Colombia, bajo la ley del imperio

Por Alfonso Hernández[*]

Vivir para ver. ¡Los magnates de Washington blasonando de defensores de la democracia y de la moral! Sólo que toda la historia del siglo XX los desmiente. ¿No fueron ellos los que prohijaron los regímenes venales y antipopulares de América Latina? Las dictaduras de Porfirio Díaz, Fulgencio Batista, Pinochet, Duvalier, ¿no fueron acaso sus serviles aliadas? ¿Y en las nóminas de sus agencias policiales no figuraron Noriega y Cedrás?

Lo que sucede es que el fin de la Guerra Fría calentó la cabeza del Tío Sam. ¡El mundo para los norteamericanos!, es la desquiciada divisa de la hora. Por ello sus voceros van a Tokio, Bruselas, Pekín, Seúl, exigiendo apertura de mercados para sus productos. Y amenazan con castigar a los desobedientes. Con uno u otro ropaje intervienen militarmente en Granada, Panamá, Somalia, Irak, Haití o la desmembrada Yugoslavia, siempre con el real objetivo de imponer sus condiciones económicas.

A América Latina la necesitan como retaguardia imprescindible para sus piráticas incursiones en el resto del orbe. Las economías al sur del Río Grande constituyen un enorme mercado para sus productos, una fuente de materias primas a precio de quema y, como si fuera poco, la mano de obra abunda y es barata. Los linces de las finanzas siempre han sacado jugosas ganancias a sus inversiones en esta región del continente. Se trata entonces de afianzar la garra. Además, la retaguardia del imperio debe lucir democrática. Exhibir la democracia de la “era americana”, erigida sobre la base de que centenares de millones de seres trabajan para un puñado de monopolistas; democracia que de tal no conserva sino el nombre y algunos signos exteriores.

A estos fines deben adecuarse las instituciones políticas y jurídicas. Aquello que no se amolde perfectamente ha de ser arrasado. Los líderes de los partidos oligárquicos son compelidos a actuar con mayor sumisión, ya que los proyectos internacionales de los monopolios no pueden ser aplazados por “obsoletas” circunstancias de índole nacional. Para los gringos el ejemplo es Antanas Mockus, quien no acepta modificación alguna en el monto de la sobretasa o en el Plan de Desarrollo del Distrito. La “democracia participativa”, nombre que se ha dado al engendro institucional colonialista, no excluye, sino que presupone la imposición a rajatabla.

Los financistas internacionales se apoyan en sus antiguos mayordomos, como el PRI y los demás partidos tradicionales, pero a la vez lo vapulean. Con ese propósito alientan a toda clase de advenedizos para formar un “político más técnico”, menos “corrupto”, que utilice los préstamos extranjeros para los fines de los prestamistas; menos sometido a los “grupos de presión local” y más obediente a la cúpula del poder mundial. Crean los “centros de pensamiento” (Think Tanks), auspiciados por los trust como competidores de los partidos. Tales centros trazan orientaciones políticas e ideológicas para ser impulsadas por las Organizaciones No Gubernamentales en los diversos países. El engranaje lo completan los medios masivos de comunicación. Con todas estas herramientas se busca sujetar más la actividad política y el pensamiento a los intereses mediatos e inmediatos de los potentados del mundo.

El político, aun el de las clases reaccionarias, debía tener anteriormente algún conocimiento de la historia del país, de su economía, estar ligado a sectores nacionales y, quizá, tener algo de carácter y de opinión propios. Ahora son un mero producto de los asesores de imagen. Como otras baratijas, valen menos por el contenido que por el empaque. Entonces hay que mirar a la cámara, decir lo que la gente quiere oír, organizar conciertos de rock. Lo anterior, y la repetición interesada de la cartilla neoliberal, constituyen el armamento “ideológico” de estos vástagos contrahechos de la política de la metrópoli.

El narcotráfico, sólo un pretexto El combate al narcotráfico ha sido el mejor disfraz para implantar en Colombia los mencionados sistemas del actual intervencionismo. Cientos de agentes gringos fisgan a sus anchas, graban conversaciones y efectúan chantajes. La pérdida del derecho a la privacidad y a la inviolabilidad de las comunicaciones es otro rasgo de la democracia de la “era americana”. Desde luego, nadie se puede atrever a interferir los teléfonos de los agentes de la DEA, porque el Departamento de Estado exige sanciones ejemplares. Caso demostrativo de que el país no está bajo el imperio de la ley, sino bajo la ley del imperio. Quien se oponga a la justicia sin rostro o a cualquiera otro de los inventos fascistoides, es acusado de complicidad con los narcotraficantes. Y el propio Samper ha dicho que aquel que procure el deterioro de las relaciones de Colombia con Estados Unidos, sirve a los carteles de la droga. Es santificar a quienes nos avasallan y satanizar a quienes hacen gala de altivez nacional.

