Necesidad de una posición revolucionaria

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Nace de la indignación que produce el discurrir de los asuntos nacionales e internacionales, frente a los que debe pronunciarse todo aquel que abogue por la libertad y el progreso.

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Presentación

Sale a la luz el primer número de Notas Obreras, publicación electrónica que aparecerá quincenalmente. Nace de la indignación que produce el discurrir de los asuntos nacionales e internacionales, frente a los que debe pronunciarse todo aquel que abogue por la libertad y el progreso.

El principal problema que ha de enfrentarse es la agresividad de la potencia estadounidense que, desde el fin de la Guerra Fría, redobla sus esfuerzos para sojuzgar el mundo: así lo demuestran los acontecimientos, que han desnudado sus propósitos y hecho añicos todas sus argucias. Agredió a Irak, pisoteando todo derecho internacional y en abierto desafío a la opinión pública, con el pretexto de que esa pequeña nación poseía un formidable arsenal nuclear y químico que blandiría contra Estados Unidos, según afirmó el secretario de Estado Colin Powell, quien exhibió imágenes de satélite con las cuales pretendió presentar como verdaderas sus aseveraciones mendaces. Han pasado largos meses de ocupación y el temible arsenal no apareció por parte alguna. El propio jefe de inspectores norteamericanos de armas, David Kay, renunció tras afirmar: “no creo que existiera”. Los altos funcionarios gringos también acusaron al gobierno de Saddam Hussein de haber tomado parte en los ataques del 11 de septiembre de 2001, de lo cual tampoco hay pruebas ni indicios. No se piense, sin embargo, que se trató de un error, pues los monopolios yanquis sí encontraron lo que buscaban: jugosos negocios petroleros y de reconstrucción de puentes y edificios, acueductos y centrales eléctricas, carreteras y escuelas que los bombardeos devastaron, todo a expensas de los asaltados. En eso Bush ha sido categórico: los contratos son para las aves de rapiña gringas, para él y sus compinches, para el vicepresidente Cheney y su firma Halliburton, para nadie más.

El pretendido guardián de los “derechos humanos” no sólo bombardea poblaciones civiles inermes sino que también establece campos de concentración en Bagdad y Guantánamo y, en el propio territorio de Estados Unidos, niega cualquier medio legal de defensa a las personas, principalmente extranjeras, apresadas sin causa ni prueba alguna. A lo largo de los años noventas, los Estados Unidos se entrometieron y atacaron a numerosas naciones, Panamá y Somalia entre ellas, y despresaron a Yugoslavia, pero en esa ocasión prefirieron contar con la complicidad de la ONU y de la OTAN, y se mostraron temerosos de enviar tropas de tierra. La lección que les había dado el pueblo vietnamita los hacía cautelosos. Las precauciones con las que emprendían sus aventuras bélicas tenían que ver también con el temor de que los ciudadanos norteamericanos se alzaran contra esos procederes, como ocurrió en los años sesentas. Pero la nueva situación de perdonavidas del globo, la avaricia desbocada y el desarrollo tecnológico de su armamento, que han puesto a prueba bombardeando ciudades como Belgrado, —pruebas de las que es fanático el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, partidario resuelto del asesinato en masa sin correr ningún riesgo— impulsaron al Tío Sam a ser más temerario. Finalmente, los sucesos del 11 de septiembre, les permitieron a los piratas hacerles creer a los estadounidenses que sus incursiones sólo se originaban en el deseo de garantizar la seguridad de la gente del común. Por ello ocupan Afganistán e Irak, amenazan a Corea e Irán y se inmiscuyen y bravuconean por doquier, pues la belicosidad es connatural a esa potencia rapaz.

