Palacios degrada el nivel académico

Reforma en la Universidad Nacional

Recientemente Marco Palacios dio a conocer La reforma académica que requiere la Universidad Nacional de Colombia, documento que entronca con planes anteriores, como el de Antanas Mockus, y explica el porqué Álvaro Uribe, contra el querer de la mayoría de la comunidad universitaria, impuso al actual rector. Sobre el carácter nefasto de sus orientaciones versan estas notas.

Editorial

Reforma en la Universidad Nacional

Recientemente Marco Palacios dio a conocer La reforma académica que requiere la Universidad Nacional de Colombia, documento que entronca con planes anteriores, como el de Antanas Mockus, y explica el porqué Álvaro Uribe, contra el querer de la mayoría de la comunidad universitaria, impuso al actual rector. Sobre el carácter nefasto de sus orientaciones versan estas notas.

El documento no deja lugar a duda acerca de que el objetivo primero es adecuar el principal centro de educación superior del país a la apertura económica, cuya doctrina sostiene que no es saludable proteger los renglones agrícolas ni industriales autóctonos sino someterlos a la devastadora acometida de los gigantescos y apadrinados consorcios transnacionales. La aplicación de tales preceptos durante cerca de quince años ha venido sometiendo el aparato productivo nacional a la ruina. Con el ALCA y el TLC se busca consolidar un sistema en el que Colombia, y los demás países pobres, han de limitarse a producir los artículos en los que puedan ser “competitivos” en el mercado internacional, aquéllos que les demanden las multinacionales, ya sean frutos del trópico o procesos que requieran mano de obra barata. En otras palabras, se trata de renunciar a la senda de un desarrollo económico integral, soberano, y de afincar la subordinación material a los Estados Unidos. Al respecto, Marco Palacios no disimula sus elogios al modelo de los años veinte, de las ventajas comparativas, en el que el país se dedicaba a exportar productos primarios; a la vez, desdeña el ocuparse de atender el mercado interior, “pequeño y pobre”. En la mente subordinada de esta clase de intelectuales, las necesidades de la población colombiana, las perspectivas de un desarrollo autónomo, no son cosas que valgan la pena, no son algo que sea pertinente en el contexto local.

A la universidad le corresponde otra parte del ignominioso cometido: “La producción científica y tecnológica debe ser localmente pertinente y globalmente competitiva”; “La pregunta debe referirse al papel de la investigación en el contexto local y de las relaciones de éste en lo global”[1]. Los intereses de unos pocos centenares de empresas que hoy reinan en el mercado internacional dictarán qué y cómo enseñar en Colombia, qué “innovar” y cuándo, dispondrán los criterios para medir la “eficiencia y la productividad” de los docentes, y establecerán los costos de las matrículas y las tasas de cobertura.

Las directrices son claras, a pesar de algunas astucias del rector,

La universidad debe ser pertinente, es decir, ha de acabar el “enciclopedismo”, la “sobreenseñanza”, ya no es necesario que los profesionales sepan tanta cosa que no encaja en el “contexto”, en lo que demanda el “mercado laboral”. Por ello, “no se puede pretender que el pregrado cubra todo el cuerpo de conocimientos más importantes de una disciplina o profesión”[2]. Con esos argumentos se reducen las carreras en un año, y los dos primeros se dedican a mejorar las competencias de lectura, escritura y algunas nociones generales: nada distinto a la repetición del bachillerato, como lo reconoció Marco Palacios, en entrevista con el diario El Tiempo el 7 de octubre.

El argumento de la pertinencia se esgrime por doquier para rebajar, para envilecer, el nivel de la educación. Con ese criterio, es absurdo que un joven de los barrios pobres de Bogotá aprenda álgebra o geometría. Francisco Cajíao, otro pregonero de las políticas de los organismos multilaterales, considera impertinente enseñar las leyes del movimiento uniformemente acelerado a una niña que sufre “los estragos del primer amor” y piensa que es inaceptable que los mayores, por ilustres que sean, les digan a las nuevas generaciones qué deban estudiar. Así, la única educación pertinente sería aquella que solicite espontáneamente el educando. Michel Gibbons, académico al servicio del Banco Mundial, sostiene que las nuevas generaciones de médicos deben memorizar un conjunto de soluciones a diversos problemas, en vez de perder el tiempo estudiando fisiología o anatomía[3]. Se trata de que los profesionales, principalmente de los países pobres, se constriñan a utilizar el recetario de las multinacionales, sin alcanzar un dominio, una formación mayor en la disciplina correspondiente. Como se puede ver, los cambios en el alma mater son la aplicación, pura y simple, de las disposiciones del Banco Mundial; aquí no nos topamos con ningún aporte creativo ni con una innovación del rector Palacios, éste se limita a ironizar “la idílica transmisión del conocimiento universal”[4] y a alegar que “un producto que surja de un contexto en el cual no pueda reinsertarse es claramente el resultado de una práctica enajenada, y esto vale tanto para campos de enorme abstracción como para aquellos de impacto social directo”. Se trata, ni más ni menos, que de poner la universidad a espaldas de aquel conocimiento científico avanzado que no sea aplicable de manera inmediata en nuestro medio económico y social. De la mano del rector uribista entramos, pues, a la era del conocimiento menoscabando los estudios.

