Qué enseñan las revoluciones norteamericana y francesa

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El proceder de los pueblos norteamericano y francés proporciona inestimables lecciones, tan vigentes, como la mansedumbre ante el señorío de otro Norte y la miseria de las mayorías cuyo lastre hoy, doscientos años después, continúa cabalgando sobre sus espaldas por la fechoría de quienes han cohonestado con la impudicia de los tiranos y han defenestrado los ideales que permitieron a los sublevados libertarse del caudillaje español.

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Mejor habría sido decir que las revoluciones no se hacen con leyes.
Carlos Marx.

Se conmemoran doscientos años de la hazaña que dio inicio a la libertad de la Nueva Granada, y debe examinarse el influjo foráneo que, desde el norte de América y allende el Atlántico, aleccionó el proceso revolucionario que hacia la primera década del siglo XIX advertía el preludio de la guerra de Independencia.

Las revoluciones norteamericana y francesa develaron el camino de los insurrectos neogranadinos. En el ejemplo de las gestas extranjeras fueron copiosos el desacierto y la victoria, la improvisación y la estrategia, la reserva y el radicalismo, asomaron el arrojo y el compromiso pero también la apostasía y la delación; corrió la sangre a borbotones y rodaron muchas cabezas. Cuando los oprimidos se levantan los opresores responden con terror; es razonable, no desean perder sus privilegios y harán todo lo que esté en sus manos para conservarlos; no dejarán el poder y el regocijo que éste les provee por la justeza de las exigencias del pueblo. Mas también es elemental que ante la arremetida de los tiranos, los subyugados contesten con el ímpetu que las circunstancias demandan. No se espere, entonces, que ante la furia de los detentadores los agobiados se resuelvan por la mesura y algunas ramas de olivo. Los órdenes humanos se disponen de acuerdo a los intereses y bajo el concurso de la fuerza; los acontecimientos lo han corroborado: “La violencia es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva[3].

En tiempos en los que se ansía dirimir la injusticia económica y social únicamente con el dialogo, la concertación y las leyes; en momentos en que muchas de las celebraciones del Bicentenario han cercenado su realidad histórica de lucha y dificultad, hasta el punto de presentarla como un acontecimiento atemporal, baladí e ideal; en una época en que la sedicente izquierda democrática ha renunciado a la solución estructural de los problemas de la sociedad y yace silenciosa ante la dominación y la indignidad; el proceder de los pueblos norteamericano y francés proporciona inestimables lecciones, tan vigentes, como la mansedumbre ante el señorío de otro Norte y la miseria de las mayorías cuyo lastre hoy, doscientos años después, continúa cabalgando sobre sus espaldas por la fechoría de quienes han cohonestado con la impudicia de los tiranos y han defenestrado los ideales que permitieron a los sublevados libertarse del caudillaje español.


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