Globalización y empresas multinacionales

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Por Alfonso Hernández

En lo que hace referencia a los asuntos económicos y políticos, las décadas culminantes del siglo XX serán recordadas como un período de máxima concentración mundial de capitales y de hegemonía norteamericana.

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Bautizada con el pomposo nombre de globalización, la época emergente al finalizar la Guerra Fría abrió de golpe enormes posibilidades a las expediciones imperiales. No sólo los haberes del rival de la víspera se sumaron a la arrebatiña, también las naciones sometidas de vieja data a la férula neocolonial hubieron de eliminar, por órdenes perentorias del Banco Mundial y del Fondo Monetario, cualquier restricción a los apetitos de los monopolios. Además, en las potencias se vive un verdadero frenesí de compras de empresas y en todos los continentes campea la especulación financiera.

Unos pocos centenares de compañías que durante décadas habían venido extendiendo sus operaciones a diversos países, dotadas con la agilidad del transporte moderno, de las computadoras y de las telecomunicaciones, han llegado a tener el mundo literalmente al alcance de la mano.

Esta gran capacidad para expandirse encarniza aún más la disputa; los consorcios norteamericanos, europeos y japoneses contienden, con el apoyo de sus Estados, por el control de cada empresa, de todo mercado. Cualquier rasgo de soberanía patria o el más ínfimo derecho obrero entorpecen su febril carrera. Las burguesías de alcance meramente nacional son engullidas o se subordinan a los conquistadores.

La gula de éstos ha tenido devastadoras consecuencias; la crisis hace presa un día de México, el otro de Asia y en seguida se extiende a Rusia y América Latina. El tercer mundo ve cómo se arruinan sus renglones productivos, el desempleo se generaliza y los salarios caen a niveles miserables. Las monedas, objeto de maniobras de los financistas, ganan y pierden valor con la brusquedad de una montaña rusa. Varios gobiernos han llegado a la insolvencia y en las metrópolis mismas crece la miseria.

Pero el “nuevo orden” viene arremolinando una enorme resistencia. Si las décadas finales del siglo XX serán recordadas por la concentración de la riqueza, las primeras de la naciente centuria habrán de serlo por el auge de las luchas. En la cumbre de la Organización Mundial del Comercio, realizada recientemente en Seattle, urbe tan amada por los ejecutivos de empresa, se vio cómo las políticas en marcha provocan el rechazo conjunto de los proletarios de las diferentes latitudes. El valeroso levantamiento de los ecuatorianos mostró que los rigores de la globalización empujan a vastas capas sociales a resistir. Son dos hechos que advierten que miles de millones de seres no están dispuestos a permitir que se les sojuzgue indefinidamente.

Estas sacudidas han abierto un gran debate sobre el rumbo de la economía y la política mundiales. El triunfalismo de los dueños del orbe se ha trocado en preocupación, y su angustia de la hora vuelve a ser cómo apuntalar el andamiaje de su sistema social. Los más sagaces de ellos reconocen que “el capitalismo mundial se está derrumbando”. Muchos añoran los viejos tiempos y suspiran por volver a las épocas de Roosevelt o de Kennedy, a las que denominan, con desfachatez, estado social o de bienestar. No faltan quienes, para exonerar a los monopolios, culpan sólo a los teóricos neoliberales de las dificultades que enfrentan, e imploran que se establezca un control mínimo a las manipulaciones financieras. Todos declaman su amor por los pobres y urgen la aplicación de una política social que dé sosiego… a los más poderosos. Keynesianos y neoliberales, las dos grandes corrientes del pensamiento económico imperialista, se hallan enzarzados en una agria polémica acerca de cómo prolongarle la vida al capitalismo.

En lo que sí hay coincidencia es en el propósito de seguir favoreciendo las inversiones extranjeras y facilitando el ensanchamiento de las multinacionales. Por ello, este artículo se referirá a ese aspecto, que algunos consideran la parte “buena” de la globalización, dejando para uno posterior el análisis de las operaciones y de las instituciones exclusivamente financieras, hasta donde sea posible hacer esta diferencia.

