo, separatismo o acción militar que tenga efectos contra la población civil». La propuesta en general acoge las exigencias hechas el 13 de junio por el Grupo de Contacto para la Antigua Yugoslavia, compuesto por Estados Unidos, Rusia, Alemania, Francia, Reino Unido e Italia. A tan diáfana expresión de buena voluntad, la secretaria de Estado, Madeleine Albright, responde secamente que las «concesiones son insuficientes» y que «es inaceptable la exigencia al ELK de cesar los ataques».

Con ese aliento, éste emprende una ofensiva en Orahovac, un poblado cercano a la frontera con Albania. La Otan aprovecha la respuesta de Serbia al ataque para amenazar con intervenir militarmente en Kosovo. Cada manifestación de buena voluntad de Belgrado es respondida con nuevas y mayores exigencias. Milosevic se reúne a fines de julio con el embajador gringo en Macedonia, Chris Hill, y le ofrece continuar sin demora «el diálogo entre el Estado y una delegación de representantes de los partidos políticos albaneses». Pero el Departamento de Estado anuncia el 4 de agosto que la Otan «acaba de aprobar planes de urgencia incluido el uso de la fuerza militar», y los Estados Unidos «lamentan» que Yugoslavia no haya parado de dar golpes a la guerrilla separatista; además, especulan que se está escenificando una «catástrofe humanitaria», y exhiben como prueba la aparición en Orahovac de una fosa común con los cadáveres de 500 civiles asesinados, versión que desmienten los propios observadores de la Unión Europea en la zona.

En octubre Estados Unidos anuncia que intervendrá unilateralmente, y Solana repica: «La Otan decidirá por sí misma», sin el consentimiento del Consejo de Seguridad de la ONU. En ese mes Richard Holbrooke se reúne con Milosevic, y éste acepta dar autonomía a Kosovo. Pero la prensa dice que los negociadores kosovares «han aumentado la apuesta, conscientes de que el ataque de la Otan les conviene».

He ahí de cuerpo entero la política imperial: envía a su negociador para salvar la cara, mientras mueve sus fichas para imposibilitar cualquier acuerdo. Para no dejar dudas, Estados Unidos envía su Sexta Flota a Yugoslavia.

En procura de la paz, Slobodan Milosevic había aceptado reducir las tropas especiales en la provincia, liberar el tránsito de las “asociaciones humanitarias” extranjeras, facilitar la investigación de los llamado crímenes de guerra, entablar negociaciones con los albaneses sobre la autonomía. Sólo en un aspecto no cedió: la ocupación militar internacional de su suelo.

Ante esta negativa, la Otan, en octubre, aprueba una operación de ataques aéreos contra objetivos serbios, para ser ejecutada en un plazo de 96 horas. Pero al permitir Milosevic el despliegue de dos mil observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación Europea, Osce, los gobiernos europeos se declaran partidarios de continuar las conversaciones. Clinton se ve obligado a aplazar sus planes belicistas.

1999, de Rambouillet a la destrucción de Serbia

Como saludo de nuevo año, la Otan redujo de 96 a 48 horas su período de preparación para un ataque contra blancos militares en Yugoslavia, todo bajo el argumento de que los serbios habían dado muerte, el 15 de enero, a 45 civiles en el poblado de Racak, una base del ELK.

Trasladadas las negociaciones al castillo de Rambouillet, Albright exige un pacto que dé autonomía por tres años a Kosovo, la no injerencia de Yugoslavia en los asuntos internos de la provincia y dejar para el 2002 la concreción de su estatuto definitivo; garantizando el trato con el estacionamiento de una fuerza de 30 mil hombres. Milosevic ratifica que no aceptará la presencia de tropas de la Otan en territorio serbio.

Lo de Rambouillet fue un verdadero chantaje. Kosovo tendría su propio parlamento, presidente, primer ministro, corte suprema y fuerzas de seguridad; el nuevo gobierno podría oponerse a las leyes de la República y conduciría su propia política exterior; el Jefe de la Misión de Ejecución sería nombrado por la Unión Europea, quien podría anular cualquier determinación atinente a Kosovo tomada por el gobiernos federal; la Otan sería inmune a cualquier proceso legal; se impondría el concepto colonial de la extraterritorialidad; las tropas extranjeras podrían usar sin pagar ningún derecho las carreteras, vías férreas, aeropuertos y muelles; podrían utilizar el espacio electromagnético sin ningún costo; en síntesis, se establecería un régimen típicamente colonial al mando del comandante militar de la Otan. Ningún Estado que se precie de su soberanía habría podido aceptar lo que allí se quiso imponer. «En verdad el acuerdo de Rambouillet, no era otra cosa que una declaración de guerra disfrazada de acuerdo de paz», como lo señaló Richard Becker del International Action Center, con sede en Nueva York.

