La única alternativa: construir un partido obrero y unir a la nación

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Ninguno de los candidatos ofrece soluciones reales a los trabajadores ni a la patria

El país se aproxima a las nuevas elecciones presidenciales en medio de una inacabable violencia y bajo el azote de la miseria, agudizada por la furia invernal; todo lo cual pone en evidencia hasta qué punto los diferentes gobernantes han tenido preocupaciones harto distintas a las de solucionar los problemas que aquejan a la población: no se ha adelantado ninguna de las obras necesarias para mitigar los estragos de las aguas acrecidas; la pobreza, tema de eternas promesas y de emotivos discursos, asuela a la mayoría de nuestros conciudadanos; la matanza se ensaña sobre más y más gente, y la masa de desplazados atiborra calles y parques.

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Tres aspirantes acaparan la atención del público: el presidente-candidato; el vocero del Polo Democrático, Carlos Gaviria, y el liberal, Horacio Serpa. Notas Obreras estima necesario dar a conocer su opinión sobre cada uno de ellos y formular algunas líneas generales sobre los cambios que a su juicio requiere la nación.

Álvaro Uribe, haciendo uso de las palancas del poder, y a pesar de lo funesto de su gestión, se perfila como posible vencedor ya en la primera vuelta del próximo 28 de mayo. No obstante haber sido aclamado en el 2002 como el reformador drástico que traería la paz y les propinaría el golpe de gracia a la corrupción y el clientelismo, ha agravado los males e impulsado los vicios que prometió curar. Casi a diario salen a la luz nuevos casos que confirman que el mandatario se ha rodeado de una camarilla descompuesta y tenebrosa. Con el afán de extender su mandato, grita y regaña para dar la apariencia de un jefe responsable que se esmera en lograr los mejores resultados, mientras compra  a los políticos tradicionales en subasta pública y hace la vista gorda frente a las fechorías de altos funcionarios y miembros de su cenáculo, algunos de los cuales pasan gravosas e ilícitas cuentas al erario por los servicios prestados al aspirante a dictador sempiterno; otros convierten las oficinas públicas en agencias al servicio de reconocidos delincuentes. Los episodios del DAS, INCODER y FINAGRO son las pruebas más recientes de lo dicho. El chanchullo es tan natural para los altos funcionarios que el ministro del Interior quiso minimizar las denuncias sobre el fraude electoral diciendo que si acaso llegaría a los 15 mil voticos.

Quien se presenta como el Mesías se dirige a la audiencia alternando un estilo melifluo, cargado de diminutivos, con explosiones de ira y de macartismo, cuando alguien se atreve a discutirle algo o a hacerle una pregunta que le incomoda. Por las universidades anda con detectives que filman a quienes lo abuchean. Insulta a una prensa, que le ha sido y le sigue siendo tan sumisa, porque publica hechos que dan un mentís a los alardes de pulcritud del gobernante. A estas alturas, los únicos resultados de su gestión pacificadora son el recorte de las pocas garantías legales y el espectáculo repetido de grupos que entregan armas pero no se desarman y que se acogen a las garantías que les ofrece la ley manguiancha sin abandonar las actividades ilegales ni renunciar al jugoso botín adquirido en años de pillaje.

Acudiendo a este estilo, Álvaro Uribe ha dado mayores gabelas a los financistas y mantenido a Colombia en la más humillante y ruinosa sumisión al gobierno de Estados Unidos. Con toda razón, las multinacionales, la banca y, en general, los grandes capitalistas y terratenientes apoyan sin restricciones al Fujimori paisa. El pueblo, por su parte, ha sufrido por el aumento y extensión del IVA y otros gravámenes. Los trabajadores de las empresas privatizadas han sido desalojados abruptamente de sus empleos y las reformas uribistas han rebajado el pago de las horas extras y de los dominicales y festivos. Los salarios vienen perdiendo de manera acelerada capacidad adquisitiva y el servicio de salud se deteriora a tal punto que todos llaman “paseo de la muerte”, a la forma como los negociantes de la salud les niegan la atención, incluso la más urgente, a quienes pagan durante años un servicio que, al fin y al cabo, les niegan.

A lo largo de los cuatro años, el régimen ha incurrido en una desvergüenza tras otra: no sólo dio respaldo a la agresión a Irak y a Afganistán sino que llegó a proponer que a los colombianos que emigren hacia los Estados Unidos se les implante un chip, para mantenerlos bajo control. Su entreguismo lo llevó a pactar el Tratado de Libre Comercio, que conducirá a Colombia a la bancarrota generalizada. También ha extraditado a varios centenares de colombianos, a capricho del gobierno de los Estados Unidos, y fumiga, por órdenes de ése gobierno, bosques y selvas y cultivos de pancoger.

