A 130 años de la Comuna de París

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Por Alfonso Hernández[*]

«En los más apartados y escondidos parajes se instalarán factorías semejantes entre sí que pondrán en oferta géneros idénticos o parecidos. La inevitable superproducción traerá consigo la estrechez relativa de los mercados, el desempleo, la explosión de los conflictos laborales a una escala jamás conocida. Los problemas de los pueblos continúan siendo los mismos de ayer aunque ahora enfrenten enemigos distintos. Las verdades de Marx y Lenin, lejos de marchitarse, cual lo pregona la burguesía que carece de respuesta para los interrogantes de la actualidad, volverán a ponerse de moda. Parece que el socialismo, al igual de lo acontecido al sistema capitalista, adolecerá de tropiezos y altibajos durante un interregno prolongado, antes del triunfo definitivo. Y los obreros, con sus batallas revolucionarias, proseguirán tejiendo el hilo ininterrumpido de la evolución histórica».
Francisco Mosquera[1]

Desde hace más de una década, la gran burguesía imperialista se lanzó, con renovados bríos, a demoler las conquistas de la clase obrera, a arrasar las empresas rivales por todo el orbe y a derribar las barreras que protegían los mercados de las naciones pobres. A la vez, los monopolios de Estados Unidos se entregaron a una feroz disputa con los de Europa y Japón. El grito de batalla de libertad de mercados apareció como una amenaza para la subsistencia de una porción considerable de la humanidad. Los pregoneros de los mandamases del mundo declararon que la historia había llegado a su fin, que el dominio del sistema capitalista sería perpetuo y que los objetivos proletarios y las reivindicaciones socialistas habían perecido para siempre. La lucha de clases y la de liberación nacional fueron declaradas obsoletas y al marxismo, una vez más, se le expidió certificado de defunción.

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Las predicciones de los «científicos sociales» a sueldo resultaron erradas de palmo a palmo. Las crisis económicas, secuela del saqueo, se suceden y las batallas de los inconformes en vez de disminuir, se agigantan y proliferan. Los obreros de Daewoo contienden con la policía coreana, enfrentando la amenaza del desempleo y la toma de esa compañía por General Motors. En Argentina no cesan las movilizaciones de trabajadores contra las políticas del Fondo Monetario Internacional. Los indígenas y campesinos de Bolivia y Ecuador mantienen en permanente agitación a esas naciones. Empleados públicos y maestros, en diversas latitudes, expresan indignación y rechazo por la conculcación de sus derechos. En las propias metrópolis se siente la protesta de los trabajadores. Ya no hay reunión de las entidades encargadas de trazar y adelantar la política imperialista que no sea objeto de un 1masivo repudio, sea en Seattle o en Washington, en Bruselas o en Davos.

Como lo señala Francisco Mosquera, el marxismo y el socialismo cobran aún mayor actualidad. Es por ello de cardinal importancia que el proletariado consciente repase sus experiencias internacionales y tome las lecciones necesarias en un periodo en el que, en medio de inmensas dificultades, ha de ponerse al frente de transformaciones históricas de una profundidad y extensión nunca antes vistas.

Una de la batallas más memorables y ricas en enseñanzas fue la Comuna de París, primera ocasión en que el proletariado revolucionario conquistó el poder político. El 19 de julio de 1870, Napoleón III desató contra Prusia una guerra movida por intereses dinásticos y financieros. Mientras que la burguesía se entregaba a la conflagración, el proletariado, guiado por la Asociación Internacional de los Trabajadores, denunciaba el carácter rapaz del conflicto. En Réveil, periódico parisiense, en un manifiesto A los obreros de todas las naciones, se decía: «¡Obreros de Francia, de Alemania, de España! ¡Unamos nuestras voces en un grito unánime de reprobación contra la guerra!… ¡Guerrear por una cuestión de preponderancia o por una dinastía tiene que ser forzosamente considerado por los obreros como un absurdo criminal! (…) ¡Hermanos de Alemania! ¡Nuestras disensiones no harían más que asegurar el triunfo completo del despotismo en ambas orillas del Rin!» A su vez, la clase obrera alemana se esfuerza porque el gobierno de Bismarck limite las hostilidades a repeler el ataque, sin agredir a Francia. El obrerismo da una hermosa lección de espíritu internacionalista.