Tal experiencia ya se viene aplicando en Bosnia Herzegovina, a partir de los acuerdos de paz de Dayton de 1995. Se ha establecido allí un régimen típicamente colonial controlado, en representación de Estados Unidos y Europa, por el Alto Representante de la ONU, quien actúa en estrecha relación con el Comando Supremo de la Fuerza de Ejecución; el gobernador del Banco Central es un neozelandés nombrado por el FMI; el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo supervisa todo el sector público; los intereses de los prestamistas extranjeros se encuentran tutelados por la Constitución. Algunos piden incluso que «Kosovo debería reedificarse bajo un gobierno abiertamente colonial, no como una democracia endeble, ni siquiera como un bien manejado protectorado».

La bárbara agresión

Cumplido el cínico objetivo de dejar sin alternativa a los yugoslavos, no quedaba sino poner en práctica la amenaza. El 24 de marzo, las tropas de la Otan iniciaron la segunda acción ofensiva de su existencia, ésta también en suelo yugoslavo, y la cual consistió en la más cruel y minuciosa devastación del país.

Ha utilizado en su agresión un descomunal ejército de más de 200 mil hombres y cerca de mil aviones dotados de la más moderna tecnología, y ha lanzado 20 mil bombas en alrededor de 30 mil salidas. Destruyeron todos los puentes sobre el Danubio, las refinerías petroleras, carreteras y líneas ferroviarias, los sistemas de energía eléctrica y comunicaciones, las estaciones de televisión y radio, e infligieron importante daño a la estructura defensiva del país. Yugoslavia fue devuelta a la Edad Media, y todo el esfuerzo de casi un siglo, desde cuando se fundara el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, fue echado por tierra. Para fruición de los amos de las finanzas mundiales, y como presagio de mayores sufrimientos para el pueblo balcánico, se anunció que la reconstrucción costaría alrededor de 150 mil millones de dólares.

Los modernos cruzados de los derechos humanos atacaron poblaciones, hospitales, cárceles y caravanas de refugiados, produciendo la muerte de por lo menos 1.200 civiles y dejando heridos a más de cinco mil. Estos ataques se hicieron para aterrorizar a la población y provocar el derrocamiento del gobierno. Pero, al contrario, fortalecieron la unidad de toda la nación.

La indignación en el mundo se generalizó y la simpatía con los serbios creció aceleradamente. Situación que se hizo aún más patente con el bombardeo a la embajada china en Belgrado. Incluso varias sedes diplomáticas de Europa Occidental fueron alcanzadas por las bombas.

Durante el curso de la guerra, el presidente yugoslavo hizo ofertas razonables para que cesara el bombardeo. El 6 de abril se comprometió con una tregua unilateral y el reinicio de negociaciones con el líder separatista Ibrahim Rugova, a quien en otro clara señal de buena voluntad liberó. Los líderes de la alianza contestaron al ofrecimiento repitiendo el mismo libreto: que la tregua era indispensable pero insuficiente. El 23 de abril, mientras está reunida en Washington la cumbre de celebración del 50 aniversario de la Otan, Milosevic propone el cese del ataque a cambio del despliegue en Kosovo de una fuerza comandada por la ONU y con participación de Rusia. La respuesta imperialista, en medio del jolgorio, es la de propinar «devastadores golpes contra blancos económicos y políticos», además de ordenar el embargo petrolero contra Serbia y Montenegro, el bloqueo marítimo, la congelación de fondos de personas y empresas, y la prohibición de inversiones y exportaciones con destino a Yugoslavia.

