En la ruta de la claudicación

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Por Alejandro Torres Bustamante
Don Carlos Arturo Rodríguez Díaz, presidente de la Central Unitaria de Trabajadores, CUT, está dando muestras de ser un hombre muy activo, tanto, que el 1º de enero madrugó a poner en circulación un documento: Sindicalismo y gobiernos progresistas. El propósito principal del tempranero artículo consistió en llamar a las agremiaciones de los trabajadores a acompañar las “políticas democráticas de amplio contenido social” de mandatarios seccionales como el alcalde de Bogotá, Luis Eduardo Garzón y el gobernador del Valle del Cauca, Angelino Garzón.

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Propósitos del jefe de la CUT

Por Alejandro Torres Bustamante
Don Carlos Arturo Rodríguez Díaz, presidente de la Central Unitaria de Trabajadores, CUT, está dando muestras de ser un hombre muy activo, tanto, que el 1º de enero madrugó a poner en circulación un documento: Sindicalismo y gobiernos progresistas. El propósito principal del tempranero artículo consistió en llamar a las agremiaciones de los trabajadores a acompañar las “políticas democráticas de amplio contenido social” de mandatarios seccionales como el alcalde de Bogotá, Luis Eduardo Garzón y el gobernador del Valle del Cauca, Angelino Garzón. Explicó, además, que la razón de ser de estos lineamientos estribaba en que la “confrontación” y la lucha se debían reservar para el trato con los gobiernos neoliberales.

Con el tonito insolente de los yupis de Planeación Nacional, Rodríguez sentó cátedra sobre la manera de lograr que “les vaya bien” a sus conmilitones elegidos el 26 de octubre: “Requerimos de los trabajadores estatales mejorar la eficiencia y la eficacia social, aumentar la productividad y velar porque la transparencia esté siempre al orden del día”. Los llamó también a intensificar el ritmo de trabajo y a regularizar los sábados y domingos comunitarios, para “ampliar la cobertura de los servicios a los sectores más vulnerables de la sociedad”. A médicos y enfermeras les exigió que, con “decisión y entusiasmo”, participen en las brigadas de salud que promuevan el gobernador o el alcalde respectivo. A los maestros los conminó a concurrir a las campañas masivas de alfabetización. En fin, advirtió que “para esta tarea [de apoyar la fementida política social de los “gobiernos progresistas”] se requiere que los trabajadores tengan la mejor y mayor disposición, porque es la vinculación real con la comunidad, colocando su capacidad gratuitamente al servicio de la comunidad”. Se trata de la cantinela “social” que a toda clase de gobiernos, desde el ultramontano de Uribe hasta el izquierdista de Lula, les dicta el mismo oráculo: el Banco Mundial.

Hay que reconocerle al presidente de la CUT que superó con creces la capacidad de las más renombradas “misiones” y “centros de pensamiento” en el propósito de cranear fórmulas para reducir los “costos”. Apenas un año antes el Congreso, a propuesta de Uribe, había aprobado, en la ley 789 de reforma laboral, reducir en un 25% la paga extra por el trabajo de dominicales y festivos. Tonterías. Rodríguez exige que se labore honoris causaEs la hora de movilizar para construir acuerdos. sábado y domingo. No resulta fácil imaginar la sorpresa de quienes en las filas del pueblo aún creen que dicho señor es su auténtico vocero, al conocer las directrices para el año bisiesto en cierne. Debieron pensar que su jefe sindical estaba padeciendo los efectos de la disipación de las noches decembrinas. Pero no. Para dejar claro que no se trataba de un guayabo terciario, sino de sus más firmes creencias y propósitos, don Carlos Arturo repitió la dosis, el seis de Reyes, con su artículo:

Ya en la tarde del día de año nuevo había empezado a clarificarse en qué aterrizarían los afanes teorizantes del presidente de la CUT. Se trataba de allanarle el camino entre el obrerismo a los anuncios del alcalde centroizquierdista de Bogotá, quien, en su discurso inaugural, dio las primeras muestras de sus “políticas democráticas de amplio contenido social”, notificando que “el problema de los cupos y de las limitaciones físicas de las escuelas (…) es una responsabilidad que también le (sic) compete a maestros y maestras”. En plata blanca, que estos debían comprometerse a aceptar en cada aula un número todavía mayor de estudiantes, para “superar” el problema de la cobertura por la vía del espantoso hacinamiento y, por ende, de profundizar el deterioro de la educación (1). Del mismo “contenido social” es el anuncio hecho posteriormente por la Administración Distrital a los trabajadores de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá: “habrá que revisar toda la convención, modernizarla, adecuarla a los tiempos que vivimos”; para no dar tantas vueltas: derogarla. Infortunadamente, el sindicato, Sintraemsdes, ante la denuncia de la convención colectiva hecha por Mockus, se había apresurado a anticipar un “pliego social” que incluiría los compromisos de desplegar “mayor eficiencia y productividad” y realizar jornadas cívicas o de “flexibilización laboral”, significando que los obreros tendrían que trabajar gratis un día festivo al mes.

