Aprovechándose de la desgracia haitiana Estados Unidos refuerza su control militar en la región
Los pueblos del continente deben levantar la bandera de la autodeterminación nacional como el único camino para buscar su progreso y su bienestar.
Cómo no indignarse ante la tragedia haitiana.
Hace ya dos meses que este país enfrenta, nuevamente, una calamidad social de grandes dimensiones. Esta vez, fue blanco de la furia de la naturaleza, cuya arremetida sometió a la población a uno de los mayores desastres que el mundo haya podido presenciar: un sismo de 7 puntos en la escala de Richter, el peor que ha experimentado la región en los últimos dos siglos, que, hasta los últimos registros, había cobrado cerca de 250.000 vidas y dejado en la absoluta desolación, hambre y desamparo a mas de 3.000.000 de sobrevivientes, quienes han venido sufriendo por la falta de agua, la inasistencia médica y las epidemias e infecciones producidas por la descomposición de los cadáveres, entre otras circunstancias.
Una historia de colonización
Haití, un pueblo de luchas ejemplarizantes, de nativos dotados de una dignidad histórica que les ha costado cara, fue la primera nación en liberar a los esclavos . La abanderada de la causa abolicionista ha sido paradójicamente sometida desde siglos al despojo y a la barbarie colonial que hacen de ella la nación más pobre de toda América. Es un país de cuya existencia se acuerda la humanidad sólo cuando un suceso como el que ha ocupado la atención de los medios, acaece en su territorio.
Si la naturaleza fue violenta, los explotadores lo han sido aún más.
Después de haber sido la colonia más rica de Francia por sus grandes plantaciones que, con mano de obra esclava, producían el 60% del café y el 40% del azúcar que consumía toda Europa, decidió, en 1804, rebelarse contra el yugo esclavizador, y mientras en los demás países los linajes criollos se independizaban jurando lealtad a la corona, en Haití fueron los propios esclavos quienes se alzaron y emanciparon, lo que la “superior raza blanca” no perdonó, considerando una afrenta a la hegemonía europea el hecho de que los valientes negros derrotaran al ejercito de Napoleón, una humillación que debía ser pagada, esta vez, con otra forma de dominio. Europa y Estados Unidos castigaron a los rebeldes promoviendo el aislamiento de la novel República, lo cual fue utilizado por Francia para amenazar con invadir y hacer la exigencia de una cuantiosa indemnización por las propiedades perdidas. De esa manera los haitianos no solo se enfrentaron a la devastación de su territorio por la guerra, sino, posteriormente, al pago de la arbitraria deuda con los franceses, a tal punto que en 1900 destinaban el 80% de sus recursos a ese propósito. De esta carga solo se librarían hasta 1947, después de someterse a empréstitos con bancos norteamericanos y europeos, civilizados promotores de los derechos del hombre que, por supuesto, le cargaron una gravosa cuenta al pueblo haitiano por sus ansias de soberanía. Como lo dice Galeano: “Esa expiación del pecado de la libertad le costó 150 millones de francos oro. El nuevo país nació estrangulado por esa soga atada al pescuezo: una fortuna que actualmente equivaldría a 21.700 millones de dólares o a 44 presupuestos totales del Haití de nuestros días”. (Ver La maldición blanca, Edurdo Galeano).
Estados Unidos, con su tradicional conducta “heróica”, ante un panorama de debilidad nacional semejante, cayó como el predador sobre la presa, y mientras el pueblo haitiano se desangraba por la vena rota de la deuda, tenía lugar en 1915 la nefasta ocupación por parte del imperio yanqui, que duró hasta 1934, periodo en el se derogaron de las leyes que prohibían la venta de los recursos naturales a extranjeros. El City Bank había comprado la deuda francesa y, apoyado en el ejército de ocupación, obligó a liquidar el Banco Nacional convirtiéndolo en sede suya; así, los financistas de la metrópoli lograron someter a su yugo a este martirizado pueblo. Empresarios gringos se hicieron con las tierras, ya fuera por la fuerza o mediante el engaño y establecieron plantaciones de caña y banano en las que, otra vez, se vivió una explotación similar a la de la esclavitud. Entretanto, el fruto del trabajo nacional terminaba en las arcas de los magnates de Wall Street por la vía de un endeudamiento extorsivo. Ante las nuevas formas de opresión, de saqueo y de violencia volvió a crecerse la dignidad que anida en el alma haitiana y la fiera resistencia armada de los campesinos y cimarrones a los invasores, revivió también el sacrificio y el heroísmo de la primera independencia. Los marines respondieron con tortura y muerte. La figura más emblemática de aquellos episodios fue la del jefe guerrillero Charlemagne Péralte, asesinado el 31 de octubre de 1919, clavado en una cruz y expuesto en plaza pública como escarmiento por su rebeldía.
