Los quindianos se unen y combaten por sus derechos

Por Alejandro Torres y Guillermo Alberto Arévalo[*]

Recorrer los escombros de los pujantes municipios y veredas del departamento del Quindío arruga el corazón. Hay tantas fachadas de viviendas sostenidas por palos de guadua, al lado de las que se derrumbaron definitivamente, de las que medio sostuvieron un precario tejado, de las que aplastaron vidas. La visión de sus gentes, arracimadas en cambuches, entre el barro y los desechos, irrita el cerebro. Ser testigo de cómo la solidaridad del pueblo colombiano se la ferian los más inescrupulosos negociantes, levanta la indignación. Por fortuna, la creciente organización de las masas populares y la disposición que manifiestan para la defensa de sus intereses, hacen surgir el optimismo y levantan la moral.

Terremoto

Cuando, a la una de la tarde del pasado 25 de enero, un sismo devoró las viviendas de cientos de miles de personas de veintiocho municipios de cinco departamentos de Colombia, el del Quindío, arteria del eje cafetero, sufrió una de las mayores catástrofes de nuestro país en el presente siglo. La cifra de desaparecidos, heridos y muertos, sobrapasa los diez mil. Los damnificados resultan incontables. Hay, además de las cerca de cuarenta mil edificaciones derruidas, otras tantas urgidas de reparación. Muchas de ellas alojaban instituciones de educación, salud y seguridad que dejaron de prestar sus servicios. Si bien allí se soportaba ya la crisis y la falta de oferta de trabajo que azota a todo el país, y en esta zona con énfasis a los cultivadores cafeteros, decenas de miles de nuevos desempleados engrosaron las estadísticas del paro forzoso al cual nos hallamos sometidos por las políticas del gobierno.

El anterior balance no toma en cuenta a los numerosos desplazados, a los caficultores cuyos beneficiaderos se derrumbaron y tendrán que desembolsar entre cuatro y doce millones de pesos para restaurarlos, ni a los niños y ancianos, hombres y mujeres heridos psicológicamente. Un pequeño de siete años, de La Tebaida, declaró a TRIBUNA ROJA que “al otro día se me había olvidado todo lo que aprendí en la escuela, leer, escribir, sumar y restar.” Un habitante de Montenegro que contemplaba la desolación afirmaba: “En un solo minuto retrocedimos por lo menos treinta años.” Hubo gentes a las que se les borraron los nombres de parientes y conocidos, o aún permanecen en crisis nerviosa, o quedaron errabundas.

Feria de la ayuda

Solamente faltaba que el presidente Pastrana llegara a “poner orden”, es decir, a señalar quiénes debían administrar y lucrarse de la mayoría de los auxilios y demás recursos nacionales e internacionales para los afectados; los elegidos fueron sus compinches y varios de los “cacaos” que mangonean para su provecho las finanzas colombianas, públicas y privadas.

Para tal efecto fue creado el Forec (Fondo para la Reconstrucción y Desarrollo del Eje Cafetero), el cual tendrá en sus manos la destinación de dos billones de pesos, o más, en dos años, entre otras por cuenta del impuesto del dos por mil. Arrancó sobre la base de novecientos cincuenta mil millones de pesos, que siguen hasta ahora produciéndoles intereses a sus administradores so capa de que “no se puede improvisar”. Se rumora que, además, unas doscientas cuentas privadas, que han captado alrededor de ocho mil millones de pesos, no aparecen por ninguna parte. Semejante ponqué lo reparten, o se lo reparten, nueve dirigentes empresariales y políticos entre los que se cuentan el alcalde de Armenia (al gobernador, no pastranista, lo marginaron), y, para sólo citar algunos, el presidente de la ANDI, Luis Carlos Villegas, el del Comité de Cafeteros, y Luis Carlos Sarmiento, Santiago Mejía, Pedro Gómez Barrero (conocido de autos tras la catástrofe de Armero), a más de Jorge Cárdenas, por la Federación Nacional de Cafeteros.

Mientras este Forec no ha hecho ninguna inversión importante en cuatro meses para dar solución a los problemas urgentes de la población, sí se prepara a decidir que esos billones se destinen a la financiación de viejos proyectos como el túnel de La Línea, el del “puerto seco” de La Tebaida, o el de la doble calzada de las vías desde Buenaventura hacia el interior del país y hasta Venezuela. Y, claro, como ha de darse prioridad a las “zonas de desastre,” el Ministerio de Transporte le entrega al Forec 150 mil millones para el proyecto del túnel. El dichoso Fondo asignará de manera directa, sin tener que licitar, según la decisión de sus cabezas de mando. Así, todo puede quedar en familia: Cárdenas Santamaría, el hijo (el mismo del lío de Dragacol), traslada los recursos, para que el padre, Cárdenas Gutiérrez, contrate a dedo con quien a bien tenga.

Haciendo gala de su consabida astucia, en cualquier zona de tragedia aterrizan las aves de rapiña del capital financiero. Primero se disfrazan de “damas grises” o “damas rosadas”. Llegan con paliativos y sonrisas, colombinas para los niños y ropita para las señoras, y otras clases de auxilios que a la postre recuperarán con creces a cuenta de sus exenciones tributarias. Auscultan las necesidades de los damnificados, y hacen que las generosas contribuciones del resto del país se discriminen según quienes apoyen sus intereses.

