En el mes de mayo de 2016, las autoridades bogotanas –tanto civiles como policiales– adelantaron un operativo de gran escala cuyo publicitado objetivo era recuperar El Bronx, como se le conoce a una deprimida zona del centro de la capital. Más allá de lo que los medios de comunicación han calificado como hallazgos macabros –escenarios de tortura y homicidio, drogadicción, tráfico de drogas, trata de personas–, la intervención de este céntrico espacio ha puesto de manifiesto la manera en la que la administración distrital y el capital inmobiliario entienden el espacio urbano.
Los famélicos se enfrentan a dos caras del régimen: la del garrote y los gases, la prisión y la “limpieza social” y la de los togados, magnánimos, que recitando doctrinas, parágrafos e incisos, les prometen permitirles hundirse democráticamente en la degradación.