Los pueblos que no padecen el ataque militar directo tienen que soportar el creciente colonialismo económico. Aguijoneada por insaciables apetitos, la Casa Blanca alecciona sobre el “libre mercado” con el que plaga el mundo de hambre. La “liberalización” de las tasas de cambio y de los mercados de capital, impuesta en la década del noventa, ha prohijado devastadores flujos y reflujos de caudales. Con el incremento de las inversiones en el extranjero, los monopolios toman el control de empresas privatizadas y de ramas enteras de la producción, revalúan las monedas locales, entorpecen las exportaciones de los países pobres y disparan las importaciones, llevando a la quiebra a numerosas compañías industriales y agrícolas y elevando el desempleo a tasas insoportables. En tales momentos se fusionan los consorcios más poderosos y las actividades suntuarias florecen mientras que los renglones esenciales se mustian. La posterior fuga de capitales envilece las monedas, incrementa la carga de la deuda y, de nuevo, arroja a la ruina a bancos, industrias y plantaciones que no resisten el abultamiento de los débitos causado por la devaluación monetaria y las tasas de interés confiscatorias.

Los platos rotos los pagan los Estados, cuyos presupuestos devoran gravámenes crecientes, envilecen los salarios públicos, reducen inversiones y lanzan al desempleo a multitud de personas, solo para garantizar el sacrosanto derecho de los agiotistas de Wall Street, quienes tienen como su cobrador internacional al FMI. Naciones y pueblos se agostan únicamente para tributar a los linces de las finanzas. Numerosos países de Asia, la mayor parte de América Latina, Turquía, Rusia y otros han sido sacudidos por profundas crisis al aplicar al pie de la letra el dogma impuesto por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, todos estos bajo las órdenes del Tesoro de Estados Unidos, dogma que consiste en abrir de par en par las puertas a capitales que, tanto al entrar como al salir, dejan angustia y miseria. Los salarios se rebajan al punto que con ellos ya no es posible vivir dignamente y la inestabilidad laboral elimina el derecho de organización. El momento es amargo en extremo para los trabajadores. Mientras que a los sometidos se les exige un manejo mucho más que austero de las finanzas del Estado y de las empresas, los ejecutivos de los grandes bancos y de otras multinacionales, acudiendo a mañosos procedimientos contables, han desplumado a millones de pequeños y medianos inversionistas incautos, muchos de ellos trabajadores que ahorraban en fondos privados de pensiones. En los más grandes de estos chanchullos está comprometida la camarilla de George Bush. Había que ver a este caradura en Monterrey pregonando que los corruptos deben ser excluidos del sistema interamericano.

Pero los designios imperialistas enfrentan una resistencia creciente; la inconformidad y la protesta cobran alcance mundial; el pueblo iraquí, altivo y valeroso, resiste y pone en aprietos al invasor, que se ve obligado a llamar a la ONU, organismo al cual ignoró antes de la invasión, para que convalide unas elecciones amañadas y un gobierno títere al que pretende endosarle la carga imposible de domeñar la resistencia patriótica. Los productores agrícolas e industriales de diferentes países empiezan a calar la naturaleza lesiva de las reformas en marcha, y en el corazón de los pueblos la rebeldía recupera terreno al abatimiento. Las tropelías de los opresores del mundo hacen necesario que los vientos de descontento se conviertan en tempestades revolucionarias.

En sus anhelos libertarios, los desposeídos tropiezan con un gran obstáculo: el desconcierto, la confusión que campean. La mayoría de la izquierda, cuyo papel político debería consistir en fomentar la rebeldía contra tamañas injusticias, ha resuelto declarar su respeto y sumisión a los intereses y reglas de juego dominantes, vocifera que reniega de toda tradición revolucionaria y sermonea sobre las virtudes de la mansedumbre.

Quienes colaboramos en esta página estamos convencidos de que la hora exige desafiar y repudiar los valores establecidos, no acatarlos; promover la unidad con quienes están interesados en echar abajo el dominio imperialista, no con quienes se afanan por apuntalarlo. Nuestro lenguaje será de batalla, no de concertación. Seremos partidarios de antagonizar con los enemigos de la patria, no de conciliar con ellos. Valoraremos el legado revolucionario del marxismo, en vez de hacer nuestra la ideología de los opresores.

Amigo lector, si usted milita entre quienes aspiramos a que Colombia sea soberana y a que cesen la explotación y la tiranía, esta es su página de internet. Colabórenos

Febrero 1° de 2004

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