Una supuesta «revolución curricular»
Carta abierta a Francisco Cajiao
Existe una nociva tendencia en la educación pública a negarle a los estudiantes la transmisión de la riqueza científica y cultural creada por la humanidad
Bogotá, 3 de febrero de 2003
El Tiempo
Señor Director:
El 28 de enero pasado, el señor Francisco Cajiao presentó, bajo el título de «Lenguaje no es clase de español», algunos de sus puntos de vista sobre «lo que sería una revolución curricular». Dado el interés primordial que para la sociedad colombiana tiene el tema, nos permitimos expresar, como ciudadanos rasos, nuestras opiniones, agradeciendo de antemano al señor director la acogida que preste a estos comentarios.
Con el argumento de que «la educación, para ser útil y pertinente, debe centrar su mayor esfuerzo en la capacidad que tengan los niños y niñas de comprender el mundo que los rodea y poderlo expresar con sus propias ideas y sentimientos» el señor Cajiao pretende negar la importancia de transmitir al educando conocimientos científicos y culturales básicos. Para él es «absurdo que alguien, por ilustrado que sea, se empeñe en decir a millones de escolares qué deben aprender». Pero la academia existe, precisamente, porque la sociedad considera que a los niños se les debe enseñar, de manera sistemática, unas nociones y unas destrezas indispensables, que no se adquieren fácilmente, ni de manera más o menos cabal, en la escuela de la vida. Siempre los menores aprenden de los adultos, sea en el colegio, en la familia o en la pandilla. Una cosa es que la pedagogía deba sacar el mayor partido de la curiosidad de los estudiantes y otra, muy distinta y falaz, sostener que la mera curiosidad es suficiente.
Pero el ilustre Cajiao se contradice: también cae en el «absurdo» de dictar qué deben y- sobre todo- qué no deben aprender los «millones de escolares». En su ataque a la labor docente dice: «Cuando hay tantas preguntas y deseos, cuando el mundo es tan fascinante, ¿por qué la escuela lo debe reducir a unas cuantas páginas de lo que se supone que es universalmente importante?» Entre las páginas de lo que «se supone universalmente importante» está, por ejemplo Don Quijote. A nuestro juicio, leerlo no empobrece; enriquece y amplía el «mundo fascinante». Como para que no quede piedra sobre piedra en la escuela, el «revolucionario curricular» procede a mofarse de la enseñanza de las ciencias: «…Si una joven sufre los estragos de su primer amor no será sencillo que aprenda de memoria las fórmulas del movimiento uniformemente acelerado…» La misma objeción se puede hacer al estudio de la química, la historia, la comprensión de lectura. Por favor, doctor Cajiao, díganos ¿en los estragos de cuál de los amores se podrá enseñar algo? ¿O considera el aprendizaje de la física y de las demás áreas incompatible con el amor y con la fogosidad juveniles? Para «centrar su mayor esfuerzo en la capacidad…de comprender el mundo…» ¿no es fundamental que la educación forje un carácter, una disciplina, una voluntad capaz de sobreponerse al mero dominio de los instintos? O ¿toda la fórmula de Cajiao consiste en que los jóvenes se abandonen a los goces del amor o del antojo?
¿Se obtendrán las «capacidades para comprender el mundo» ignorando las nociones científicas fundamentales y las obras maestras de la cultura universal?
Para colmo, el señor Cajiao cantaletea que los estudiantes de Inírida no deben saber de «todas» las señales de tránsito de Bogotá o los de Pereira, del canto de los pájaros de Guaviare. ¡Argucias para que prevalezca una educación localista, parroquial!
En síntesis, la revolución o mejor la reacción curricular en marcha busca acabar con las «impertinentes» lecciones de ciencias, literatura y demás, e instruir sólo en lo «pertinente», lo del medio, del contexto inmediato y estrecho. Quizá por ello la Secretaría de Educación de Bogotá ha venido retirando a los profesores de inglés, sistemas, educación física y artes, acabando las instituciones técnicas y atiborrando los salones con más de cuarenta alumnos. Eso sí, los colegios privados más costosos seguirán enseñando todas las áreas mencionadas, incluso desde el preescolar, pues entre mayor capacidad de pago tengan los padres, el «mundo que rodea» a sus hijos es más amplio y la educación «pertinente», más dilatada.
Si la intención es proveer al educando de «herramientas para atrapar información, lógicas para pensar, lenguajes para expresarse», es decir, desarrollar competencias básicas, no es serio creer que esto se logre al margen de la adquisición de conocimientos. Además, qué pensar de una reforma que ofrece dar prioridad a la comprensión de lectura mientras inculca el desprecio por los libros. Quienquiera que lea Vivir para contarla entiende que aprender a escribir exige conocer a los clásicos de la literatura. Qué esperar de una revolución educativa que promete herramientas para atrapar información cuando califica de impertinente el conocimiento científico.
Las abismales diferencias sobre el tema no son obstáculo para recordarle al señor Cajiao, amistosamente, que vivimos un momento en el cual se da mucha importancia a la propiedad intelectual, por lo que sería prudente de su parte reconocer al Banco Mundial la autoría de las tesis que plantea en el artículo aquí comentado.
Alfonso Hernández Forero C.C. 6.816.774 de Sincelejo
Ana Graciela Peña C. C. 41.471.119 de Bogotá
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