Volviendo a Carlos Rodríguez, este esforzado pregonero de la concertación nos informa en sus libelos que (con base en lo firmado en diciembre de 2003, cuando la cúpula de las centrales le dio a Uribe el triunfo de suscribir un miserable incremento del salario mínimo) se dispone a convocar un “Gran Acuerdo Nacional” tripartito —el redivivo “pacto social”— que conduzca hacia “un gobierno nacional progresista”. Gobierno que, se colige, podría ser hasta el de Uribe ya que, como fruto del fracaso del referendo, “la prepotencia gubernamental declinó en buena medida”. Definitivamente, don Carlos no se anda con rodeos para solapar a los opresores del pueblo. Ese afán le impide discernir que el llamado Plan B, convertido hoy en Acuerdo Político, puede tener de todo, menos de mengua de la arrogancia oficial. Con éste, Uribe galvanizó a toda la oligarquía en torno a proveer una nueva reforma tributaria; arrasar los regímenes pensionales especiales; producir otra tanda masiva de despidos y de cierres de entidades públicas; promover una ley de ordenamiento territorial tendiente a crear regiones autónomas y a fragmentar la nación; enmendar las normas judiciales para tornarlas todavía más despóticas.

Pero no se vaya a pensar que la “creatividad y audacia” para que “otra Colombia sea posible”, según el empalagoso estribillo que Rodríguez repite a cada paso, terminan en lo dicho. El autoproclamado salvador del movimiento obrero dice, además, que este año será de “organización y de preparación de la movilización del 2005 [más exactamente a partir de agosto]” (subrayado en el original). Esto porque, según nos cuenta, los arúspices de la economía han predicho que para esos días sobrevendrá una crisis generalizada a causa del gasto militar, el servicio de la deuda y las quiebras causadas por el libre comercio. Mientras tanto, para preparar la movilización profetizada, al pueblo le bastará seguir las prescripciones de Rodríguez: “acompañar” a los gobiernos progresistas; concertar con Uribe; implorar un período de gracia para pagar la deuda externa; impulsar el “modelo alternativo de desarrollo” con su economía “mixta y plural”; hacer “un trabajo mancomunado entre los trabajadores y los medianos propietarios” para enfrentar la creciente concentración de la tierra; exigirles a los miembros de las tres ramas del Estado que cada acto suyo “obedezca al interés general”; “defender el Estado Social de Derecho”, sublime objetivo que hoy congrega desde la oligarquía hasta la dócil oposición de centro izquierda en sus distintas vertientes “democráticas”: el Polo, la Alternativa y la Gran Coalición. En fin, que las masas laboriosas se emboten con toda esa bazofia ideológica y no puedan resistir a la embestida del régimen. Que los mandamases impongan las medidas brutales del Acuerdo Político, pero que se tengan bien duro porque el señor Rodríguez en el entretanto y con decisión indomeñable —como también lo consigna en sus paradigmáticos escritos—, matriculará en las aulas de la Universidad Nacional la primera camada de los “20.000 trabajadores en el área social”, que saldrán, con todo y sus diplomas, a ponerse al frente de la lucha… a fines de 2005 o, quizás, de 2006…

Prometer sin iguales batallas para las calendas griegas. Con esta clase de astucias es como Carlos Rodríguez elude su obligación de dirigir la lucha de las martirizadas masas proletarias. Así también actuó a finales de 2002 frente a las reformas laboral, pensional y tributaria, las cuales pretendió “derrotar”, no en las calles, sino con la leguleyada de una “cláusula social de rescisión”, según él, tatequieto definitivo a las pretensiones gubernamentales. Luego, con el fin de encarar la reforma del Estado propuso, al unísono con los demás encumbrados líderes sindicales, la fórmula originalísima de realizar un “paro cívico” a los dos meses de haber entrado a regir las medidas que liquidaron a Telecom y alistaron el abatimiento de Ecopetrol, entre otros desmanes. Más aún, para Rodríguez los demás gobiernos de la década pasada tampoco merecen ni siquiera el mote de neoliberales, habida cuenta de que en su papel de jefe de Sintraelecol ejerció de apaciguador de la protesta ante la entrega de casi todo el estratégico sector eléctrico a las multinacionales. Así pues, el presidente de la CUT, que nunca encuentra causa bastante para combatirlos, termina por tratar como “progresistas” a todos los gobiernos de los explotadores que en el mundo han sido, y a cuantos han de sucederlos.

Las alevosas teorías de Carlos Rodríguez apuntan a sabotear la necesaria resistencia contra Uribe y el imperialismo. Estamos ante una infame conspiración para engatusar a las gentes laboriosas con las argucias de sus enemigos. Quienes así proceden han de ser denunciados y desenmascarados implacablemente entre las amplias masas. No hacerlo equivale a aceptar el dominio eterno de los opresores del pueblo y la nación.

Febrero 19 de 2004


[1] Para una mayor ilustración sobre las políticas “progresistas” de Luis Eduardo Garzón, ver Notas Obreras, El “centro izquierda”, hereda misión de la derecha , por Francisco Cabrera

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