En 1934 se retiraron los ocupantes y Haití permaneció al mando de quienes obedecían fielmente las órdenes estadounidenses. Posteriormente, entre los años 1957 y 1986, el país caribeño fue sometido a la brutal y corrupta dictadura de los Duvalier, padre e hijo, respaldada por Estados Unidos, potencia que se encontraba liderando en el mundo la cruzada contra el comunismo. La deuda se multiplicó, lo cual agravó el empobrecimiento del pueblo y montó el escenario propicio para estructurar el saqueo por parte de las multinacionales. El derramamiento de sangre inició un nuevo ciclo, esta vez por cuenta de milicias paramilitares, los Voluntarios de la Seguridad Nacional, apodados tontons macoutes, quienes sembraron el terror y sofocaron todo acto de resistencia y de levantamiento popular. Los Duvalier se apoderaron de cientos de millones de dólares que se convirtieron en deuda para Haití, deuda que hasta el día de hoy sigue pagando. En 1986, una sublevación popular arrojó a Nene Doc Duvalier del poder y Francia le ofreció, entonces, la inmunidad y el estatus de refugiado político.
Hasta 1990 Haití fue gobernado por los militares que permanecieron trenzados en una sucesión de disputas por la silla presidencial. Ese año, el sacerdote católico Jean-Bertrand Aristide fue elegido presidente con el 67% de los votos en los primeros comicios libres desde la independencia en 1804. En octubre de 1991 Aristide fue derrocado por el general Raúl Cedrás. La Casa Blanca decretó un embargo sobre el país ansiosa de sacar partido de la nueva situación internacional que había erigido a Estados Unidos como única superpotencia, y procedió a invadir en septiembre de 1994 para deponer a Cedrás y restablecer en el poder a Aristide, quien se encontraba asilado en Norteamérica. Este regresó con el compromiso de seguir las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional, FMI, y no atizar la lucha de clases. De allí en adelante se le dio vía libre al decálogo neoliberal, políticas que se acentuaron bajo la posterior administración de René Préval, elegido en 1996.
Aristide fue reelegido y en 2001 se inició su segundo mandato. Después de tres años de ejercicio, bastó con que abriera relaciones con Cuba y se acercara a Hugo Chávez para despertar los recelos del Tío Sam. Se inició así otra etapa de desestabilización política urdida por Bush en la que contó con la complicidad de Francia y Canadá. Una fuerza paramilitar conformada por antiguos militares duvalieristas fue armada y preparada en República Dominicana, desde donde ingresaron al país para generar disturbios y exigir la renuncia de Aristide, situación que fue utilizada para justificar el desembarco de Marines quienes, en 2004, lo secuestraron y lo llevaron a la República Centroafricana. En su reemplazo fue colocado provisionalmente otro títere: Boniface Alexandre.
Con el supuesto de estabilizar la nación, la ONU, a instancias de los Estados Unidos y sus aliados, creó una fuerza multinacional especial —la MINUSTAH, por sus siglas en inglés— que, hasta el momento del terremoto, controló el país a punta de una desembozada represión que ha sido denunciada por diferentes medios (ver video, Haití: preferimos morir de pie). En 2006 se realizaron las elecciones en las que fue reelegido René Préval.
Tras varios años de reformas neoliberales, la economía haitiana se encuentra devastada. Éstas políticas liquidaron por completo los subsidios y aranceles que protegían la producción nacional. Haití producía todo el arroz para su consumo, pero en el 2008 ya importaba el 80% de este cereal, a la vez que su precio se elevó. La agricultura se sumió en el atraso y arrastró a los campesinos a la mendicidad. La balanza comercial muestra un enorme déficit producto del programa norteamericano de cooperación económica basado en las maquilas como camino para el desarrollo (Ver videos sobre zona franca en la frontera con República Dominicana: parte I, parte II y parte III). Según la Cepal, En 2008 las importaciones sumaron 2.107 millones de dólares, mientras las exportaciones sólo alcanzaron 490 millones; en las cifras oficiales tal diferencia es velada por la cuantía de las remesas de los haitianos que viven en el exterior que sumaron 1.252 millones, y por las donaciones, 474 millones de dólares (Ver Estudio económico de América Latina y el Caribe 2008 – 2009. Cepal. págs. 281 a 286). El llamado proyecto empresarial de los Estados Unidos no hizo más que acentuar los desequilibrios sociales. El círculo vicioso de opresión nacional, miseria y desastres naturales fue llevando a Haití a un estado dramático y antes del terremoto su ingreso per cápita tan sólo llegaba a los 1.300 dólares al año; el 80% de sus nueve millones de habitantes vive bajo el umbral de la pobreza, es decir, sobrevive con menos de un dólar al día, y más de la mitad se encuentra bajo la raya de la miseria y el analfabetismo. El número de médicos por cada 10.000 habitantes es de 0,2, mientras en un país como Colombia, donde la tasa ya es baja, hay 10,36. Las estadísticas revelan que la esperanza de vida apenas sobrepasa los 57 años. No es extraño, entonces, que en las profundidades del Caribe sucumban cientos de balseros, no cubanos, haitianos, a quienes nadie nombra.
