Palo en el Polo

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Palo en el Polo

Por Alfonso Hernández

Al parecer, los resultados de la pasada consulta electoral dieron comienzo a una crisis en el seno del Polo Democrático Alternativo; sin importar cuál sea el desenlace de dicha reyerta, vale la pena hacer algunos comentarios acerca la conducta que exhibe ese partido.

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Proclamado como la izquierda moderna, llegó a ser el vertedero de tendencias que abarcan desde un ala que se podría denominar izquierda de la derecha, pasando por la de centro hasta la nombrada extrema o radical. Ha parecido refractario a fragmentarse por cuestiones ideológicas, constituyéndose en verdadera obra maestra de la contemporización. La gran variedad de su mercancía política trae a la mente la imagen de un supermercado enorme. Casi no hay cliente que se vaya con las manos vacías: si se trata de un sindicalista u otro asalariado, puede obtener en uno de los ventorros, a cambio de su voto, unas cuantas declaraciones contra el neoliberalismo y la privatización de las empresas; si, por el contrario, el comprador es enemigo de la intervención del Estado en la economía , y representa a un gran banco o corporación multinacional, la casa Moreno Rojas, respaldada por las firmas de los sedicentes radicales, le ofrece en remate una de las compañías más estratégicas, como la ETB, y le promete que pronto estarán en el mercado también algunas avenidas principales del Distrito, que mediante peajes ofrecerán alta rentabilidad. Por aquí, un merchante promete objetar las bases gringas en territorio colombiano, y por allá los mayoristas garantizan rendida admiración y respaldo a Barack Obama. Unos vocean la oposición a Uribe y otros, que continuarán la Seguridad Democrática, sin su creador. Con respecto al TLC, hay quienes dicen rechazarlo y también quienes aconsejan a Washington que no lo firme con Uribe, pues, argumentan que éste no les daría garantías en la contratación oficial a las corporaciones gringas. En los periodos de feria electoral, cada aspirante a edil, concejal, diputado, representante o senador vocea su propio paquete de promesas, sin que nadie se preocupe por la falsedad de los compromisos ni por la incongruencia que su carácter variopinto le imprime a la lista única de voto preferente. Eso sí, todos promocionan algo de extraordinaria vaguedad, pero de gran fuerza vendedora: lo social y la democracia. No se crea que el símil sea perfecto, mientras en el supermercado todos los comerciantes están bajo el cobijo de un mismo techo, en el Polo todos se agrupan por un mismo umbral. En todo caso, la falta de unidad programática, así sea en puntos muy básicos, no constituye una desventaja para un partido de este tipo; al contrario, le permite atraer electores, ya incautos, ya avivatos; le granjea adeptos entre los inconformes y le gana complicidad entre los magnates más avisados, quienes entienden que el régimen necesita echar mano de sus dos manos.

Por ello, ninguno de los temas mencionados ha provocado cisma alguno en el Polo; ya el alcalde Garzón había incrementado abusivamente el predial y vapuleado a los pequeños y medianos transportadores para defender y agigantar el monopolio de transmilenio – esa criatura de Peñalosa, el neoliberal, en la que Bogotá financia el grueso de los costos y los pulpos recogen las utilidades- sin que los demás voceros de la agrupación amarilla hubieran chistado, aparte de algunas críticas menores y tan a destiempo que Garzón ya había dejado el cargo. Enfrentarse por cosas como la defensa del patrimonio público, la política imperialista de Obama o la desfinanciación de los hospitales de la capital y el sistema de cooperativas de trabajo asociado que se impone en ellos, sería una vuelta al dogmatismo y al sectarismo de los tiempos idos. Esas cosas se han de concertar, sin obstruir la unidad ni cerrarle el paso al gran cambio nacional, en el cual se logre, como en el Distrito, que los puestos oficiales los ocupen los líderes de la zurda, que se desviven por ser gobierno. Los postulados de principios son, para esta expresión perfeccionada de la radicalidad decente y reverente, buenos adornos para los discursos pero nunca motivos suficientes para batirse en la arena política y arriesgar una curul.

Este discurrir de los acontecimientos no es sorprendente. El Polo tuvo su origen en la “nueva izquierda”, ese vástago del auge del neoliberalismo, del mundo del predominio indisputado de los Estados Unidos, de la teoría de que el sistema capitalista es el estadio superior y el mejor fruto que la historia de la humanidad puede ofrecer. La última aseveración ha sido defendida siempre por los magnates; lo nuevo, en los noventa en América Latina, consistió en que los dirigentes de los partidos y agremiaciones obreras o populares acogieran un pensamiento que privaba a las clases oprimidas de un porvenir histórico, de una perspectiva de libertad y bienestar. Su inspiración no proviene de la revolución francesa o de la bolchevique, ni de ninguna otra, sino de las piruetas y componendas de los parlamentarios laboristas o socialistas, tipo Rodríguez Zapatero. Sus héroes no son Espartaco, Robespierre o Lenin sino la familia Clinton, Tony Blair y Barack Obama.

