En pelea de comadres…

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Repugna el espectáculo de la reyerta entre estos personajes de la picaresca política local, ambos tan ajenos a las angustias de los colombianos. Pero en la virulencia de su trifulca revelan verdades que nunca debemos olvidar acerca de la naturaleza de nuestras instituciones. Además, si la gresca sirviera para que se juzgue a otros cuantos delitos de los mandamases o se inhabilite a algunos de los ministros de Santos responsables del desfalco de Reficar o de la hambruna de los niños en la Guajira, bienvenida sea.

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Álvaro Uribe es presa de una cólera ciega. En últimas, lo enfurece que Santos no ponga de su parte para truncar las investigaciones que lo desvelan. Siente que las prerrogativas que le corresponden de estar por encima de la justicia están siendo vulneradas sin que su sucesor tome cartas en el asunto. En consecuencia, lo acusa de instigador. Curiosamente, exige que los acuerdos de paz se hagan sin “impunidad”, mientras que la reclama para sí y para los suyos.

Corrió a quejarse a Washington y a implorar “garantías” a la OEA mostrando un cierto pánico, muy natural puesto que sabe que en este país de rabos de paja el suyo es el más descomunal. Por ello mismo, para protegerlo de la candela de las muy numerosas y fundadas acusaciones contra su gobierno, el dueño y señor del Ubérrimo había pretendido perpetuarse en el poder. Luego, ante el fracaso de ese intento, buscó hacerlo por interpuesta persona: echando mano de su exministro de Defensa, quien le declaraba, obsecuente y meloso, lealtad y amor eternos. Pero el heredero tardó más en atornillarse al trono que en mostrar desobediencia a su amo de la víspera. Este decidió, entonces, de manera delirante, declararse jefe de la oposición y perseguido. En adelante, cualquier pesquisa sobre su conducta o la de sus allegados no constituiría otra cosa que el más rampante acoso político.

A los múltiples testimonios y hechos que lo incriminan a él, a sus parientes y a sus conmilitones responde con frases como: “Santiago ha sido buen ciudadano, hijo, hermano, esposo, padre y amigo.” De sus ministros Sabas Pretelt y Diego Palacios aseguró que son “buenos muchachos”. Descalifica con su adjetivo favorito, “terroristas”, a quienes lo sindican; a testigos y abogados les endilga el terrible epíteto de izquierdistas o de opositores a su gobierno. Tal vez estima que sus declaraciones de buena conducta y sus invectivas deberían ser suficientes. (Ibidem)

El amanuense del ex ocupante de la “Casa de Nari”, José Obdulio Gaviria, presenta la prueba, para él más sólida, de que Santiago Uribe es inocente y de que en la hacienda La Carolina no se cometió ningún delito. Dice: “La persona más transparente que se pueda encontrar se llama Álvaro Uribe Vélez y la segunda su hermano. Santiago Uribe es uno de los personajes de la farándula antioqueña. Dueño de la Carolina, estamos hablando del sitio en el que se reunía toda la clase alta antioqueña a ver las becerradas”.

He ahí el concepto sobre la justicia que ha predominado y sigue predominando en Colombia. Por definición, si en La Carolina se congregaba “la clase alta antioqueña” todo lo que allí haya ocurrido, los asesinatos o entrenamientos de grupos de justicia privada, está santificado por la presencia de esa aristocracia y de sus “apóstoles”. No hay, pues, por qué indagar nada. Distinto sería el caso si la finca hubiera sido el lugar de reunión de campesinos u otras gentes humildes.

Los crímenes de Yarumal se cometieron hace más de veinte años y hasta ahora se captura a Santiago Uribe, acusado de ser el jefe de Los Doce Apóstoles. (Ver Behar, Olga, El clan de los doce apóstoles). Esto ha provocado una gran alharaca y no han faltado quienes consideran que se procedió inoportuna e innecesariamente. Desde luego, Don Santiago no fue a la cárcel, donde nuestro Estado defensor de los derechos humanos mantiene en hacinamiento a miles de personas, muchas de ellas inocentes o sin condena, amenazadas por epidemias como la varicela, la tuberculosis o el VIH, y carentes de servicios médicos o incluso de agua e higiene. No, este no es lugar para los delincuentes de cuello blanco. Don Santiago viajó a una guarnición militar en Antioquia, en la cual ocupará un espléndido apartamento. Allí podrá disfrutar de francachelas y comilonas con sus contertulios de uniforme. De manera que estos “perseguidos” siguen disfrutando de no pocas ventajas.