Si bien un desastre natural no puede evitarse, sí es posible minimizar sus consecuencias. Haítí constituye el ejemplo extremo de cómo la miseria agiganta el costo en vidas y en daños materiales de tales fenómenos. Así aconteció con los huracanes de los años anteriores que azotaron la zona, pero en ninguna otra parte con consecuencias tan terribles. En Chile, el 27 de febrero, un movimiento telúrico de 8,8 grados —considerablemente mayor que el del país caribeño— y un tsunami que sobrevino, dejaron un saldo de menos de 1.000 muertos. El tamaño de las consecuencias del terremoto en Haití le está gritando al mundo el crimen que han cometido los colonialistas de viejo y nuevo cuño y los gobernantes títeres, juntos responsables de su atraso y su pobreza.
No hay nada humanitario en el imperialismo
Capítulo aparte merece la conducta de los Estados Unidos so pretexto de la ayuda humanitaria. Lo primero que hicieron tras conocerse la noticia del terremoto, fue un despliegue militar de grandes proporciones sobre Haití: desplazaron a sus costas un portaaviones, cuatro buques anfibios y una flota aérea, así como un contingente de 12.000 soldados, que ampliaron posteriormente a 20.000. Las operaciones “humanitarias” quedaron a cargo del Comando Sur cuyas prioridades estuvieron enfocadas al control del aeropuerto, las comunicaciones y las principales carreteras. Las decisiones sobre la suerte de la nación quedaron centralizadas no en el palacio presidencial, que colapsó como la mayoría de las construcciones de Puerto Príncipe, sino en el Departamento de Estado, el Pentágono y la Agencia de EEUU para el Desarrollo Internacional —USAID, por sus siglas en inglés—. En la actualidad, sumados los soldados de la MINUSTAH, las fuerzas de ocupación en Haití llegan a 25.000. Por ello, las preguntas obligadas que surgen son ¿se trata de una operación humanitaria o de una invasión?, como lo plantea el analista Michel Chossudovsky; y si estamos ante una invasión, que es lo que muestran los hechos, ¿cuáles son los intereses de los Estados Unidos que la motivaron?
Son varios los objetivos del imperialismo. Los primeros fueron expresados públicamente por los voceros del gobierno norteamericano y por los militares del Comando Sur encargados de las operaciones: sofocar los disturbios y los saqueos, es decir, proteger la propiedad de la burguesía local y la de los inversionistas extranjeros en Haití, así como detener a los balseros que pretendieran salir con rumbo a los Estados Unidos. Los prisioneros, se dijo en tono intimidatorio, serían conducidos a la base de Guantánamo. A la búsqueda desesperada de agua y alimentos por los sobrevivientes las tropas invasoras contestaron con garrote y con bala.
La rápida respuesta de los estadounidenses mostró su afán por asumir el control total del país, impedir que otras potencias le tomaran la delantera y subordinar a ellos todos los movimientos de la ayuda humanitaria internacional. Los resquemores afloraron sin demora. Un ejemplo de ello fue la protesta del Secretario de Estado Francés de Cooperación, Alain Joyandet, cuando las fuerzas gringas que controlaban el aeropuerto impidieron el aterrizaje del avión en el que llegaba a Puerto Príncipe: “Se trata de ayudar a Haití, no de ocupar Haití”, expresó con molestia. La visita de Sarkozy a Puerto Príncipe el 17 de febrero, la primera de un presidente francés en siglos, revela el interés de la potencia europea de no permanecer impasible ante el predominio norteamericano en Haití: “He venido a decir al pueblo haitiano y a sus líderes que Francia, la primera en estar en el lugar tras la catástrofe, permanecerá firme a su lado para ayudarles a levantarse de nuevo y abrir una nueva y feliz página en su historia”, dijo Sarkozy, sin sonrojarse, en un acto protocolario frente al semidestruído palacio presidencial, y allí anunció un giro de 326 millones de euros. El 16 de febrero, en el diario Le Monde, había aparecido una violenta crítica a los cuatro siglos de infamia francesa frente a la nación caribeña. (Ver Sarkozy y el despojo de Haití, parte I y parte II).
