Torturas hunden en el descrédito a la pandilla de Bush

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Por Francisco Cabrera
Las imágenes que el mundo ha conocid o sobre las torturas en la prisión de Abu Ghraib, en Irak, cayeron como una bomba sobre la administración de George Bush. La indignación contra los Estados Unidos en el mundo Árabe dejó en serias dificultades la política imperialista en el Medio Oriente y desató una condena global de enormes proporciones. Si la invasión puso al descubierto hasta dónde puede llegar la codicia de la plutocracia petrolera norteamericana, las fotografías que comenzaron a circular el pasado 28 de abril no dejan ninguna duda sobre la hipocresía de las posiciones gringas en materia de “derechos humanos”

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{mosimage}Lo acontecido en las prisiones de Abu Ghraib en Irak y en Guantánamo, Cuba

Por Francisco Cabrera
Las imágenes que el mundo ha conocid o sobre las torturas en la prisión de Abu Ghraib, en Irak, cayeron como una bomba sobre la administración de George Bush. La indignación contra los Estados Unidos en el mundo Árabe dejó en serias dificultades la política imperialista en el Medio Oriente y desató una condena global de enormes proporciones. Si la invasión puso al descubierto hasta dónde puede llegar la codicia de la plutocracia petrolera norteamericana, las fotografías que comenzaron a circular el pasado 28 de abril no dejan ninguna duda sobre la hipocresía de las posiciones gringas en materia de “derechos humanos”

Bush y Rumsfeld salieron farisaicamente a rasgarse las vestiduras y a señalar que se trataba de “casos aislados”, de algunas “manzanas podridas”, y anunciaron una “amplia investigación” y “castigo para los responsables”. Sin embargo, las cosas para la pandilla que mangonea desde Washington no serán tan fáciles pues la gravedad de los hechos crece con cada día que pasa y el dedo acusador señala hacia la Casa Blanca.

{mosimage}El pasado 12 de mayo, el Pentágono se vio obligado a presentar ante el Congreso, en una sesión secreta, 1.600 fotografías cuya crudeza provocó conmoción entre muchos senadores, hasta el punto que uno de ellos declaró que había sido un “descenso a los infiernos”. En las imágenes se ve a prisioneros obligados a actos de sodomía, otros con mordeduras de perro, mujeres forzadas a mostrar los senos y varios cadáveres, para mencionar solo algunos casos.

Las fotos no son más que la punta de un iceberg. El Comité Internacional de la Cruz Roja señala que las torturas y vejámenes constituyen un comportamiento sistemático de los organismos de seguridad norteamericanos, que “las fotos son escandalosas, pero nuestros informes son peores aún” y que desde hace tiempo viene reclamando ante las autoridades estadounidenses, las cuales respondieron siempre con total indiferencia. Amnistía Internacional ha acusado a las fuerzas norteamericanas y británicas de “crímenes de guerra”, y las culpa de la muerte de varios civiles indefensos.

Los soldados comprometidos en los hechos han declarado que recibían órdenes de sus superiores. El diario The Washington Post publicó un mensaje de la soldado Sabrina D. Harman —quien aparece en una de las fotografías riendo tras una pirámide de prisioneros desnudos y encapuchados— en el que confiesa que “el trabajo de la policía militar era mantener a los prisioneros despiertos, hacer que vivieran en un infierno para que hablaran en los interrogatorios, para lo cual no había reglas”. El Tiempo localizó en Carolina del Norte a un soldado del Ejército de Estados Unidos quien contó:

“Estábamos en la mitad de una requisa a un carro que estaba con tres iraquíes, y les encontraron un arma. Entonces, los que hicieron la requisa perdieron el control, amarraron a dos con cinta y los tiraron al río. Los dejaron que se hundieran y allí debieron haber muerto”.

{mosimage}“En Samara; en una de esas búsquedas alguien nos indicó que uno de los que estábamos buscando estaba en una casa. Entramos a la casa y uno de los oficiales preguntó el nombre de la persona. Uno de los habitantes de la casa dijo que era él, y el oficial, sin mediar palabra, sacó su arma y lo mató, sin juicio” (El Tiempo, 6 de mayo de 2004).

En la búsqueda de los verdaderos culpables de las torturas y asesinatos en Irak, todos los caminos conducen a la Casa Blanca y, en particular, comprometen al Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, a quien Bush no logra sacar de los aprietos, pese a los desesperados esfuerzos que hace por presentarlo como un “héroe nacional”.

Rumsfeld y Guantánamo

El 30 de abril, The Washington Post informó que el General Geoffrey D. Miller había sido transferido para supervisar el trato a 8.000 prisioneros en Irak. El oficial se desempeñaba como comandante del campo de prisioneros en Guantánamo, Cuba, en donde se encuentran confinados unos 600 presuntos combatientes talibanes y miembros de Al Qaeda procedentes de 40 países, sin que contra ellos exista acusación formal y privados de cualquier posibilidad de defensa.

{mosimage}El 9 de mayo, el mismo diario reveló que el Pentágono aprobó desde abril de 2003 veinte “técnicas duras” de interrogatorio —léase torturas— en Guantánamo, dentro de las cuales se cuentan la privación o modificación del ritmo del sueño, la exposición al frío o al calor y los asaltos sensoriales, que consisten en exponer a los presos a música a volumen elevado o a luces potentes. Según el periódico, en la aprobación de estos métodos está involucrado el Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld.

El 15 de mayo, la prestigiosa revista New Yorker publicó un artículo del periodista Seymour Hersh, quien afirma que Donald Rumsfeld y Stephen Cambone, subsecretario de Defensa para labores de Inteligencia, decidieron extender, el año pasado, el programa del Pentágono para la cacería de miembros de Al Qaeda en Afganistán, a la cárcel Abu Ghraib, de Bagdad. El mencionado programa ordena incluir torturas en los interrogatorios a los presos. Según el artículo, “el operativo inicial autorizado por Rumsfeld dio aprobación indiscriminada para asesinar, capturar e interrogar objetivos ‘valiosos’ en la lucha contra el terrorismo”. El programa recibió la sanción de la asesora de seguridad nacional, Condoleezza Rice, y de él tuvo conocimiento el propio George Bush.

Lo sucedido en las cárceles de Guantánamo y Abu Ghraib es aberrante, pero no es la primera vez que los organismos de inteligencia norteamericanos utilizan semejantes procedimientos; ésta ha sido una práctica constante. Tienen, incluso, una escuela para torturadores, la Escuela de las Américas, SOA, en la que han recibido entrenamiento decenas de miles de militares latinoamericanos y cuyos manuales “abogaban por el uso de ‘intimidación y violencia’, ‘dolor’ y ‘debilitamiento’ físico y moral a la hora de interrogar a insurgentes u opositores y en labores de contrainteligencia’”, como se desprende de documentos secretos periódicamente desclasificados por el gobierno de Estados Unidos (El Tiempo, mayo 15 de 2004).

Con el paso de los días, el conocimiento de más y más hechos seguirá arrojando luz sobre la naturaleza fascista de la cúpula gringa. Como todos los grandes imperios de la historia, el norteamericano acusa cada vez más los síntomas de la decadencia. Cada nueva aventura bélica antes que fortalecerlo lo debilitará; con cada uno de sus actos arremolinará contra sí el odio de los pueblos y hará más próximo el día de su derrumbe definitivo.

Mayo 17 de 2003

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