Muy posiblemente el brazo de la justicia no llegará a tocar al jefe del clan, pues la Comisión de Absoluciones se hará cargo de que los procesos duerman un sueño eterno o de exculpar al alborotador Uribe. Con respecto a los hijos del Ejecutivo, a sus grandes negocios en la Zona Franca de Occidente y a sus alianzas comerciales con El Chatarrero, las investigaciones también parecen ir a paso de tortuga. Y a Uribito se le facilitó la fuga a los Estados Unidos.

No obstante lo dicho, hay que reconocer que Uribe ha afirmado varias cosas ciertas. Que Santos somete al Congreso con dinero es indudable. Ese proceder se ha conocido en el presente gobierno como la distribución de la mermelada, manjar que mantiene con la boca llena a la Unidad Nacional y por el que, de cuando en cuando, riñen los ávidos directivos de los partidos que la componen; es decir, el Liberal, el de La U, Cambio Radical y el Conservador. Sin embargo, el ex mandatario pretende olvidar que durante su ochenio la compra de parlamentarios fue evento cotidiano y que la reforma de cada “articulito” se pagó con la entrega de notarías y otros cargos. Las Yidis y los Teodolindos se hicieron famosos, siendo que casi todo el Congreso merecía la misma celebridad. Este ha sido un rasgo de nuestra división de poderes: el Ejecutivo paga y el Legislativo aprueba.

También acierta Uribe cuando asevera que Santos “premia a periodistas con contratos y con su marrulla hace despedir a aquellos que caen en desgracia”. Tampoco es algo exclusivo del actual jefe de Estado; Álvaro Uribe gozó del favor bien recompensado de los grandes medios. La libertad de prensa en Colombia consiste primordialmente en la manguala entre ellos y el régimen, que les depara concesiones y jugosos contratos publicitarios a cambio de lealtad. En este amorío, claro, hay ocasionales desavenencias.

Uribe no le perdona a Santos, a quien imputa de traidor, de haberle robado los votos con los que fue elegido en 2010, de faltarle a la obediencia que tal hecho implicaba. Le reclama, además, que lo sindique de paramilitar: “Y yo que lo defendí cuando Mancuso lo acusó de haber buscado a los paramilitares para derrocar al Presidente en ejercicio.” Le demanda, pues, complicidad. En esto, como en las otras materias en disputa, ninguno de los dos puede tirar la primera piedra.

En cuanto a la manipulación de las Cortes, de la que Uribe acusa a Santos, tampoco es algo inusitado; se trata de otra verdad a medias del exgobernante, pues es costumbre que ya sea mediante halagos y recompensas o a través de amenazas se les mangonee. El opositor de hoy infiltró la Corte Suprema con espías, la chuzó, la vapuleó. En ello, como en las otras trapisondas connaturales a nuestro Estado de Derecho, participa no solo el poder Ejecutivo, sino directamente el gran capital nacional y extranjero. Se dan casos de magistrados que venden sus fallos al mejor postor y de otros que consiguen empleos para sus parientes en los “entes de control,” comprometiendo su pregonada independencia.

Hoy ya las “instituciones” sirven no solo los intereses del conjunto de los poderosos, sino que satisfacen las apetencias de sus facciones en pugna. Si el Fiscal es afín al santismo, el Procurador lo es al uribismo. El tráfico de influencias y la compra venta directa son como la savia de la que se nutre nuestro ordenamiento jurídico putrefacto. La angustia del oficialismo con la conducta del opositor Centro Democrático estriba en que les da mal ejemplo a los oprimidos, quienes pueden aprender a no acatar los fallos y demás ucases del Estado oligárquico.

Cierto que repugna el espectáculo de la reyerta entre estos personajes de la picaresca política local, ambos tan ajenos a las angustias de los colombianos. Pero en la virulencia de su trifulca revelan verdades que nunca debemos olvidar acerca de la naturaleza de nuestras instituciones. Además, si la gresca sirviera para que se juzgue a otros cuantos delitos de los mandamases o se inhabilite a algunos de los ministros de Santos responsables del desfalco de Reficar o de la hambruna de los niños en la Guajira, bienvenida sea.

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