Por su parte, Barak Obama, en un discurso refiriéndose al pueblo haitiano habló sobre “la larga historia que nos une” y en una demostración de hipocresía y de cinismo sin límites, creó el Fondo Clinton-Bush para Haití —sobra repetir las desgracias que las intrigas y maquinaciones de estos dos personajes ocasionaron a los isleños— y, posteriormente, propuso conformar una troika junto con Canadá y Brasil para “coordinar la comunidad de donantes”, ante lo cual el secretario de Estado francés para Asuntos Europeos, Pierre Lellouche, aseguró, en un derroche de diplomacia, que Francia no se sentía excluida, que seguramente se trataba de un olvido del presidente Obama y que “Estados Unidos necesita a Europa y Europa a Estados Unidos”. (Ver Francia a la defensiva frente a impresionante despliegue de EEUU en Haití, en RPP noticias).
Es claro que el contrapunteo entre las potencias no constituye una emulación de altruismos sino una soterrada pugna de mezquinos intereses económicos. Al tiempo que los hombres públicos hacían conmovedores discursos de “desinteresada solidaridad”, en Miami tenía lugar una reunión de firmas especializadas en hacer negocios aprovechando los problemas creados después de conflictos o desastres. Sus ojos se encuentran puestos en los cerca de 15 mil millones de dólares que se estima costará la reconstrucción. Esto fue lo que afirmó Kevin Lumb, presidente ejecutivo de Global Investment Summits Ltd, quien organizó el encuentro: “No creo que tengan otra opción más que conseguir que las compañías privadas ayuden en la reconstrucción de Haití (…) creo que abre una gran cantidad de oportunidades de negocios. La mayor parte de su infraestructura está destruida, sus caminos, comunicaciones, edificios, obviamente afectó a su suministro de agua, electricidad, así que todo eso debe ser reconstruido”. (Ver Sector privado ve opciones de negocios en reconstrucción de Haití, Reuters América Latina). En estos momentos todas las expectativas se centran en la realización de la cumbre de los países donantes, que se llevará a cabo el 31 de marzo, en la sede de la ONU en Nueva York y en otra que se ha convocado para la reconstrucción el 2 de junio, en República Dominicana.
Se refuerza el control sobre el Caribe
Para redondear, veamos cuáles son los intereses geopolíticos del Tío Sam. Desde su primera invasión a Haití en 1915, el imperialismo norteamericano ha mostrado un particular interés por el control del Caribe y Centroamérica. Se trata para ellos de un asunto de “seguridad nacional” que cobró mayor importancia tras el triunfo de la revolución cubana en 1959 y durante el período de la Guerra Fría. Durante buena parte del siglo XX, Washington sostuvo dictaduras militares anticomunistas, serviles y corruptas en la mayoría de los países de la región, las banana republics, como las caricaturizó el escritor norteamericano O. Henry.
En el último lustro, la Casa Blanca se preocupa por mantener el control de la región y cercar a los gobiernos de Cuba y Venezuela. El presidente Hugo Chávez, en estrecha colaboración con el gobierno de la isla de Martí, viene liderando la creación de un acuerdo de países de América Latina y el Caribe en contraposición a los tratados de libre comercio impuestos desde Washington. El proyecto de Chávez, conocido actualmente como Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos, ALBA-TCP, cuenta a la fecha con la adhesión de ocho países: Venezuela, Bolivia y Ecuador, en Suramérica; Nicaragua, en Centroamérica y Cuba, Antigua y Barbuda, Dominica y San Vicente y las Granadinas en el Caribe. El 10 de octubre de 2008, el Congreso hondureño aprobó el ingreso de ese país al ALBA, y más adelante, su presidente, Manuel Zelaya, firmó un acuerdo para la compra de petróleo a Venezuela. Los Estados Unidos urdieron de inmediato una conspiración que culminó con el derrocamiento del mandatario por los militares quienes colocaron en su lugar al presidente del Congreso, Roberto Micheletti. Pese a la enorme presión internacional para que se restituyera a Zelaya en el poder, Micheletti y la Casa Blanca —que de palabra condenó el golpe, pero en los hechos estaba con los golpistas—maniobraron hasta que se dieron las elecciones en noviembre de 2009, en las que fue elegido presidente el derechista Porfirio Lobo. (Ver en Notas Obreras, Golpe militar en Honduras: Obama tira la piedra y esconde la mano).