La globalización: auge de exportación de capital[1]

Uno de los rasgos más característicos de la globalización es la masiva exportación de capitales. El fenómeno en sí no es nuevo, se convirtió en un factor de importancia a finales del siglo XIX y comienzos del XX, lapso en que el capitalismo pasó de la libre competencia al monopolio, como lo explicara Lenin. En unos cuantos países ricos, en los cuales la acumulación había alcanzado proporciones gigantescas, se produjo, sobre la base de la concentración de la producción, un enorme aunque relativo excedente de capital, que buscaba afanosamente invertirse en el extranjero.

Según la definición de la Unctad, la inversión extranjera directa, IED, materia de este escrito, se da cuando el capitalista foráneo compra una empresa, la construye o adquiere una parte importante de sus acciones y de la responsabilidad en su administración. Generalmente se trata de una operación con miras de largo plazo, hecha por una multinacional productora de bienes o servicios. Con ella busca hacerse a un mercado, aprovechar los recursos naturales o explotar mano de obra de otra nación.

Las cifras ilustran hasta qué punto es urgente para los oligopolios incursionar allende sus fronteras. El monto acumulado de la IED se ha multiplicado por cuatro en once años:

Año Monto
1987 1 billón de dólares[2]
1993 2 billones de dólares
1996 3,2 billones de dólares
1998 4,2 billones de dólares

En el periodo comprendido entre 1978 y 1981, los flujos transfronterizos de capitales crecieron un promedio anual de 11%; entre 1986 y 1990, 27%; entre 1991 y 1995, 16%. En el año 1996, el 6% y en sólo 1997, 25%.

De manera resumida, podemos decir que las tasas de incremento de la IED superan las de las exportaciones, las de formación bruta de capital fijo y las del PIB mundial. Empero, ha de señalarse que con frecuencia dichos negocios se adelantan sin ningún desembolso de dinero, ya que se han ingeniado la manera de echar mano a una porción de otras compañías, mediante el aporte de “intangibles”, como es el caso del conocimiento administrativo o técnico. Además, la repatriación de utilidades puede con prontitud superar el valor del capital inicial. Las multinacionales también acostumbran adquirir con dinero proveniente de empréstitos o de ventas de acciones y bonos. Compran con el ahorro de otros. En Estados Unidos, principalmente, está en boga el trueque de acciones.

Las multinacionales, aquellas que realizan operaciones en varios países y cuyo contacto con el exterior no se limita a la exportación de mercancías o servicios, también han aumentado rápidamente.

Año Casas matrices Filiales en el extranjero
1990 37.000 170.000
1996 44.000 280.000
1999 60.000 500.000

Como punto de comparación vale la pena anotar que en los años setenta había siete mil casas matrices en los principales catorce países inversionistas; al comenzar los años noventa su número alcanzaba las 24 mil.

Es tal el poderío de las empresas multinacionales que una tercera parte del comercio mundial se realiza en el seno de ellas, el denominado comercio intrafirma. Los defensores de la apertura y de la liberalización alaban el desarrollo del intercambio entre naciones pero callan el hecho de que una buena porción de él se lleva a cabo como tráfico interno de gigantescos consorcios. Esto es lo que ocurre con muchas de las exportaciones de nuestros países.

Hay algo más alarmante aún: un tercio de los activos del sector productivo privado del mundo están bajo alguna forma de control de las multinacionales. Esto significa que millones de empresas de todo tamaño, en todos los puntos cardinales, son meramente tributarias de las multinacionales, a través de sociedades, alianzas, subcontratación, franquicias u otras formas.

Agreguemos que las filiales en el extranjero contaban, en 1998, con más de 35 millones de empleados. Estos datos nos permiten adelantar una conclusión: que se irá corroborando a lo largo del escrito. Nunca antes había trabajado tanta gente para tan pocos. Nunca antes había sido tan claro el antagonismo entre la producción social y la apropiación individual.

Pero examinemos cuáles son los países que invierten y dónde lo hacen.

Estados Unidos es, desde hace varios años, el que más inversión recibe. Esto se debe a la oleada de fusiones y adquisiciones, instrumento principal en la pelea por el dominio de los mercados. La compra de Chrysler por Daimler Benz y la de Amoco por la British Petroleum, sumaron más de 90 mil millones de dólares, la mitad de todo el capital que ingresó en 1998 a Estados Unidos. Gran Bretaña y Alemania, seguidos de Japón, son los que han movilizado las mayores sumas a Norteamérica. La desenfrenada actividad de las bolsas de valores y la capacidad de compra de los habitantes son otros factores que hacen atractivo al coloso del Norte. Ninguna compañía puede pretender envergadura mundial si no posee negocios de importancia allí.