La violación de la ley internacional

A pesar de la alharaca de gringos e ingleses sobre la legalidad de los ataques, la verdad es que eran abiertamente violatorios del derecho internacional. Según la Carta de la ONU, el uso de la fuerza es únicamente permisible cuando se trata de la propia defensa contra un ataque directo, y, segundo, en cumplimiento de un mandato específico del Consejo de Seguridad. Es evidente que Yugoslavia, un pequeño país de diez millones de habitantes, no había lanzado contra ningún Estado soberano en su vecindario; y dicho Consejo nunca autorizó el uso de la fuerza, ya que los aliados sabían que cualquier resolución sería votada negativamente por Rusia y China, miembros permanentes del Consejo y con poder de veto.

Pero hubo una descarada infracción al propio documento fundacional de la Otan, que obliga a los países miembros a actuar ateniéndose estrictamente a la Carta de la ONU, y que sólo autoriza el uso de la fuerza para repeler un ataque armado contra un miembro de la alianza.

Alrededor de esto se han moldeado peligrosas «teorías» acerca de que la extensión de las leyes sobre derechos humanos y las llamadas intervenciones humanitarias «han desafiado la vieja noción de que la soberanía nacional es inviolable». Solana, en artículo escrito para The Economist, dice que lo que ha sucedido es que «la teoría ha venido siguiendo a la práctica». Una cínica manera de decir que la política imperialista de la década se ha erigido sobre el uso de la fuerza. Y Albright señaló a Time: «Estamos desarrollando las normas. Todavía no hay una doctrina que presente esto de manera organizada».

Cabe aquí también mencionar la orden proferida el 27 de mayo por el espurio Tribunal Penal Internacional de la Haya para la Antigua Yugoslavia, de apresar por crímenes de guerra a Milosevic, repitiendo la condena proferida contra los líderes serbobosnios Radovan Karadzic y Ratko Mladic, por el crimen de defender la unidad de su nación. Paradójicamente, los gringos se han abstenido de firmar las leyes internacionales que ellos mismos han impulsado, aduciendo que eso podría acarrear el peligro de que sus nacionales sean juzgados mediante «demandas injustas y politizadas».

Tragedia de la diáspora

La «catástrofe humanitaria» que la Otan supuestamente pretendía evitar, se produjo precisamente por su implacable acción. El incesante bombardeo y los lógicos aprestos para defender el suelo agredido causaron la emigración tanto al extranjero de miles de kosovares. No es un secreto que las potencias rechazan con agresividad a los inmigrantes. De los 350 mil emigrantes bosnios que llegaron a Alemania durante la pasada guerra, dos tercios han sido devueltos a su país de origen. En Macedonia, los albanokosovares empezaron a ser vistos con desconfianza, pues su entrada podría causar una «peligrosa alteración de su ya delicado balance demográfico». La carga de los refugiados ha recaído sobre Albania y Macedonia, dos naciones a cual más empobrecida. Entre tanto, Europa y Estados Unidos, solo después de mucha presión se comprometieron a recibir unas pocas decenas de miles de personas. En Inglaterra el gobierno pasó una ley a la Cámara de los Comunes para reducir el costo y número de asilados posibles de recibir. Y los generosos Estados Unidos propusieron apiñar a 20 mil kosovares en unas barracas, en Guantánamo, su base militar en Cuba.

Demasiado trabajo entre las manos

La crisis balcánica mostró de nuevo que Estados Unidos, la única superpotencia mundial, se está atafagando de problemas. No fueron pocas las ocasiones en las que, como en Bosnia, tuvo conflictos con sus aliados, los cuales tenderán a crecer.

El planteamiento de la señora Albright de que los intereses nacionales de los Estados Unidos se ven afectados por “el caos y la inestabilidad creados por la limpieza étnica”, muestra que la superpotencia insiste en dividir a los pueblos para tratar de sojuzgarlos mejor. Sin embargo, el rechazo a sus políticas crecerá como espuma. Las «intervenciones humanitarias» con el pretexto de defender alguna etnia, en un mundo en que hay más de 2.500, convertirán el planeta en un hervidero y darán pábulo al avasallamiento de cualquier nación, como lo ha advertido la República Popular China.

Cuenta un relato de prensa que durante días y días millares de serbios se apostaban como escudos humanos para proteger con sus vidas tres puentes en Belgrado y uno en Novi Sad. La resistencia frente al aparentemente indestructible poderío militar de la superpotencia recurrirá seguramente a acciones heroicas similares, y el imperialismo se hará polvo contra el escudo que le opondrán los miles de millones de empobrecidos pobladores del planeta.

Publicado en Tribuna Roja N° 77
Junio 8 de 1999

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