Una batalla ejemplar

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Se atrevieron a denunciar con claridad, y lograron que los medios de comunicación reconocieran, que en los cultivos de flores las empresas incumplen los pagos de salud, pensiones y cesantías, se apropian de los dineros que para ellos deducen de la nómina y no cumplen con las quincenas.

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La lucha que han venido librando los trabajadores afiliados a Sintraguacarí-Untraflores desde el momento en que fundaron el sindicato, el 4 septiembre, arroja luz sobre las condiciones laborales oprobiosas que se viven en la floricultura y entraña lecciones de importancia mayúscula para la brega proletaria.

Aunque suman apenas un centenar, se atrevieron a denunciar con claridad, y lograron que los medios de comunicación reconocieran, que en los cultivos de flores las empresas incumplen los pagos de salud, pensiones y cesantías, se apropian de los dineros que para ellos deducen de la nómina y no cumplen con las quincenas. A diario pisotean los derechos básicos, presionan y engatusan al personal para que renuncie a los contratos que ha tenido por años y se someta al régimen de cooperativas; despiden a personas que tienen restricciones médicas y niegan los permisos para las consultas; hacen despidos colectivos no autorizados y se roban las indemnizaciones; ni siquiera pagan al destituido los dineros que le adeudan, quien tiene que acudir a la pagaduría una y otra vez, como si pidiera limosna. Ya es común ver a grupos de trabajadores angustiados tener que abandonar un empleo en el que cada fecha de pago se posterga y pasar a otro en donde tampoco les cumplen. Aun cuando laboran jornadas agobiantes el sueldo, si lo reciben, no les alcanza para llevar el pan a sus hogares o solventar el arrendamiento.

En la contienda ya por sobrevivir o por apañar una porción mayor de las exportaciones, en medio de la revaluación —resultado, a su vez, de las hostilidades entre las potencias económicas del globo— los capitalistas de flores han tomado por el atajo de robarse los sueldos de cuanto trabajador puedan, de imponer un salario muy inferior al mínimo legal y evadir las contribuciones patronales a la seguridad social, subsidio familiar y demás. Para ello, el grupo Nannetti y otros de la misma índole idearon la paga a destajo: una pequeña suma por el corte de cada flor, por el cuidado de cada cama, por el desbotone de un tallo. Aparentemente, el obrero, trabajando más largas, intensas e insalubres jornadas, puede devengar unos pesos más, pero cuando de ese monto se deducen las cotizaciones, tanto patronales como del operario, para salud, pensiones y los aportes parafiscales para el SENA, el Bienestar Familiar y las Cajas de Compensación se ve cuánto distan del salario mínimo, desventaja que se agudizará en las temporadas bajas y en la medida en que se logre entrampar a la masa en el “nuevo” sistema. Con tal artimaña se busca no sólo acrecer la explotación, sino también agudizar la competencia entre los asalariados, privarlos de las cesantías, de estabilidad y negarles todo derecho.

Esta situación, cada día más agobiante, no ha provocado una respuesta generalizada de los proletarios debido a varios factores conjugados: uno, el despotismo que predomina en los cultivos, en donde el menor reclamo o solicitud se responde con ignominias, sanciones o despidos; otro, la política estatal, que ha instaurado una legislación cada vez más a gusto de los explotadores y unos trámites frente a los que zozobra cualquier queja, por justa que sea; además, los funcionarios de la “protección social”, que saben por instinto por cuál eslabón se rompe la cadena, asumen una actitud arrogante, desdeñosa o evasiva con los humildes que claman porque se les proteja de alguna de las tantas iniquidades.

Hay un factor adicional, quizás el más nefasto. El capital se las ha arreglado para que las propias organizaciones obreras se pongan de su lado. Los viejos dirigentes sindicales, como ocurre con los de Sinaltraflor, han mantenido una conducta tan abyecta que se han convertido en delatores en vez de defensores de los asalariados inconformes. A los redomados patronalistas de antaño se han venido a sumar los de nuevo cuño, patrocinados por algunos miembros del Comité Ejecutivo de la Central Unitaria de Trabajadores, CUT, quienes no han tenido pudor alguno para difamar de protestas tan legítimas como la que estalló en Guacarí.

