La huelga en Benilda: una lucha de la que los obreros deben aprender

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Por Alejandro Torres

Con la entrega, el pasado 9 de noviembre, por parte del liquidador nombrado por la Superintendencia de Sociedades de las cartas de cancelación de los contratos a cerca de 500 trabajadores activos concluyó, después de dos meses de enconada batalla, la huelga en la plantación florícola Benilda S.A.C.I. Paradójicamente, la finalización de sus contratos y la entrada en liquidación de la firma se constituye en un triunfo de estos proletarios, pues con tal solución fueron derrotados los planes de la compañía, que montó maniobra tras maniobra para deshacerse de la fuerza laboral contratada directamente, esquivando responder por las deudas laborales, entre otras, las cotizaciones al sistema de seguridad social en salud y pensiones, el subsidio familiar y las indemnizaciones.

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Por Alejandro Torres

Con la entrega, el pasado 9 de noviembre, por parte del liquidador nombrado por la Superintendencia de Sociedades de las cartas de cancelación de los contratos a cerca de 500 trabajadores activos concluyó, después de dos meses de enconada batalla, la huelga en la plantación florícola Benilda S.A.C.I. Paradójicamente, la finalización de sus contratos y la entrada en liquidación de la firma se constituye en un triunfo de estos proletarios, pues con tal solución fueron derrotados los planes de la compañía, que montó maniobra tras maniobra para deshacerse de la fuerza laboral contratada directamente, esquivando responder por las deudas laborales, entre otras, las cotizaciones al sistema de seguridad social en salud y pensiones, el subsidio familiar y las indemnizaciones.

De nada les valieron a los dueños las tretas ni las presiones orientadas a exigirles la renuncia a los asalariados; ni la engañifa de engancharlos mediante contratistas en empresas de fachada creadas por aquellos a cambio de solicitar largos meses de licencia “voluntaria” no remunerada; ni la redoblada carga de trabajo, sin respetar siquiera las restricciones médicas, orientada a aburrirlos hasta que decidieran irse para dejar de padecer semejante tortura; ni las intimidaciones sobre que la liquidación de la compañía con base en la legislación al respecto -Ley 1116 de 2006, que establece el régimen de insolvencia empresarial- solamente beneficiaría al liquidador y a los abogados, mientras los trabajadores quedarían viendo un chispero; ni la propuesta de constituir un fideicomiso del que, además de algunos activos de la compañía, hicieran parte las acreencias laborales, a lo que se le sumaría la aceptación del despido de más o menos la mitad de los operarios, incluidos los que tuvieran limitaciones de salud, y previa renuncia a los derechos extralegales, es decir, una abdicación de todas las conquistas y la condena segura a la pérdida de las indemnizaciones y demás acreencias. La táctica de la empresa era simple: desprenderse gratis de la fuerza laboral y arrancar una “cero kilómetros”, conservando pero distrayendo las fincas y toda la infraestructura de la actual plantación.

Contra semejante mascarada Untraflores interpuso la manejable idea de que Benilda se comprometiera, al menos, a pagar puntualmente los salarios y a ponerse al día con las cotizaciones al sistema de salud e hiciera el compromiso de arreglar paulatinamente lo concerniente a las cotizaciones para jubilación y subsidio familiar, o, de lo contrario, se acogiera a la ley de insolvencia, según la cual la empresa debe responderles con sus activos a los acreedores,  comenzando por los laborales. Los propietarios en reiteradas reuniones, incluidas las realizadas con el viceministro de Relaciones Laborales del Ministerio de la Protección Social, manifestaron su negativa a aceptar la generosa propuesta de los trabajadores, por lo que no quedaba camino distinto al de la liquidación judicial, la cual, en efecto, fue decretada el 22 de octubre por la Supersociedades.

