Reflexiones alrededor de una conferencia

Notas Obreras publica el artículo de la profesora Ana Graciela Peña en el que desnuda las falacias de los pregoneros de la política educativa oficial, tanto en el Distrito como en la Nación.

Por Ana Graciela Peña 

La video-conferencia del señor Marco Raúl Mejía “La globalización y sus efectos en la escuela” es uno de los tantos materiales que el Ministerio de Educación Nacional presentó a los maestros colombianos para darle piso teórico a la reforma educativa.

Enredadas en una  maraña de datos, cifras y referencias bibliográficas el autor expone sus puntos de vista sobre las características del mundo moderno y por las cuales el sistema educativo colombiano debe reformarse. Grosso modo ellas son:

1 – La escuela colombiana se quedó con las bases teóricas del siglo XVIII

2 – La tecnología ha cambiado la forma de aprender

3-  La memoria ha perdido la importancia de antaño

4 – El conocimiento científico tiene la misma validez que otros saberes

5 – Existen otros espacios de aprendizajes diferentes al ámbito escolar

6-  Los jóvenes actuales tienen un lenguaje corporal para expresar su interioridad

Como uno de los propósitos de la escuela actual es el de formar personas críticas y analíticas, haré el ejercicio para enseñar con el ejemplo.

En primer lugar, considero que la escuela es una institución y por ende su estructura tendrá que ser rígida y fuerte, con firmes bases que resistan los avatares de  modas y tendencias. La escuela, al igual que la lengua, debe permitir su enriquecimiento incorporando todo lo que de positivo traigan los nuevos tiempos, pero tendrá que cernir fino para impedir que perversos intereses disfrazados de progreso la destruyan. No veo nada de condenable el que tenga sus orígenes en el pensamiento humanista que animó a los fundadores de nuestras primeras instituciones. Por el contrario, es sobre estos cimientos que podremos aprovechar lo que nos trae la modernidad, de otra manera, seremos solo autómatas manipulados por quienes tienen el control de las herramientas.

Con relación a la tecnología, me parece un infortunio que nuestros jóvenes no cuenten, en su mayoría, con un computador personal que les permita enriquecer el conocimiento que se imparte en la escuela. No creo que haya ninguna contradicción entre lo que el maestro enseña en el aula y lo que el estudiante pueda aprender por este medio. Es indudable que la informática permite que todo el conocimiento humano esté al alcance de cualquier individuo. Lamentablemente, en algunas de nuestras instituciones no se cuenta con este recurso, y en otras es insuficiente. Es más, en algunas partes del país, los niños  ni siquiera cuentan con maestros ni aulas, y lo que es peor, se están muriendo de hambre. Considero que la tecnología puede constituirse en la mejor herramienta para cualificar nuestra educación pero todavía no ha llegado a la gran mayoría de la población escolar, por lo tanto, no puede hablarse aún de cambios significativos en la manera de aprender, motivados por su uso.

Otro de los asuntos tratados en la conferencia en mención fue el papel de la memoria, la cual ha venido siendo despreciada en los últimos tiempos con el argumento de que la informática nos libera del esfuerzo memorístico. No creo que nadie se atreva a refutar la idea de que nada puede  remplazar el ejercicio mental que el hombre realiza para memorizar, analizar, decodificar, entender, desglosar, organizar, aprender y aprehender. Por supuesto que uno puede encontrar casi todo, si no todo, ya hecho, dicho, explicado, elaborado. Pero el asumir el riesgo del propio hallazgo nos liberará del yugo de la dependencia. Y, en lo que atañe al conocimiento de una lengua no puedo entender cómo es posible desconocer el papel de la memoria, si el habla es un acto espontáneo que no da tiempo a la consulta, en la mayoría de las situaciones comunicativas.

De todo lo expuesto en la charla, lo más cuestionable, sin lugar a dudas, es el hecho de dar la misma validez al conocimiento que se construye con el método científico y a aquellas ideas, conceptos o saberes provenientes de la práctica empírica, la superstición o la tradición. Toda sociedad tiene una sabiduría surgida de siglos de experiencia. Algunos de esos conocimientos los ha ayudado a construir  el arduo trabajo de hombres inteligentes mediante la observación, el experimento y la prueba. Por supuesto que se han equivocado, que, en algunos casos, han elaborado tesis erróneas. Pero es sobre la base del ensayo y el error que han logrado hacer avanzar la ciencia, permitiendo con ello el desarrollo de la humanidad. Los otros conocimientos o creencias vienen de los miedos, las incertidumbres, de la fe, etc. No son comprobables y, por lo tanto, tampoco equiparables al conocimiento científico. Situar estos saberes al mismo nivel es retroceder a la época del oscurantismo.

Se dijo, también, que los jóvenes tienen, hoy en día, otros ámbitos de aprendizaje además de la escuela. No puede, en realidad, haber afirmación más cierta. Pero eso ha sido siempre. Esta generación y todas las de ahí para atrás aprendimos más de nuestros pares, en la calle, en las pandillas o grupos, o parches o como se les quiera llamar. Ellos fueron los maestros de la vida. No fue ni en la escuela ni en nuestras casas que aprendimos lo prohibido. Fue a hurtadillas que algunos nos atrevimos a  leer los libros del Índice, que participamos en reuniones de grupos contestatarios, que militamos en partidos perseguidos por el statu quo y en donde nos formamos como lo que hoy somos. La escuela nos dio la academia. Otros escenarios completaron la tarea. Así fue, así es y quizás así siga siendo.

Y, acerca de la  afirmación de que los jóvenes  actuales tienen un lenguaje corporal (por ejemplo, el que expresan con los piercings) para manifestar su interioridad, considero que este fenómeno no es particular de esta generación. Recuerdo, por ejemplo, todos los cambios que introdujeron los hippies, no solo en el vestir, y que  escandalizaron a la sociedad del momento. No me parece preocupante, ni digno de mayor mención que nuestros muchachos busquen una manera singular de identificación. Lo realmente grave es que esta misma juventud no tenga un papel protagónico en los cambios que requiere el país. Que termine siendo una generación relegada al olvido. Desperdiciada.

En  conclusión, desde mi punto de vista, los males que padece la educación  de nuestro país obedecen, no a que los maestros desestimulemos a nuestros estudiantes con  prácticas pedagógicas anacrónicas como sugiere el señor Mejía permanentemente, o a que la informática haya modificado radicalmente la forma de aprender. Derivan más bien de políticas educativas perversas como la promoción automática y el hacinamiento, cuyo único propósito es disminuir costos y mostrar cifras que hablen del aumento de cupos, de cobertura y de progresos en la alfabetización del país.

Plausible es el esfuerzo realizado para construir edificaciones apropiadas para la actividad académica, pero éstas  de poco servirán hasta tanto se cambie la normatividad que ha dado al traste con la calidad académica y hasta cuando el estado garantice trabajo estable y salarios dignos para los profesionales o técnicos. Sólo entonces tendremos jóvenes verdaderamente comprometidos con su formación académica.

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