Tantos años soportando las injusticias sin posibilidad de hacerse valer, han conducido a que los obreros arrastren con resignación cadenas cada vez más pesadas. En un país como Colombia, con porcentajes tan elevados de desempleo, la mano de obra es víctima del chantaje permanente: si no se somete de buena gana a los vejámenes, pierde el puesto. Los hacendados de flores han usado y abusado de esta amenaza; repiten que dicha industria está en riesgo a causa de la revaluación y de la competencia de otras naciones; por boca de economistas a sueldo sostienen que el salario mínimo es muy alto en Colombia y que no les permite competir. Concluyen sindicando de querer acabar las empresas a quien se atreve a reclamar la mísera paga o a pedir que se abonen los dineros a las EPS para poder recibir atención. Organizar un sindicato es para estos democráticos capitalistas un verdadero crimen; cesar actividades por el incumplimiento flagrante de las obligaciones laborales constituye para los iracundos violadores de las básicas estipulaciones de ley, una vía de hecho, un acto lindante con el terrorismo.

Paradójicamente, quienes en muchos casos han venido acabando las empresas han sido los grandes accionistas, quienes, en vez de apuntalarlas, las han desvalijado, movidos por el ansia de lucro rápido, y ante las dificultades económicas originadas en la apertura económica que ellos mismos han apoyado. También despluman al Estado, a los proveedores, a los transportadores, a los obreros. El diario El Espectador dio a conocer cómo distintas firmas floricultoras han obtenido empréstitos blandos del Banco Agrario por más de 224 mil millones de pesos, otorgados supuestamente para garantizar los empleos en medio de la apreciación de la moneda colombiana. Pero los despidos masivos son cotidianos y los salarios no se pagan. Para colmo, el Banagrario ha tenido que reconocer que el cobro de esas acreencias está bastante embolatado. Entre los beneficiarios de este nuevo “Agro Ingreso Seguro” figuran los Nannetti, quienes recibieron una suma multimillonaria. Los Mejía, propietarios de la liquidada Benilda S.A., que se embolsillaron más de nueve mil millones de pesos del Estado, al cual le dieron como “garantía” acciones de una sociedad quebrada; también saquearon el Fondo de Empleados y trataron de quedarse con los demás dineros de los trabajadores, sólo que Untraflores les salió al paso y les impidió completar el fraude. En esa lista de quienes se han ganado el Baloto sin comprarlo aparecen también Falcon Farms y otras plantíos en donde imperan condiciones laborales dignas de incluirse en la historia universal de la infamia.

Según lo dice El Espectador, parte de los recursos concedidos por el Banco Agrario, en vez de invertirse en fincas de flores se giraron al exterior. En repetidos casos se ha comprobado que los dueños desmantelan las empresas y se llevan al extranjero el capital; por ello, no pagan las deudas laborales ni comerciales y cuando los acreedores los van a ejecutar, se encuentran con que lo que pertenece a las compañías es insuficiente para cubrir las deudas. No es extraño que el cómplice de estos manejos haya sido el ex ministro Andrés Felipe Arias, ya famoso por el dolo con el que manejó la cartera de Agricultura. La verdad es la contraria de lo que aseguran los ricachos de las flores. Defender las empresas y el empleo exige denunciar estas fechorías, salir a protestar e impedir que los grandes accionistas las ahoguen en deudas impagables, mientras ocultan en los paraísos financieros los caudales que les saquean. La huelga de Guacarí traza una línea de salvaguardia de las compañías y de los puestos de trabajo.

Desafiando todas estas canalladas se levantaron los cien sindicalizados de Guacarí; su valor enseña a los cien mil trabajadores de la floricultura que tienen que unirse para poner freno a los atropellos; sus desvelos, sus sacrificios reivindican la causa de todos los floristeros; su actitud resuelta sembró espanto entre los expoliadores, quienes comprendieron que cada vez que ultrajen a un operario en el cultivo, a una mujer en la postcosecha, o despojen a alguno de lo que ha ganado con el sudor de la frente, el agredido se sentirá empujado a seguir el camino de batalla desbrozado por ese pequeño destacamento proletario.

Es reconfortante ver cómo un grupo, a pesar de ser minoritario dentro de la propia empresa, tiene la audacia de iniciar la lucha sin esperar a que hasta el último asalariado se atreva a dar el paso. Mostraron el valor de Manuela Beltrán, quien rompió los avisos de los nuevos impuestos de la Corona española, y con su intrepidez dio comienzo a la Revolución de los Comuneros. Entendieron que ante el maltrato alguien tiene que levantarse el primero, dar el ejemplo que habrán de seguir en números crecientes los jornaleros.