En la medida en que la huelga se desarrollaba sin vacilaciones y los patrones veían fracasar sus torticeros designios se llenaban de odio contra los huelguistas y sus dirigentes, por lo que se dieron a propagar injurias y lanzar provocaciones. Ante diversas autoridades trataron de delincuentes a los obreros supuestamente por haberse “tomado” las instalaciones de la compañía; propalaron calumnias contra los directivos y asesores de Untraflores; peroraron que estaban siendo amenazados; interpusieron denuncias contra los jefes del movimiento ante la Fiscalía General; permanentemente recurrían a la fuerza pública -la que acudía presta- para que los protegiera de las “agresiones” de los proletarios, un verdadero infundio, cuando a pesar de lo agudo del conflicto, los dueños ni ningún directivo recibieron jamás ni la menor ofensa personal de los trabajadores, quienes, por el contrario, aunque firmes en la defensa de sus prerrogativas, trataban, podría decirse, más que deferentemente a los socios y directivos en general. En la propia documentación que se vieron obligados a presentarle a la Supersociedades solicitando la liquidación judicial exageraron el monto de los activos con el propósito de responsabilizar a los obreros de supuestas pérdidas multimillonarias y así buscar despojarlos del grueso de sus acreencias, acusándolos hasta de la  devastación de áreas completas que mucho antes del paro habían sido arrasadas por plagas y enfermedades, que la gerencia había desistido de combatir. Interpusieron a comienzos de noviembre -ya decretada la liquidación- ante la Dirección Territorial de Cundinamarca del Ministerio de la Protección Social una solicitud, firmada por el personal administrativo e incluso por los socios, en supuesta calidad de empleados,  para  que esta entidad verificara su reingreso a las instalaciones de la compañía a las que según ellos se les impedía acceder, cuando lo cierto es que, como lo confiesan en su propia petición,  se trataba de que regresaban de “una licencia solicitada y concedida por nuestro empleador (sic)”. En realidad, desde junio, mucho antes del estallido de la huelga, toda la administración había salido a la chita callando y con rumbo desconocido de las instalaciones administrativas ubicadas en el cultivo, dejó de contestar los teléfonos y convirtió en un verdadero misterio su paradero, procedimiento harto irregular en gentes que se autonombran como de bien pero se permiten la licencia de tratar de delincuentes a quienes les piden que les paguen a tiempo sus salarios y prestaciones. En cuanto a la llamada toma ilegal de la empresa por parte de los trabajadores, lo cierto es que la abrumadora mayoría de estos declararon una huelga imputable al empleador al amparo de las normas y sentencias que no solamente le confieren carácter legal a esta clase de ceses cuando se dejan de cumplir las obligaciones patronales, sino que obligan al pago de los salarios y el resto de obligaciones causados durante los mismos.

Con infinito cinismo la empresa pretende inculpar a los obreros por la pérdida de algunos elementos, omitiendo que la vigilancia privada contratada por ella misma estuvo todo el tiempo desarrollando sus funciones sin ninguna obstrucción, que mantuvo a lo largo del paro dentro de sus instalaciones a personas de total confianza de la gerencia y, aún más, que ella misma sacó durante meses elementos del almacén, de las salas de poscosecha, de las oficinas y, más grave todavía, dividió la plantación con una polisombra (tela de polipropileno) para montar la ficción de que la parte separada constituía una compañía diferente la cual, curiosamente, es regentada por antiguos funcionarios de Benilda, obtiene el agua y la luz de los pozos y redes de Benilda, sus operarios, supervisores e ingenieros todos fueron contratados por Benilda, y  a ella donde fueron a parar quienes tomaron la licencia “voluntaria” no remunerada. Desde luego que el control sobre la “nueva” sociedad y la fragilidad del lindero les facilitaba a los patrones hacer de las suyas y luego, canallamente, responsabilizar a los huelguistas.

Por lo anterior es claro que la lucha de los benilderos no ha terminado. No solo resta todo el dispendioso proceso de la liquidación, durante el cual no serán pocas las maquinaciones que pretenderán hacer los socios y los acreedores más poderosos, particularmente los financieros, para conculcar en su beneficio los derechos de la masa laboral, sino que habrán de derrotarse sus truculencias dirigidas a encauzar penalmente a los obreros y a sus dirigentes.