En consonancia con las prédicas de los financistas, dicha izquierda se declaró enemiga de la revolución social y decretó el fin de la lucha de las clases sociales postergadas, en medio de la mayor ofensiva desatada por las poderosas. Los adalides de la capitulación afirmaban que las reivindicaciones de los sectores sociales y de los pueblos oprimidos debían tramitarse en adelante únicamente mediante el diálogo y el entendimiento con los opresores, en vez de acudir a la protesta y la insubordinación. A esa corriente se sumaron con premura algunas de las organizaciones de la denominada “vieja izquierda”, que tiró unas banderas, ocultó otras y desfiguró las restantes. En el caso del MOIR, el secretario general de aquel entonces, Héctor Valencia, se echó encima la ignominia de declarar que quienes traicionaban una y otra vez al movimiento obrero no eran enemigos de clase, sino aliados y amigos potenciales, que no había que desenmascararlos sino atraerlos. Encubrir y ensalzar la quinta columna fue el “aporte genial” de Valencia a la política unitaria. La defección de este funcionario y del Comité ejecutivo de ese partido prestó un gran servicio a quienes se habían dado a la tarea de apaciguar la inconformidad y entregó inermes a los trabajadores a la furiosa embestida de la política norteamericana, aplicada con tanto ahínco por Álvaro Uribe. Éste pudo arremeter contra Telecom, el ISS, Ecopetrol y otras muchas entidades del Estado y sacar adelante las más funestas reformas laborales. Notas Obreras surgió, precisamente, como un medio para expresar el rechazo a semejantes claudicaciones.

Junto con la felonía en el movimiento sindical se puso manos a la obra de armar partidos políticos de la misma índole, proceso que concluyó con la amalgama del Polo, organización que hoy se estremece por los resultados imprevistos de una consulta. El ganador exige que se le entreguen todas las palancas de control, y los perdedores se muestran reticentes y ponen condiciones adicionales para respaldar al candidato escogido. Para colmo, el ex magistrado Carlos Gaviria, máximo exponente de la madurez de la izquierda radical — quien con solemnidad pontificial aleccionó sobre el respeto a la ley, a los compromisos y a las normas — sorprendió al país con una pataleta y el rechazo a honrar su palabra empeñada. La moraleja jurídica de su comportamiento actual es que se respetan los acuerdos, siempre y cuando se resulte vencedor.

A los miembros de Notas Obreras no nos parecen enjundiosos en absoluto los ensayos unionistas del Polo, pero, con el ánimo de asimilar el acontecer político, observamos cómo pugnan y se reacomodan las dos fuerzas que lo rigen: la centrípeta del umbral y la centrífuga de las vanidades hinchadas. A la vez, nos mantenemos a la expectativa de la entrada en escena de otro impulso, el de los miles de militantes del Polo que de veras procuran un cambio progresista de la situación nacional.

Una enseñanza brota de los hechos comentados. La urgente construcción de un haz de fuerzas y sectores sociales apto para transformar la sociedad colombiana ha de cumplir dos requisitos:

1 Tener como guía un programa cuyo punto esencial sea el de liberar a Colombia del sometimiento a los Estados Unidos, de sus bases militares, de las imposiciones de éstos a través del Fondo Monetario Internacional. Se requiere la nacionalización de los sectores estratégicos para el bienestar del país y del pueblo. Dicho programa debe oponerse a la privatización de la salud, de las instituciones de enseñanza y de las empresas de servicios públicos, y garantizar los derechos de los trabajadores y del pueblo. La soberanía y el avance exigen el respaldo a la producción industrial, agrícola, minera y de servicios y a la investigación científica y tecnológica. Los latifundios deben ser repartidos entre los campesinos e indígenas.

2 Unas normas democráticas de funcionamiento que permitan que las decisiones se tomen por mayoría, y se acaten, y se respete el derecho de las minorías a expresar sus opiniones, sin menoscabo de la ejecución de lo determinado mayoritariamente.

Esta es una apretada síntesis de la propuesta que hiciera Francisco Mosquera para construir un frente unitario basado en unos principios sólidos; una vieja lección que recobra toda su validez.

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