Iniciada la lucha, persistieron en ella y afrontaron resueltamente todos los obstáculos y riesgos. Los Nannetti, marrulleros expertos, acudieron a todos los engaños que les son propios: dijeron que el sindicato no se había conformado legalmente, que requería la aprobación de la gerencia; aparentaron ánimo negociador, pero vetaron como voceros legítimos a los dirigentes obreros, a los asesores de la organización y a quienes habían sido arbitrariamente despedidos. Alegaron, incluso, que “conversarían” con todo los participantes en la lucha, en una maniobra con la que procuraban dividir a los huelguistas. Estos se mantuvieron firmes, si los Nannetti querían entablar negociaciones, tendrían que hacerlo con los voceros escogidos por los trabajadores y renunciar a cualquier intento de desconocerlos.

Finalmente, los obstinados capitalistas tuvieron que acceder a este punto. Iniciadas las tratativas, el Ministerio de la Protección, entidad responsable de hacer cumplir las normas sobre los aportes a la seguridad social, en vez de amonestar a los patrones por su conducta ilegal, fungió de supuesto componedor, con lo que se convirtió en cómplice de los abusos de los Nannetti y sus socios.

Estos, que acusaron al sindicato de intransigente, en ningún momento ofrecieron pagar cumplidamente las quincenas ni consignar de inmediato los dineros de salud y pensiones que adeudan. Mientras los empresarios se encarnizaban contra los luchadores de Guacarí, los dirigentes de Sintrasplendor y Untrafragancia, con el patrocinio de la CUT, firmaron el 13 de septiembre el Acta de Visita del Ministerio de la Protección Social, en la cual la empresa trató de justificar su anómala conducta y se dio los plazos que le vinieron en gana para el pago de la seguridad social y demás renglones laborales en mora; los líderes aludidos llamaron a esas explicaciones de los patrones “acuerdo”, en el que no se atrevieron ni a demandar el cumplimiento en el pago de las quincenas. Para lo único que servía la postrada concesión era para apaciguar la inconformidad de las bases, a las que se les hizo creer que se había conseguido algo. Los de Splendor llegaron a guardar un silencio alcahuete con que C.I. Splendor Flowers utilizara dineros del Fondo de Empleados para hacer abonos a las quincenas atrasadas. Así eludieron esos resbaladizos dirigentes sindicales su deber de convocar a los obreros a defender sus derechos, y dejaron solos a los de Guacarí, con lo que les facilitaron todo a los patrones.

Tomando ventaja de esto, los Nannetti acudieron a uno de esos comandantes de policía proclives a servir los intereses de los adinerados, quien procedió con su tropa a bastonazos y con gases lacrimógenos contra los inermes obreros de Guacarí. El oficial ordenó atacar mujeres embarazadas, ancianos, destruir las carpas y los fogones donde se preparaba la comida, y puso al destacamento de la fuerza pública como escolta privada de los camiones contratados por Agrícola Guacarí para sacar la flor de la empresa. Este acto desnuda la actitud de los Nannetti: acuden a la violencia para no pagar sus obligaciones laborales.

Ni siquiera ese asalto fue capaz de doblegar a los valerosos huelguistas. Por el contrario, su ánimo combativo se redobló, a gritos manifestaron que no permitirían que con tan delincuencial acto los Nannetti se salieran con las suyas. Mantuvieron en todo momento una política de persuadir, de atraer a los compañeros de trabajo que se mostraron renuentes a participar del movimiento. A la vez, procuraron que otras de las empresas del mismo consorcio se sumaran a la lucha. Bajo la dirección de Untraflores adelantaron una campaña de concienciación en otras plantaciones; los guiaba una perspectiva de conjunto, ya que se preocuparon no sólo por sus propias reivindicaciones sino por las de todos los floristeros. De no haber sido por la pusilanimidad de los directivos de Sintrasplendor y Untrafragancia, centenares de trabajadores de varias de las fincas de los Nannetti se habrían sumado a la pelea y éstos habrían tenido que negociar.