La Unión Europea capta el 36% de la IED, buena parte de la cual proviene de Estados Unidos, que dirige el 54% de sus capitales a dicha zona. También hay una fuerte tendencia a las fusiones entre empresas de los países miembros de la Unión Europea. Ésta, encabezada por los gobiernos de Alemania y Francia, se da prisa por culminar la construcción de un mercado de dimensiones tales que pueda contrapesar el poderío del Tío Sam.

Pero Estados Unidos y la Unión Europea no se limitan a penetrar el mercado del adversario, la rivalidad por ejercer control sobre los países neocoloniales también se agudiza. Al terminar los años setentas, las naciones rezagadas recibían el 15% de la IED; en 1980 y 1981, subió a cerca de 45%, que se destinó principalmente a las regiones petroleras. La crisis de la deuda hizo bajar esos porcentajes a 15% y en 1997 habían subido, otra vez, a 37%.

Por mucho tiempo EU ha sido, con gran ventaja, el mayor inversionista. Le sigue Gran Bretaña, su principal aliado, y luego vienen Alemania y Francia. Japón, uno de los principales en el periodo comprendido entre 1986 y 1990, ha venido perdiendo protagonismo por causa de su crisis.

Concentración de capitales

Hemos señalado que en el mundo hay unas 60 mil casas matrices de empresas multinacionales, las que poseen alrededor de 500 mil afiliadas en el extranjero. Este dato oculta un hecho de cardinal importancia: el grado de concentración del capital. Las cien más grandes, 0,16% de las casas matrices, ordenadas de acuerdo con el monto de sus activos foráneos, poseen 4,21 billones de dólares en activos totales. Nótese que su monto es semejante al acumulado en el exterior por todas las multinacionales.

Esas cien gigantes son dueñas de 1,8 billones de dólares en activos en el extranjero, más de un tercio del acumulado total de IED. Fortune afirma que 500 empresas tienen activos por un valor de 34 billones de dólares, y The Economist[3] estima que mil compañías gigantes controlan cuatro quintos del producto industrial del mundo. Estas últimas cifras incluyen empresas como las de aeronáutica, que tienen un gran peso económico pero cuya producción no es internacional, pues se hace fundamentalmente en el país sede, como es el caso de la Boeing.

De las cien más grandes compañías multinacionales, 27 son norteamericanas, 11 del Reino Unido, 11 de Alemania, 17 de Japón, 13 de Francia, 3 de Holanda, 3 de Italia, 5 de Suiza, 3 de Suecia, 3 de Canadá, 1 de Bélgica, 1 de Australia y hay dos del tercer mundo: Daewoo, de Corea, y Petróleos de Venezuela. En la Tríada, Estados Unidos, Unión Europea y Japón, se concentra el 90%.

En cada país se da un alto grado de concentración de la inversión. De las 3.400 casas matrices con sede en los Estados Unidos, sólo cinco controlan el 19% del acumulado de la IED gringa; y 50, el 1.5% de las empresas, poseen el 63% de la IED. Una situación similar se vive en los diferentes países capitalistas.

Las solas estadísticas desmienten categóricamente a quienes pregonan que se vive una época de mercados libres, abiertos, llenos de oportunidades para todos. Los enormes caudales acaparados por pocas manos determinan que toda desregulación favorezca inevitablemente a los tiburones de las finanzas. Del monto de las operaciones en el exterior se colige, además, la necesidad que tienen las firmas en mención de un fuerte respaldo estatal. Sin apoyo militar y político, las propiedades ubicadas en otras naciones carecerían de toda seguridad. Con frecuencia militarmente es como se barren los obstáculos que encuentran los monopolistas. Además, los altos funcionarios del Estado y los diplomáticos norteamericanos arrancan prerrogativas para sus inversionistas en la banca japonesa, en el comercio agrícola con Europa o en la ya agobiada Latinoamérica. Como si eso fuera poca cosa, el Fondo Monetario, el Banco Mundial y Naciones Unidas, entre otras, actuando como supraestado, imponen disposiciones favorables a los conglomerados. Éstos actúan en indisoluble alianza con el Estado imperialista, digan lo que quieran los profesores neoliberales. La información de la revista Time[4] sobre la manera como Carl Lindner compra a Clinton y a republicanos y demócratas, para que el gobierno defienda los intereses de Chiquita Brands es apenas un ejemplo.