El 2 de septiembre de 1870, el ejército prusiano derrota en Sedán a los ejércitos del emperador, quien es tomado prisionero con parte considerable de sus tropas. La guerra, como lo había previsto Marx, da al traste con el Segundo Imperio, y el 4 de septiembre del mismo año, en medio de un levantamiento obrero en París, se proclama la República de Francia y se forma el Gobierno de la Defensa Nacional. Este importante triunfo democrático fue usurpado al instante por personajes como Adolfo Thiers y Luis Julio Trochu, quienes aliados con otros representantes de la gran burguesía financiera y de una rama de la casa de Orleáns, establecen el gobierno en el Hotel de Ville. Tras la victoria en Sedán, el rey Guillermo I de Prusia emprende la ocupación de Francia, mientras que los obreros alemanes exigen que se reconozca la república francesa. Marx celebra su advenimiento, pero no deja de señalar los peligros que se ciernen, principalmente por la catadura de clase de Thiers y demás personajes que se han empotrado en el poder; no se ha derribado el trono, se ha reemplazado; y los orleanistas se han apoderado de los cargos con gran poder efectivo como la policía y el ejército. «Marx puso en guardia al proletariado francés contra el peligro de dejarse llevar del entusiasmo por una falsa idea nacional (…) si en 1789 la lucha contra la reacción de toda Europa unía a toda la nación revolucionaria, ahora el proletariado ya no podía fundir sus intereses con los intereses de otras clases, que le eran hostiles; (…) la misión del proletariado era luchar por la emancipación socialista del trabajo frente al yugo de la burguesía».[2]

En el Segundo Manifiesto del Consejo de la Internacional, Marx advierte que la situación de la clase obrera francesa es sumamente difícil: cualquier intento de derribar al gobierno republicano, con el enemigo llamando casi a las puertas de París, sería una locura desesperada. Aconseja a los proletarios que aprovechen serena y resueltamente las oportunidades que les ofrece la libertad republicana para organizar a su propia clase. De la fuerza y prudencia del proletariado, dice, depende la suerte de la República.

El Gobierno de la Defensa Nacional pronto se convierte en el gobierno de traición nacional. Se niega a armar al pueblo, medida indispensable para afrontar el ataque alemán y ya el 31 de octubre de 1870, anuncia el comienzo de negociaciones con los prusianos. Como respuesta, los obreros se sublevan, toman el Ayuntamiento y crean el Comité de Salud Pública, órgano de poder revolucionario, en el que se elige a Luis Augusto Blanqui, quien se encontraba preso. Thiers recurre a los batallones del ejército y retoma el Ayuntamiento.

El 28 de enero de 1871 el gobierno burgués capituló ante Bismarck, y entonces Thiers, apoyado por Prusia se abalanzó contra París sublevado, pero fue rechazado y tuvo que batirse en retirada ante la respuesta de los sublevados y todo el gobierno hubo de huir a Versalles.

París tenía dos caminos: rendir las armas o seguir luchando como el campeón abnegado de Francia. La ciudad, extenuada por cinco meses de hambre, no vaciló. A partir del 18 de marzo, hace 130 años, a los gritos de ¡Vive la Commune!, la revolución obrera se adueñó de París, dando comienzo al primer poder obrero de la historia de la humanidad. «Marx, que en septiembre de 1870 consideraba la insurrección como una locura, en abril de 1871, al ver el carácter popular y de masas del movimiento, lo trata con la máxima atención de quien participa en los grandes acontecimientos que marcan un paso adelante en el histórico movimiento revolucionario mundial»Ibid. Marx, con gran entusiasmo destacó el arrojo de estos obreros que toman el cielo por asalto: «¡Qué flexibilidad, qué iniciativa histórica y qué capacidad de sacrificio tienen estos parisienses. (…) La historia no conoce todavía otro ejemplo de heroísmo semejante».

La bandera roja ondeó en el Hôtel de Ville y los proletarios, de oprimidos y humillados pasaron a dirigir la sociedad, adoptando disposiciones que llenaron de espanto y odio a los explotadores, pero de alegría y entusiasmo a los pueblos. A lo largo de Europa se celebraron mítines de respaldo a la hazaña de los comuneros.

El Comité Central de la Guardia Nacional se constituyó en gobierno provisional y acometió la gloriosa tarea de transformar a París de acuerdo con los intereses de la clase obrera. Sin embargo, incurrió en dos graves errores: se mantuvo en una actitud meramente defensiva, no marchó sobre Versalles, adonde se había retirado en derrota el gobierno burgués de Thiers, con lo cual, en vez de aniquilarlo, le dio tiempo a que se recuperara y reiniciara el ataque contrarrevolucionario. Además, con santo temor «aquellos hombres se detuvieron respetuosamente en los umbrales del Banco de Francia. Fue este un error político muy grave. El Banco de Francia en manos de la Comuna hubiera valido más que diez mil rehenes. Hubiera significado la presión de toda la burguesía francesa sobre el gobierno de Versalles para que negociase la paz con la Comuna» (Engels, pág. 196)[3]

No obstante, fueron muchas las medidas que tomó la Comuna que señalan un camino para los trabajadores. París resistió porque se deshizo del ejército y lo sustituyó por la Guardia Nacional, que fue el primer decreto de la Comuna; al ejército permanente lo reemplazó el pueblo en armas. Como señaló Marx: «El proletariado no puede simplemente tomar el control de la máquina del Estado», debe destruirla y crear su propio órgano de poder.