Mientras que ellos propusieron una acción coordinada de los miles de afectados, las direcciones vacilantes de los sindicatos de otras firmas fueron reacias para iniciar la pelea y presurosas para levantarla. Apoltronados en los cargos directivos, desdeñan la atención de los problemas de los afiliados, no se preocupan por educar sindical ni políticamente a las bases y su disputa con los patronalistas ha perdido todo significado de clase, se limita a una competencia por ver quién organiza mejor la fiesta decembrina.

Presionados por la masa y por el empuje de Untraflores, Sintrasplendor y Untrafragancia salieron a un paro fugaz. Los floristeros pudieron apreciar en esos días una lucha auténtica y una parodia de ella. A no dudar, los asalariados de esas firmas han de pedirles cuentas a sus dirigentes por una conducta tan inconsecuente.

Los Nannetti, felices con esa blandenguería, procedieron a suscribir con Sinaltraflor y el decano de los traidores, Adriano Figueroa, un documento en el que se tomaban un plazo ilegal para amortizar la seguridad social e imponían nuevas dilaciones a las fechas de pago de las quincenas. Preparaban así las condiciones para arremeter con mayor violencia contra el paro, que se había mantenido durante más de quince días. La acción concertada de hecho de los dirigentes de Sinaltraflor, Sintrasplendor y Untrafragancia permitió que los Nannetti aislaran a los ya agotados huelguistas.

Dadas esas circunstancias adversas, Untraflores y Sintraguacarí tomaron la determinación de levantar de manera unilateral el cese de actividades y elaborar un acta en la que consignaron su voluntad de continuar luchando por las reivindicaciones ya mencionadas. Tanto la declaratoria del paro como su finalización fueron disposiciones adoptadas con miras a librar el combate en las mejores condiciones posibles. No se firmaron convenios que, sin alcanzar algún objetivo de importancia, se erigieran en impedimentos para proseguir la lid. No hubo en esas decisiones asomo de claudicación o entrega.

Sin llegar a ningún acuerdo, los cien huelguistas se reintegraron al trabajo el sábado 24 de septiembre. Agrícola Guacarí se vio forzada a reintegrar a los directivos del sindicato y a suspender su campaña para obligar a los trabajadores a renunciar a su contrato laboral y a vincularse a través de cooperativas. Pero ha implantado querellas ante la Inspección de Policía del municipio de Tocancipá acusando a los activistas de haber causado destrozos y ha procedido a descontar los salarios del tiempo de huelga. Igualmente, mantiene persigue y discrimina a quienes están afiliados a la organización.

No obstante todo ello, lo más encomiable consiste en que la totalidad de los miembros de Sintraguacarí se mantiene firme, no se ha dejado atemorizar, desdeña los chantajes y amenazas y ha mostrado un coraje y una persistencia que anuncian una alborada de luchas proletarias en la floricultura.

Bien claro está que los Nannetti buscan calumniar como terroristas a quienes osaron protestar. Como su conducta arbitraria e ilegal es indefensable, se proponen falsear los hechos y, de manera infame, acusan al sindicato de querer incendiar los cultivos y de otros actos semejantes. Sintraguacarí ha sido enfático en manifestar que no pretende destruir las labranzas ni causar daño alguno a la compañía, pero que la difamación no lo hará echar pie atrás y que persistirá en su batallar por reivindicaciones tan básicas como las que ya se han mencionado. Tanto los directivos de la asociación gremial como las bases han constituido un sólido haz de voluntades. Las nuevas provocaciones y canalladas de los Nannetti no lograrán nada distinto que vigorizar el brío combativo.

Los avances obtenidos en Guacarí constituyen un valioso fruto de la brega que durante una década ha adelantado Untraflores, en la que no ha descuidado ni los aspectos ideológicos ni los prácticos, como bien lo atestiguan las huelgas de Benilda y de Flores la Sabana, la persistencia de sus activistas en Santa Bárbara y en numerosas fincas más y las orientaciones certeras del periódico Florecer. Sin desmayo ha lidiado contra las ideas que propalan los explotadores, con las cuales intentan facilitar el sojuzgamiento. También ha batallado para desnudar las maromas de quienes, a pesar de ser asalariados, se prestan vilmente como puntal de los opresores. El que deserten los vacilantes no es motivo de consternación, ya que, más temprano que tarde, los obreros lucharán, desafiarán todos los obstáculos que les traten de interponer las oligarquías y desecharán con absoluto desprecio a los entreguistas y vacilantes, que sólo pelechan en momentos de confusión y abatimiento.

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