Empresas nacionales de la mayor importancia, como Telecom, pasaron a manos del capital financiero foráneo y en materia de hidrocarburos y minería en general ya la participación que le queda al país es irrisoria. La continuación del mandato de Uribe exigirá que el pueblo se apreste a batallas mayores y más decididas.

Mención especial ha de hacerse al candidato Carlos Gaviria, a quien la prensa se obstina en presentar como la alternativa radical frente a Uribe, y éste mismo lo señala como su contendor. Gaviria representa a la “nueva izquierda”, aquella que ofrece transformaciones sociales sobre la base de perpetuar las relaciones de producción y la legalidad vigentes; aquella que se compromete a respetar la propiedad de los grandes monopolios y a obedecer las leyes y la Constitución, la de 1991, la gavirista, la que entronizó el neoliberalismo. Es la izquierda al estilo de Lucho Garzón, de Lula y de Michelle Bachelet. Gaviria cuenta con el apoyo, entre otros, de las centrales obreras, que han alcahueteado las reformas laborales y de la salud. Lo denominan el candidato  radical y él mismo sostiene que lo es, arguyendo que le gusta ir a la raíz de las cosas; en realidad, se queda siempre en las ramas. Carlos Gaviria, como todos los candidatos del mundo, discursea sobre combatir la pobreza, el desempleo y la desigualdad. Para él estos avances se logran defendiendo y consolidando el actual Estado, al que él, junto con los neoliberales, denomina “social de derecho”. Su programa no incluye ninguna reforma seria, revolucionaria, sino que dice que va a: “eliminar progresivamente las desigualdades e iniquidades y sus expresiones en miseria y pobreza injusta“. ¿Cuál será la pobreza justa?

Con las mismas vaguedades se refiere a la soberanía, de la que habla con frecuencia, pero sin precisar que ésta implica, por ejemplo, la lucha contra el dominio imperialista norteamericano, la confiscación por parte del Estado de las minas, los bancos, los transportes y las empresas de telecomunicaciones. Esto ni lo menciona. Por el contrario, al abordar el tema de las concesiones viales, expresa: “Nuestra campaña plantea evaluar hasta dónde el sector privado debe participar dado que el principal valor presente neto debe ser lo social”. El radical se limitará a evaluar. Dice de la necesidad de “reformar”, no de derogar el plan Colombia y llega a afirmar que hay que complementar la Seguridad Democrática de Uribe con una política de negociación, propuesta que también coincide con la del propio Presidente. Se puede percibir que el vocero de la oposición procura el asentimiento de las oligarquías y del propio gobierno de los Estados Unidos, como lo han hecho sus pares en otros países de América Latina. Las similitudes entre el Polo y su candidato con Álvaro Uribe se hicieron patentes en el reciente paro del transporte en Bogotá, en el cual Carlos Gaviria se ofreció de mediador y dio el respaldo al alcalde, en vez de respaldar los justos reclamos de los pequeños y medianos transportadores y rechazar los métodos represivos utilizados por Garzón contra la protesta. Incluso en lo atinente al TLC la ambigüedad es manifiesta: ante el pueblo se presenta como opositor al tratado, pero ha llegado a declarar que, por su apego a la ley, respetaría dicho compromiso si llegare a estar legalizado en el momento en que él asumiera. O convocaría un referendo. La imprecisión, la vaguedad es una característica primordial de los oportunistas, con la que pretenden crear expectativas y ganar apoyo sin comprometerse a nada. Es el arte de los tramposos.

Con respecto a los obreros, sobre quienes cae con todo su peso la política de globalización, los diferentes candidatos hacen toda clase de promesas. Uribe, el mayor impulsor de la inestabilidad, ofrece estimular el contrato a término indefinido; Serpa y Gaviria prometen modificar la legislación laboral. Eso sí, el candidato de la izquierda sostiene que va a proteger el trabajo “cooperativo”. Con mucha probabilidad se refiere a las cooperativas de trabajo asociado, forma de despojar a los asalariados de todas sus prestaciones y derechos.

En lo atinente a Horacio Serpa, baste señalar que es un ex funcionario del gobierno de Álvaro Uribe y que, como ministro del Interior durante el mandato de Ernesto Samper, fue responsable del auge de las privatizaciones y demás políticas del Fondo Monetario, que se pusieron en marcha con todo su rigor en ese período. ¡Qué pueden valer sus promesas para los obreros! Su jefe de campaña es César Gaviria el pionero de las privatizaciones y el campeón, junto con Uribe, de la ofensiva contra las masas laboriosas.

Los asalariados y la nación colombiana no pueden confiar ni en el gobernante actual ni en quienes le recetan al país pócimas semejantes a las de Uribe. Sólo un partido que represente los intereses del obrerismo y que pugne por unir a la nación para alcanzar la auténtica soberanía, será capaz de conquistar la paz y el progreso para los colombianos. Notas Obreras compromete todas sus energías para trabajar en la construcción de tal partido con todas las fuerzas de avanzada.

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