No obstante, ya es posible hacer un balance de esta gesta de los floristas. Fueron más de sesenta días en los que día y noche los obreros se apostaron en las diferentes entradas al cultivo exigiendo una solución a sus elementales peticiones. Nada los doblegó. Ni la constante y provocadora presencia de la fuerza pública, que concurría ligera y fuertemente apertrechada ante los llamados tendenciosos de la gerencia; ni la falta de dinero para atender las apremiantes necesidades familiares; ni las gélidas noches en las que correspondía el turno de guardia; ni las largas caminatas desde Faca, Madrid, Funza, Mosquera, cuando ya no había plata para pagar el transporte que conduce al cultivo; ni las voces minoritarias y divisionistas del grupo de esquiroles dirigidos por Luis Ernesto Medina, secretario de negociación colectiva de la CGT; ni el temor a enfrentar tareas nunca antes realizadas por la mayoría de ellos, como lanzarse en brigadas a los centros y barrios populares de los diferentes municipios a pedir apoyo en especie o en dinero, hacer mítines ante distintas dependencias oficiales en Bogotá, como el Ministerio de la Protección Social y las Superintendencias de Sociedades y Economía Solidaria,  para protestar por su desidia para atender sus justas reclamaciones, o bloquear la troncal de occidente para llamar la atención de los mismos tordos gobernantes.

Pero si bien los obreros dieron una y otra muestra de valor y abnegación, no les hubiera sido dado aguantar tan larga y extenuante jornada de lucha sin la gran solidaridad que despertó el movimiento. De sus menguadas quincenas los floristeros de decenas de compañías sacaban para una libra de arroz, de papa, de chocolate, una panela, un frasco de aceite, para sus compañeros de Benilda, no pocos destinaban varias horas después de la agotadora faena diaria para acompañar a los huelguistas en las carpas. Muchas otras personas y entidades también se comprometieron con la justa. La Pastoral de los Trabajadores se pronunció recién iniciado el paro a través de una firme declaración de respaldo la cual fue distribuida profusamente y uno de sus integrantes,  el clérigo francés Bernardo Claireiu, alentó con su presencia a los trabajadores, quienes se acostumbraron a verlo como uno más de los activistas. Los jóvenes de Madrid, representados vigorosamente por la Asociación Herrera, hicieron marchas, comunicados y varios conciertos en los que la boleta se pagaba en víveres para los huelguistas. Aprendices e instructores del Sena acompañaron varias actividades. Las autoridades locales, aunque inclinadas a creer las mentiras de los patrones, aportaron mercados y otras ayudas, el Cabildo de Mosquera invitó a la presidenta de Untraflores a una sesión a plantear la problemática. Muchas de estas personas y entidades se pronunciaron ante el gobierno exigiendo una rápida y justa solución al conflicto. Varios sindicatos hicieron presencia en las carpas y aportaron dineros y alimentos, entre ellos, Asonal Judicial, Sindess, Sintraime, Sintraestatales, Sintrateléfonos, y los Comités Ejecutivos Nacional y Regional de la CUT. La dirección de la UNAC – UITA, desde los albores del movimiento manifestó su apoyo moral y material, recabó el auxilio de organizaciones campesinas filiales  y mantuvo por su cuenta una permanente información sobre el mismo a las organizaciones sindicales de la agroindustria de diversas partes del mundo. Los corteros de caña con los cuales Untraflores entabló una fraterna amistad durante su huelga del año pasado, no dejaron un solo día de estar pendientes del desarrollo de los acontecimientos y, a pesar de sus magros recursos, apoyaron con generosidad a los huelguistas. Y los amigos internacionales de Untraflores: el Comité de Flores de Miami liderado por Trabajos con Justicia y varios sindicatos de la confederación sindical AFL-CIO, el ILRF, USLEAP, y la DGB de Alemania se mantuvieron en permanente contacto, enviaron mensajes a los empresarios y al gobierno e hicieron aportes económicos. El paro impactó tanto a la ciudadanía que en los municipios aledaños fue el tema obligado de todos los sectores, muchas asociaciones de juntas comunales y dirigentes cívicos y populares ayudaron a los asalariados, los periódicos locales hicieron extensas crónicas y hasta El Tiempo le dedicó toda una página de su edición del 16 de octubre. Los sindicatos filiales de Untraflores, Asoflores, Sintrasplendor, Untrafragancia, Asopapagayo y Sintracóndor, se mantuvieron durante los dos meses al lado de los luchadores, acompañándolos a las tareas e insuflándoles ánimo ante cada nueva dificultad.

