Mendeleev, el rebelde y su causa
Por Fernando Vergara
Quien escribe esta columna se propone mostrar el contexto de algunos de los más importantes descubrimientos y avances científicos de la historia, a través de pequeñas reseñas biográficas que ponen de manifiesto cómo aquella parte de la naturaleza que aún no conocemos suficientemente es inteligible y nada misteriosa, siempre que su estudio se adelante sin las cortapisas miserables del interés mercantil que signa la política educativa oficial dictada desde las oficinas del 1818 H Street, N.W., en la ciudad de Washington, D.C.
Cuando el Zar Alejandro II de Rusia ordenó cortar sus cabellos al sabio Dmitri Ivanovich Medeleev, estaba ayudando a consolidar las premisas de una ética perversa que predica la comprensión y la tolerancia a tiempo que busca someter a sus antojos e intereses toda actividad puesta bajo su control.
Pero Dmitri, cuyo abuelo fundó el primer periódico de Siberia y quien había comenzado su aprendizaje hablando con los obreros de una fábrica de envases de vidrio y maravillándose con el encanto de la química en acción, no cedió a las pretensiones imperiales, como tampoco lo hizo cuando se le prohibió participar en las luchas democráticas de los universitarios de San Petersburgo, prefiriendo entonces renunciar a su cátedra. Su primer maestro, el químico Bessargin (desterrado a Siberia por el Zar Nicolás II luego de su participación en la revolución rusa de 1825) le introdujo en el mundo de la ciencia mostrándole la teoría existente detrás de los vasos que el maestro Timofei construía con el arte de su aliento.
El hombre de ciencia
A lo largo de su fructífera vida, Mendeleev se consagró a la investigación y a la docencia; su primer trabajo de importancia, sobre «la unión del alcohol y el agua», mantiene su vigencia y continúa siendo la base científica de la destilación de bebidas alcohólicas, de tal modo que cada vez que brindamos con un Vodka estamos rindiendo, probablemente sin saberlo, un merecido homenaje al gran químico de Tobolska.
Mendeleev realizó estudios sobre astronomía (llegó a realizar un solitario viaje en globo para observar un eclipse total de sol), tecnología química, refinamiento de aceites, recuperación de minerales, propiedades y conductas de gases a presiones altas y bajas (que lo llevaron a desarrollar un barómetro muy preciso), la organización autóctona de la industria de Rusia, agricultura, transporte, meteorología, y metrología y desarrolló innovaciones científicas y tecnológicas. Entre 1859 y 1861, Dmitri estudió las densidades de los gases con Regnault en París y el funcionamiento del espectroscopio –instrumento que hizo posible el descubrimiento de nuevos elementos– con Kirchoff en Heidelberg. Después, estudió la capilaridad y la tensión de las superficies, formulando la teoría de un punto de ebullición absoluto que hoy sigue siendo considerada válida. Mientras estudiaba en Heidelberg, Dmitri trabó conocimiento con A.P. Borodin, un químico que logró la fama como compositor. En 1860, durante un Congreso Químico en Karlsruhe (Alemania), Mendeleev discutió con Stanislao Cannizzaro su trabajo sobre las masas atómicas. Todas estas personas tuvieron una significativa influencia en el trabajo que él desarrollaría el resto de su vida.
A sus 35 años, en 1869, concluyendo su búsqueda de las regularidades de los elementos, Dmitri Ivanovich Mendeleev presentó una primera versión de la Tabla Periódica, esquema de todos los elementos químicos dispuestos por orden de número atómico creciente y en una forma que refleja su estructura. La Tabla está basada en la ley periódica, la cual establece que las propiedades físicas y químicas de los elementos tienden a repetirse de forma sistemática conforme aumenta el número atómico. Es importante anotar que, como ocurre con frecuencia en el mundo de la ciencia, el descubrimiento de esta ley se produjo de manera simultánea por Mendeleev en 1869 y en 1870 por el alemán Julius Lothar Meyer, dando así un duro mentís a quienes afirman que la ciencia es una construcción arbitraria. En 1871, Mendeleev divulga la versión final de su Tabla, en la cual aparecen vacios los espacios de elementos que serían descubiertos posteriormente.
La defensa de la nada «pertinente» Tabla Periódica no resultaba sencilla, como vendría a confirmarlo el descubrimiento de los gases «nobles» que parecen mantenerse al margen del resto de los elementos y rara vez forman compuestos con ellos. Por eso hubo quien sugirió que los gases nobles ni siquiera pertenecían a la tabla periódica. Nadie había predicho la existencia de estos elementos; sólo tras seis años de intensos esfuerzos se logró incorporarlos a la tabla periódica. Para ello tuvo que añadirse una columna adicional entre los halógenos (los gases flúor, cloro, bromo, yodo y astato) y los metales alcalinos (litio, sodio, potasio, rubidio, cesio y francio).
Muy lejos de aceptar la camisa de fuerza del «contexto» zarista, Mendeleev tomó parte activa en las luchas de su tiempo que contribuyeron a la transformación radical de la sociedad rusa y señalaron un claro derrotero para los pueblos del mundo. Mientras recorría su país en tren, Dmitri se sentaba con los campesinos (mujiks) y compartía con ellos sus conocimientos sobre la agricultura al calor de una taza de té. Los estudiantes de la universidad se congregaban en los vestíbulos de los salones de conferencias para oír lo que él hablaba sobre su trabajo en química a lo largo de su vida y sobre la necesidad de derrotar la opresión zarista. Mendeleev escribió en 1906 un proyecto para una escuela de maestros y para la comprensión de Rusia, un importante y polémico estudio sobre la situación económica y política de su país que contribuyó precisamente a la conciencia de las circunstancias que hicieron posible la gran gesta revolucionaria de Octubre de 1917.
Cuando, en 1907, el féretro que contenía el voluminoso cuerpo de Dmitri avanzaba entre miles de sollozantes ex alumnos, campesinos, soldados y dignatarios rumbo al cementerio de Vólkovo, adelante de la procesión fúnebre que abarcó varias cuadras iba el inmortal producto de su quehacer científico: una representación de la Tabla Periódica de los elementos químicos, monumento genial a la capacidad generalizadora y predictiva de la ciencia.
Publicado en Leonardo da Vinci N° 7
Septiembre-octubre de 2003
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