En este período y para estos fines, el instrumento preferido por Norteamérica es el fiscal Valdivieso, personaje más bien opaco en el pasado, que alcanzó nombradía por su papel de inquisidor. En Washington los Gelbardt, los Constantine y los demás enemigos de Colombia lo agasajan. Es que Valdivieso opina: “La soberanía la tenemos que merecer, y la tenemos que merecer cuando superemos los problemas del desarrollo económico, cuando superemos los problemas y las dificultades en los temas del desarrollo humano, del desarrollo ético”. Está bien que Valdivieso reconozca su subdesarrollo ético y humano; lo condenable es que lo convierta en instrumento para pisotear la soberanía nacional.

Se presta gustoso a que las investigaciones judiciales se utilicen como un espectáculo, con los rasgos maniqueos y sensacionalistas de un enlatado gringo. Con esa mira se filtran las indagatorias, porque, como decía Hommes, lo importante es el escándalo.

Desde 1989, antes de la creación de la Fiscalía, el fundador del MOIR, Francisco Mosquera, denunció la manera turbia como se manejaban las investigaciones judiciales que, en el caso del asesinato de Luis Carlos Galán, se orientaron a señalar apresuradamente unos responsables, lo que tuvo que reconocer recientemente Valdivieso al afirmar: “Haber orientado la investigación hacia una sola hipótesis, dejó de lado otras; por eso se habla de desviación de la investigación”. Sólo que ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Los actuales procedimientos de la Fiscalía son aún mucho más turbios.

La doble moral de los arribistas Los Gaviria, los Hommes, los Montenegro, los Londoño, quienes hicieron carrera traicionando al país en el gobierno, hoy, amamantados por la OEA, el FMI, el Banco Mundial, intervienen abiertamente en la política colombiana. Hay que oír al secretario general de la OEA exigiendo llegar a la verdad sobre las relaciones entre políticos y mafia, cueste lo que cueste, cuando fue su gobierno el que negoció con Pablo Escobar y le instaló un nuevo centro de operaciones en La Catedral. Por este hecho, y por la posterior fuga del capo, sólo está preso un cabo de apellido Joya. Estas gentes, que dicen representar la virtud ofendida, quieren hacer creer que se identifican con la causa de la moral, y lo que buscan es identificar la causa de la moral con sus intereses personales. Desde los comienzos de la apertura, siendo ministro de Desarrollo de Gaviria, Ernesto Samper manifestó su actitud de aprobar la ofensiva norteamericana. Había dicho que sí quería la liberalización del comercio, pero gradual. Es decir, que se arruinaran nuestras manufacturas y nuestra producción agrícola, pero poco a poco. Ante las exigencias de Carta Hills, aceptó que se acelerara la apertura. Ese comportamiento obsecuente lo ha mantenido a lo largo de su gobierno.

Ante la arremetida imperial, ofreció acabar con los carteles de la droga y fumigar con glifosato media Colombia. Preso por Cortés en Ciudad de México, Montezuma entregó a la hoguera a los caciques que querían liberarlo; de igual manera, Samper aplaudió la campaña contra dirigentes de su partido y ofreció reformar el Congreso para hacerlo más dócil, reglamentar la actividad política, oficializar la oposición. Algunas veces su sumisa diligencia hasta obtuvo elogios de altos funcionarios norteamericanos. En agosto convocó el denominado pacto contra la violencia, cuyo contenido era el despliegue de una ofensiva de represión, el aumento de las penas a los menores de edad y la validación de los informes de los organismos de inteligencia como pruebas testimoniales.

El ejecutivo, en un arranque de desespero, acusó a la DEA de urdir una conspiración contra el gobierno. Las amenazas proferidas por ese organismo policial, por la fiscal y el Departamento de Estado norteamericanos, lo hicieron tragarse sus palabras. Samper y Serpa nos traen a la memoria el verso de Eduardo Carranza con el que indignado fustiga la pusilánime actitud de los dirigentes colombianos: “Propongo que se cambie emblemáticamente el cóndor por el avestruz en nuestro escudo”.

De patio trasero a vanguardia revolucionaria El hecho de verdadera importancia es que el pueblo colombiano cala con claridad cada vez mayor el objetivo recolonizador de la alharaca moralista. Las engañifas de la democracia de la “era americana”, recién puestas en práctica, empiezan a desprestigiarse. Y América Latina cambiará la afrentosa condición de retaguardia del imperialismo por la muy honrosa de vanguardia revolucionaria.


[*] Publicado en Tribuna Roja Nº 62, octubre 27 de 1995.

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