La valerosa huelga de los floristeros de Benilda ha demostrado varias cosas. En primer lugar que los obreros, incluidos los aparentemente más rezagados, con poca tradición de lucha, están dispuestos a combatir y a hacer los más abnegados sacrificios en defensa de sus reivindicaciones, siempre y cuando se ponga al frente una dirección consecuente, que persevere en la defensa de sus derechos y no vacile ni ante las presiones ni ante los halagos de la patronal. En febrero de 2001, en las instalaciones de Benilda nació Untraflores y pocos meses después la empresa confabulada con el mencionado vende obreros Medina, montó un sindicato de bolsillo, al cual a la brava hizo afiliar a la mayoría de los obreros; empero el pequeño grupo de activistas de Untraflores liderados por Aidé Silva, Esperanza Cerero y Edelmira Casallas, arrostrando todos los riesgos, nunca cesó en sus denuncias, en su actividad de concienciación, en sus indeclinable defensa de las bases, ganándose así uno a uno a sus compañeros, los cuales cuando en el curso de este año vieron con claridad  las intenciones de la compañía decidieron unirse al sindicato obrero -como llaman los floristeros a Untraflores- y encomendarse a su dirección para librar la batalla decisiva.

También se demostró una vez más el papel de nefasto cómplice con las tropelías empresariales que cumple el gobierno a través del bien llamado Ministerio de la Protección Patronal, el cual, a despecho de las reiteradas denuncias de Untraflores, nunca se pronunció frente al cúmulo de violaciones a las leyes laborales básicas que por años cometió Benilda, cuyos administradores ni se molestaban en asistir a sus citaciones o contestar las querellas implantadas, sin recibir siquiera una mínima sanción. Allí también se patentizó la alianza criminal entre el Régimen, los capitalistas y el sistema de aseguramiento privado en salud, riesgos profesionales y pensiones, pues mientras, por ejemplo, el ente oficial profiere demagógicas circulares en las cuales señala que las EPS deben mantener la prestación del servicio a las personas que pertenecen al régimen contributivo y ejercer acciones de cobro contra el patrón en mora -que se ha robado, además, la parte correspondiente al aporte del empleado, el cual descuenta religiosamente por nómina-, aquellas, a ciencia y paciencia del gobierno, ante el cese de la cotización, simplemente cortan la atención a los afiliados y sus beneficiarios que, fuera de eso, por estar adscritos a tales entidades, no tienen derecho a ser cubiertos por el Sisben.

Otra enseñanza reiterada por el movimiento de los benilderos es que no hay derechos por más que estén consagrados espaciosa y especiosamente en convenios internacionales, códigos, incisos, artículos, parágrafos, que los obreros puedan disfrutar si no luchan con denuedo mediante el paro y la movilización por ellos, y que las engorrosas reclamaciones ante oficinas de derechos, juzgados y tribunales, son apenas un requisito que hay que llenar, pero que casi siempre terminan en la consagración legal de los atropellos y las más de las veces sirven para adormecer la lucha proletaria.

La ejemplar lucha de estos obreros, la mayoría mujeres, agobiados y enfermos por largos años de inclemente explotación, carentes de un sofisticado aparato organizativo, pero animados por una política y una dirección correctas e intrépidas, ante todo relieva las portentosas fuerzas latentes en el seno de la clase obrera, a la que burgueses y sus corifeos oportunistas de todo pelambre tanto se esmeran por hacer desaparecer del escenario de la historia. Honra y prez a los valientes asalariados de Benilda.

Este artículo puede ser reproducido parcial o totalmente, con la condición de que se cite el autor, Alejandro Torres, y la fuente, notasobreras.net

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