La gran oleada de fusiones y adquisiciones revela la verdadera naturaleza de rapiña de la globalización. La prensa internacional nos sorprende frecuentemente con noticias acerca de nuevos y colosales negocios. Un día Mercedes Benz compra a Chrysler, otro Vodafone obtiene a AirTouch y luego a Mannesman. America Online se hace a Time Warner. Los montos de los tratos son cada vez más elevados. En 1990 hubo fusiones por un valor de 159 mil millones de dólares; en 1998 por 404 mil millones, y en 1999 por 797 mil millones.

En los decenios de 1950 y 1960 la principal forma de entrar a los mercados externos era a través de inversiones nuevas; desde mediados de los años ochenta se utiliza primordialmente la compra de empresas, hecho que demuestra que la tan loada globalización consiste en una verdadera furia especulativa, alimentada por las políticas de privatización. En vez del esfuerzo por establecer nuevas factorías, toma impulso la maniobra para hacerse a las existentes. En América Latina cerca del 60% del capital extranjero que ingresa lo hace mediante la compra de empresas, principalmente públicas. Los dineros obtenidos por esas ventas se convierten luego en abonos a la deuda externa; así los linces de las finanzas se quedan con todo.

Pero los defensores de la apertura se afanan por demostrar que la economía del mundo constituye, en la actualidad, un mar de oportunidades para los países pobres; con frecuencia exaltan modelos y descubren milagros. Es el de Corea del Sur uno de los más afamados. Esta nación, cómplice de primera línea de Estados Unidos en la cruzada por abatir a sangre y fuego las luchas anticoloniales y por el socialismo, protegió y subsidió una serie de renglones productivos, mantuvo los salarios bajos mediante una férrea represión y logró formar enormes grupos económicos, los chaeboles, dueños de ramas económicas enteras, sobre cuya base han salido a competir en los mercados externos con algún grado de éxito. Daewoo es la única empresa privada del tercer mundo que figura entre las cien más grandes multinacionales. Luego de la crisis que sacudió al Asia en 1997, con la brusca devaluación de las monedas y el consecuente encarecimiento de la deuda de los chaeboles, el FMI impidió que el gobierno coreano los auxiliara. Se les llevó la insolvencia y mediante el chantaje financiero se obligó a los descaecidos tigres y dragones a liberalizarse aún más. Hoy el capital norteamericano y europeo está adquiriendo a precio de quema multitud de empresas en esa región. Ford y General Motors disputan por quedarse con la propiedad de Daewoo, la prueba fehaciente de que “no hay barreras para el tercer mundo”. Los capitalistas coreanos, que mantuvieron un Estado militarista para que el pueblo no los expropiara, están siendo expropiados por sus jefes y socios, los norteamericanos. La globalización permite a los imperialistas, y sólo a ellos, apoderarse de todas las riquezas, de las miles de empresas que se han venido desarrollando durante décadas en las naciones de Asia, Europa central y oriental y América Latina. Como explicara Francisco Mosquera se trata de un proceso de recolonización.

No sobra echar una mirada a lo que ocurre con los medios de comunicación. Éstos se han convertido en materia de jugosos negocios:[5] Murdoch compró Tv Guide por un poco más de mil millones y a los pocos años la vendió por cinco mil millones de dólares. McChesney, quien ha hecho varias investigaciones sobre el asunto, sostiene que “tenemos sistemas de telecomunicaciones creados para servir a Wall Street y al Estados Unidos empresarial, y después al resto de la población en orden descendente, dependiendo de sus ingresos”. Según el estudio de Ben Bagdikian, “El monopolio y los medios de comunicación”, en 1984 había 50 compañías en la punta de la pirámide; otras investigaciones señalan que en 1990 había 23; en 1996 unas 10; hoy el número se ha reducido todavía más. Estos grandes conglomerados manipulan las noticias y fomentan una cultura superficial y proclive a los intereses monopolistas. Las exaltaciones a la democracia de hoy quedan en ridículo cuando se conocen estas cifras.