La Comuna estaba formada por consejeros municipales elegidos por sufragio universal en los diversos distritos; responsables ante sus electores, podían ser revocados por ellos en cualquier momento. Era una corporación de trabajo, a la vez legislativa y ejecutiva. Los sueldos de los funcionarios tenían un monto similar al de los obreros.

El antiguo gobierno centralizado tendría que dar paso a la autoadministración de los productores; una asamblea nacional constituida por los delegados de las provincias garantizaría la unidad y organizaría a la nación, factor poderoso de la producción social, mediante un régimen comunal. La Comuna decretó la separación de la Iglesia y el Estado y liberó la enseñanza de la influencia de esas dos instituciones. Además, estableció la educación gratuita. Los órganos puramente represivos del Estado habían de ser amputados; los necesarios, arrancados al control de los usurpadores. Así la Comuna dotó a la república de instituciones auténticamente democráticas. Su fin último era emancipar el trabajo, pues la dominación política de los productores es incompatible con la perpetuación de su esclavitud social. La Comuna buscaba la expropiación de los expropiadores.

Por primera vez en la historia, los obreros tomaron el trabajo de sus superiores «naturales»; es decir, la iniciativa en la dirección de la sociedad. Justamente, la labor del partido del proletariado consiste en poner en pie a los oprimidos y en dar seguridad y altivez a los humildes para que se labren su propio destino.

Desde el comienzo, el obrerismo buscó la alianza con los pequeños productores, prorrogó el pago de las deudas por tres años y abolió sus intereses. Salvó así a los tenderos y artesanos, que estaban arruinados. Abolió el trabajo nocturno para una serie de actividades y prohibió a los patrones imponer multas a los trabajadores. Las fábricas y los talleres que estaban cerrados por los traidores, los entregó a las asociaciones obreras. La Unión republicana, partido de la clase media, se puso bajo la bandera de la Comuna apenas el gobierno huyó a Versalles. A los campesinos la Comuna los habría redimido de los costos de la guerra y de la opresión de los tiranos. Los obreros decían a los labriegos: nuestro triunfo es vuestra única esperanza.

La Comuna fue un gobierno verdaderamente nacional de Francia, en él estaba representado todo lo sano de la nación y luchó con denuedo contra la agresión prusiana, pero, a la vez, era un gobierno internacional, tendía la mano al proletariado de los distintos países y en su dirección participaron alemanes y polacos.

La Comuna «no pretendía tener el don de la infalibilidad, que se atribuían sin excepción todos los gobiernos de viejo tipo. Publicaba sus hechos y sus dichos y daba a conocer al público todas sus imperfecciones».[4]

Sin embargo, luego de firmar bajo condiciones vergonzosas la paz con Bismarck, y con el apoyo de éste al entregarle los prisioneros de guerra para que fortalecieran las fuerzas de asalto contra la Comuna, Thiers pasó a la contraofensiva. Sus carniceros entraron a París el 21 de mayo, teniendo que afrontar la heroica resistencia de hombres, mujeres y niños, quienes, aunque extenuados por el cerco y el hambre combatieron con denuedo hasta el 28 de mayo, día en que los últimos luchadores sucumbieron en las faldas de Belleville.

El asiduo trabajo de Marx garantizó que las enseñanzas de la Comuna se convirtieran en patrimonio del proletariado y fueran asimiladas por los luchadores en el transcurso mismo de los acontecimientos. Como ya se dijo arriba, el 19 de julio de 1870 estalló la guerra franco-prusiana y el 23 de julio se publicaba el Primer Manifiesto de la Asociación Internacional de los Trabajadores, redactado por Marx, trazando orientaciones frente al conflicto. El 4 de septiembre se proclamó la República y el 9 se publicó el Segundo Manifiesto. El 28 de mayo de mayo de 1871 fue derrotada la Comuna y ya el 30, dos días después, Marx leía al Consejo General el texto de esbozo de la significación histórica de tan importante acontecimiento.

Del estudio de esta experiencia y de las batallas de los bolcheviques y de los comunistas chinos, entre otros, las clases revolucionarias obtendrán luces para proseguir su avance hacia la conquista de la democracia popular y el fin de la explotación del hombre por el hombre.


[*] Publicado en Tribuna Roja Nº 84, julio 14 de 2001.


NOTAS

[1]. Francisco Mosquera, Resistencia civil, «Hagamos del debate un cursillo que eduque a las masas». Pág. 490. Editorial Tribuna Roja, 1995.

[2]. Lenin. Enseñanzas de la Comuna. Pág 20

[3]. Engels, en «Guerra civil en Francia». Obras escogidas de Marx y Engels. Editorial Progreso, 1976, pág 196.

[4]. Marx y Engels. Op cit, pág 242.

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