Detrás de todo está el capital financiero, pragmático en extremo, que todo lo decide con el criterio del dividendo pronto y jugoso, y que aun en los Estados Unidos, en donde el contexto y lo pertinente son mucho más dilatados, apremia porque se privilegie cuanto sea posible la innovación —consistente en adaptar productos o procesos ya existentes—, sobre la investigación básica, y, principalmente, sobre las indagaciones, como las relacionadas con las partículas subatómicas, que aunque sean de gran valor para hallar respuesta a los grandes interrogantes, no parecen ofrecer réditos a corto plazo.

La interdisciplinariedad se pregona con insistencia, como ya es usual en cuanto escrito atinente a la educación. Del enorme adelanto de las disciplinas científicas brotan casi a diario estudios más y más especializados, verdaderas proezas del método científico; la misma profundidad en el análisis de las partes urge un esfuerzo para extraer leyes generales aplicables a los diversos campos y para visualizar los fenómenos en conjunto. Con este enfoque, y siempre gracias al desarrollo del conocimiento, la humanidad se puede plantear hoy tareas como la de evitar que los progresos tecnológicos que se aplican a resolver unos problemas causen otros, quizá mayores. Al escudriñar holístico han dedicado sus esfuerzos muchos eminentes científicos y filósofos, y es difícil imaginar algo más beneficioso en la formación de las nuevas generaciones que el que estas lleguen a hacer suyos el rigor del método científico y el arte de la reflexión. Pero, para ser seria, la interdisciplinariedad tiene que enraizarse firmemente en las disciplinas, no en su negación; en aprenderlas, no en ignorarlas. Hoy, en las ciencias sociales, en nombre del conjunto, de la interrelación, campea el relativismo epistemológico de los posmodernos, quienes niegan la validez del método científico y presentan como articulación de las disciplinas el subjetivismo y el misticismo, tan gratos a los opresores.

Amoldar la Universidad Nacional a las exigencias de la globalización significa también convertirla en un negocio que, a juicio de Peter Drucker, será uno de los más rentables del siglo XXI. Es de interés nacional que en la Universidad se puedan cursar doctorados del más alto nivel, pero hay motivos para pensar que muchos de ellos no harán cosa muy distinta a cubrir las áreas de estudio sustraídas al pregrado. En los estudios de posgrado se cobrarán matrículas elevadas, con lo cual se consolidará una organización académica que restringirá al máximo el acceso de las capas pobres y medias a la enseñanza verdaderamente superior.

A la Universidad se le impone con mayor fuerza el criterio de eficiencia empresarial: se le exige autofinanciarse con la venta de investigaciones, de cursos de extensión, de educación continuada y de doctorados; con el aumento del número de estudiantes, o clientes, atendidos por cada docente, y con el incremento de las matrículas, una de cuyas palancas será el sistema de créditos académicos. No faltan algunas promociones, tan adecuadas al estilo mercantil, como aquella de curse dos carreras en el tiempo de una.

Para pescar incautos, la reforma tiene varios señuelos, por ejemplo, plantea que la Universidad será de investigación, pero es evidente que ésta no dispone de recursos y que el gobierno nacional no se los va a entregar. La poca investigación será la que requieran las empresas exportadoras, más que todo las multinacionales, que se quedarán con los derechos de propiedad intelectual.

La forma como Palacios presenta las cosas lleva implícita la idea de que el buen suceso de la Nacional depende de su voluntad de adaptarse al cambio, en últimas culpa al profesorado de los problemas que padece dicha institución y exonera a la política oficial, que la ha venido asfixiando con un presupuesto menguante. Los controles tayloristas impuestos al cuerpo docente no solo son ajenos a cualquier propósito de investigación serio, sino que parecen orientados a arrasar la libertad de cátedra.

Notas Obreras considera urgente debatir este proyecto y desentrañar hasta qué punto busca degradar el contenido científico y académico de la enseñanza en la Universidad Nacional y en qué medida pretende sujetar dicha institución a los intereses de la globalización imperialista. Es inadmisible que los uribistas encabezados por Palacios se presenten como adalides de cambios revolucionarios y partidarios del avance de la investigación y de la ciencia, cuando son en realidad sus enemigos jurados.

 

Noviembre 1° de 2004

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[1] Rectoría Universidad Nacional de Colombia, La reforma académica que requiere la Universidad Nacional de Colombia. Bogotá, 2004. p. 21
[2] Ibídem. p. 51.
[3] Gibbons Michael, Pertinencia de la educación superior en el Siglo XXI. Banco Mundial, 1998. p. 45.
[4] Rectoría Universidad Nacional de Colombia, La reforma académica que requiere la Universidad Nacional de Colombia. Bogotá, 2004. p. 15.

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