Los hechos de Honduras guardan mucha similitud con lo sucedido en Haití. Recordemos que en 2004 el derrocamiento de Aristide estuvo precedido de sus acercamientos a Cuba y Venezuela. En ese entonces el golpe fue justificado acusando a Aristide de corrupción y valiéndose de un proceso por narcotráfico montado en su contra. Frente al mundo, el asunto no pasó a mayores tratándose del pequeño país caribeño y de su histórica inestabilidad política. Pero ahí no paró todo.
En abril de 2009, en medio de la realización de la V cumbre del ALBA, Hugo Chavez y René Préval firmaron un acuerdo energético, en el que Venezuela se compromete a suministrar a Haití “crudos, productos refinados y GLP [Gas Licuado de Propano] a la República de Haití por la cantidad de catorce mil barriles diarios (14 MBD) o sus equivalentes energéticos por intermedio de una empresa mixta en Haití conformada entre PDVSA y la empresa estatal del país signatario”. Los términos financieros pactados son muy ventajosos para Haití. Un segundo acuerdo suscrito por los presidentes de Venezuela y Haití y por el vicepresidente de Cuba Carlos Lage, plantea el compromiso de “promover e intensificar la cooperación” en las siguientes áreas: salud y medicina, educación, cultura, energía, seguridad y soberanía alimentaria, industria, intercambio comercial, desarrollo rural, promoción de inversiones públicas y privadas, agricultura y ganadería, infraestructura, turismo, adiestramiento en el área de recursos humanos, ciencia y tecnología, ambiente, y “Cualesquiera otras áreas que de común acuerdo decidan las Partes.” (Ver Convenio marco de cooperación ALBA-Haití).
Con motivo de estos convenios Chavez manifestó: “Haití para nosotros ya es parte del Alba aún cuando formalmente no ha tomado él [el presidente René Préval] por circunstancias internas, la decisión de incorporarse.” (Ver Presidente de Haití : Territorio haitiano estará libre de analfabetismo gracias al Alba, en Alter Presse).
El terremoto del 12 de enero les permitió a los Estados Unidos intervenir manteniendo ocultas sus intenciones estratégicas. En el momento en el que se escriben estas líneas, se conoció la noticia de que, en medio de la visita de René Préval a Washington, Obama anunció el retiro de parte de los marines de Haití, pero también afirmó que allí permanecerán 8.000 soldados junto a las fuerzas de la MINUSTAH.
Por su parte, los países del ALBA han mantenido una activa solidaridad con el pueblo haitiano. Inmediatamente se conoció la noticia del desastre, Cuba envió un grupo de 400 médicos, que jugó un papel importante en la atención a los heridos. Esta alianza creó un fondo humanitario y un plan para contribuir solidariamente a la reconstrucción del país caribeño. Y también han expresado rechazo y preocupación por la fuerte presencia militar norteamericana. El 20 de enero, el presidente boliviano Evo Morales dijo que “no es posible que EEUU use la desgracia de los pueblos, como el terremoto, para invadir y ocupar militarmente Haití”, y el 25 del mismo mes, La reunión extraordinaria del Consejo Político del ALBA expidió un comunicado en el que expresa “su preocupación por la excesiva presencia militar de tropas estadounidenses en Haití”. (Ver Declaración Reunión Extraordinaria del Consejo Político del ALBA).
Los hechos de Honduras y Haití, así como la instalación de siete bases militares norteamericanas en Colombia (ver Para celebrar el bicentenario de la Independencia, Uribe entrega el territorio colombiano a las tropas gringas) muestran claramente el designio de la Casa Blanca de impedir el avance de cualquier tendencia que amenace con desestabilizar su predominio en lo que siempre ha considerado su patio trasero.
Los pueblos del continente deben levantar la bandera de la autodeterminación nacional como el único camino para buscar su progreso y su bienestar. El pueblo haitiano, por su parte, ha dado sobradas muestras de su indoblegable rebeldía; sabrá diferenciar entre la auténtica solidaridad y los actos de los invasores, a quienes tarde o temprano derrotará, sin importar lo poderosos que parezcan, como lo hizo hace 200 años con las tropas napoleónicas al mando del general Leclerc.
[1]Aunque en los registros de la historia los grandes enciclopedistas le hayan otorgado el honor a Inglaterra, ésta lo hizo tres años después de Haití, y aún así, en los hechos no fue del todo cierto, ya que aquel país aún mantenía sectores de la población bajo esa forma de dominio, así que, en 1832 Inglaterra tuvo que volver a declarar públicamente la prohibición de la esclavitud.
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