Muchos funcionarios, tales como algunos alcaldes, han convertido en feria el terremoto. Almacenan y comercializan mercados, colchones, ropa, carpas. Y a quienes reclaman, como dice una señora de Calarcá, “la Policía los saca a palo”. Y carnetizan a su clientela política para privilegiarla con las ayudas que sobren con miras a las próximas elecciones. Una anciana que limpiaba la ropa de su familia en un improvisado lavadero instalado frente a uno de los cambuches que pueblan el Quindío, nos contó: “Fui al coliseo, donde se distribuían los auxilios. Después de hacer una cola como de dos horas, le pedí al alcalde que me diera un plástico para terminar de cerrar este alojamiento y una manta para tapar a mi hija y a mis nietos, y me contestó que si no me pedía más el buche.”

Viviendo entre las sobras

Miles de familias subsisten en los que llaman “alojamientos temporales”, en verdad tugurios y carpas inadecuadas, alrededor de los cuales se levantan ilusorios barrios de desplazados en precarias condiciones. Construyen pasos de bahareque sobre las estrechas calles peatonales que bautizan como “Nueva Esperanza”, “Segunda Ilusión” o nombres del mismo estilo.

Durante mes y medio algunos recibieron mercados; a cambio les pidieron luego que trabajaran recogiendo escombros, y ahora se los cobran. En los lotes destinados para estos asentamientos, sólo se brinda el servicio de luz desde las seis de la tarde hasta las seis de la mañana, y los dueños de tales predios, particulares o estatales, ya están presionando para cobrarles arriendo, amparados por el concepto del Forec, que los considera inquilinos. Incluso se les ha dicho a los damnificados que primero se atenderán las demandas de los propietarios y más tarde las de los arrendatarios, conformados estos por cerca de cincuenta mil familias.

Apertura a los monopolios

Ya se prospecta una ley “Quimbaya” que, como la “Páez”, abusando de los nombres de nuestros indígenas, es un espacio más para las multinacionales, con exenciones de impuestos y garantías de favorabilidad comercial, que les facilitan el saqueo de las riquezas y del trabajo colombianos.

Mientras tanto, a los damnificados del campo y las ciudades se les niegan los subsidios, o se les reducen, subestimando sus pérdidas, y a cambio se les ofrecen créditos “blandos” que los endeudarán todavía más hasta terminar por ahorcarlos. Y en cuanto a los trabajos especializados, las plazas disponibles han sido asignadas a profesionales de otras regiones, dependientes de Organizaciones No Gubernamentales (ONG), adscritas las más de ellas a los distintos grupos financieros que han acaparado el negocio de la reconstrucción, las cuales han llegado a suplantar a las autoridades municipales y departamentales, pretendiendo, además, asumir el papel de líderes de la población.

Respuesta popular

En contraste con la política oficial de “al caído caerle”, desde el día de la tragedia las gentes del pueblo comenzaron a organizarse de diversas maneras, desplegando toda la solidaridad de la que son capaces. En los doce municipios del departamento del Quindío han sido constituidas asociaciones de damnificados que el pasado 8 de mayo se unieron en la Federación de Damnificados del Quindío, en una concurrida asamblea popular realizada en Armenia. Y han elegido cuadra por cuadra, campamento por campamento y vereda por vereda, a los delegados que han de velar porque se cumplan sus demandas.

Les ha tocado, incluso, defender los barrios construidos en guadua que sí sobrevivieron al movimiento telúrico, y que los constructores asignados por el Forec han querido derruir. Un trabajador del matadero de Calarcá relata que los pobladores de su localidad, en el cual viven decenas de jornaleros, ahora desempleados, tomaron la decisión de salvaguardar sus humildes viviendas. Luego de una visita de arquitectos e ingenieros de universidades de Caldas, Risaralda y el Quindío, quienes les aconsejaron hacer sólo reparaciones, se engancharon de los brazos y empuñaron sus machetes cuando llegaron los bulldozer, para impedir la destrucción que pensaban ejecutar los agentes de la “reconstrucción”.

Los Comités de Damnificados han elaborado un programa de lucha que consiste principalmente en exigir el respeto a sus organizaciones independientes; mayor representatividad en los organismos rectores de la reconstrucción; incremento de la apropiación de recursos estatales para las obras realmente necesarias; establecimiento de estímulos a los productores tradicionales de la región; mejoras en las condiciones de vida en los cambuches y campamentos; subvención de los servicios públicos; refinanciación de la educación y la salud; condonación de las deudas a los cafeteros y agricultores de la zona, y protección de los recursos naturales y de las organizaciones culturales y científicas.

Pues, justamente, las Casas de la Cultura, así como los clubes juveniles, han pasado a ser sedes de las reuniones de los comités. Un representante de éstos últimos nos decía que su papel se había transformado, de ideales abstractos a tareas concretas de ayuda a la población. Y otro joven, ciego de nacimiento, narraba: “Sentí el terremoto como se sienten las olas en el mar. Era como un animal que brotara de la tierra. Antes me dominaba el temor, pero ahora me he decidido a organizar a los vecinos de mi barrio, para que luchemos por una verdadera nueva vida.”

Ya se han visto brotes de rebeldía frente a la dilación, el negociado y las maniobras del gobierno y los que se mangonean el Forec. Porque el pueblo del Quindío está erguido y firme como la palma de cera.


[*] Publicado en Tribuna Roja Nº 77, junio 8 de 1999.

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