Toda esta agitación de fusiones y adquisiciones está alimentada en gran medida por un auge especulativo en la Bolsa de Valores. Los índices de Standard & Poor’s 500, Nasdaq y Dow Jones crecen de manera desmedida. Las acciones elevan sus precios hasta perder toda relación sensata con el valor de los activos o de las utilidades. En esto tienen mucho que ver las firmas de alta tecnología. America Online pasó de tener en 1992 un valor en bolsa de alrededor de dos mil millones a cerca de doscientos mil millones de dólares, el año pasado. Subidas semejantes experimentan Yahoo, Amazon.com y otras varias. Lo curioso es que estas compañías no pagan dividendos, y muchas de ellas tampoco obtienen ganancias. Pero fondos de pensiones, pequeños inversionistas y ahorradores y diestros especuladores invierten en dichos títulos y la gente que ha comprado uno de ellos se siente millonaria al ver cómo se inflan sus precios. Pero es imposible que las ganancias operativas lleguen algún día a dar soporte a los valores accionarios, según lo indican varios estudios.[6] America Online, por ejemplo, tendría que aumentar en cinco mil millones de dólares sus ganancias anuales, por el resto de su historia, para mantener el precio de sus acciones. Los milagros de la nueva economía convertirán en mera realidad virtual las pensiones y los ahorros de muchísimos norteamericanos que se han dejado entrampar. Así ha ocurrido en los turbulentos movimientos de la bolsa en las últimas semanas. El alza de precios de los títulos de internet y de otras empresas de alta tecnología llevaron al índice Nasdaq a cerca de cinco mil pun­tos. Durante febrero y los primeros días de marzo, cuando dichas cotizaciones habían alcanzado los más altos topes, los ejecutivos de las firmas de computadores y software y los inversionistas de riesgo y demás poseedores de acciones restringidas empezaron a vender aceleradamente.[7] En pocos días realizaron operaciones por cerca de 27 mil millones de dólares.

Paul Alien, cofundador de Microsoft, vendió 24 millones de acciones de dicha compañía, por lo cual se embolsilló más de 3.500 millones de dólares. Mientras que los magnates vendían secretamente, una masa de pequeños ahorradores, entre los que hay obreros, comerciantes, amas de casa, se precipitaba a comprar. En la semana del 10 al 14 de abril, el índice Nasdaq perdió 25%, sólo el viernes 14 bajó más de 9%. También sufrieron reveses el Dow Jones y los demás índices. Este desplome significó pérdidas de 2.600 millones de dólares, que sufrieron los incautos.

Desde luego, ni la prensa financiera ni los organismos que controlan la «transparencia» del mercado de capitales han encontrado indicación alguna de que los ejecutivos y grandes inversionistas tuvieran conocimiento de que la caída era inminente. Según eso, la suerte favoreció, también esta vez, a los multimillonarios.

Con razón, los portavoces del capital financiero se ufanan de que el mercado de capitales hoy es más democrático que nunca antes: las gentes del pueblo que se han convertido en «inversionistas» asumen las pérdidas y los potentados recogen, dichosos, las ganancias.

Centralización del capital

El capital no sólo se concentra, también se ha centralizado su manejo. Se trata aquí de la tendencia a organizar la producción sobre una base regional o mundial, lo que supone que las unidades ubicadas en unos países elaboran unas partes o componentes, y las situadas en otros, ensamblan. Este cambio en el funcionamiento tiene su origen en los años 60, cuando la recuperación de Europa y Japón acreció la competencia y se empezó a trasladar las operaciones intensivas en mano de obra a zonas con más bajos salarios, principalmente al este asiático y México. Se utilizó, en primer lugar, en la electrónica y en las confecciones y, posteriormente, se extendió a otras ramas. El desarrollo de los medios de comunicación, satelital por ejemplo, facilitó la coordinación requerida.

La forma tradicional de organización de las multinacionales consistía en una casa matriz, ubicada en el país sede, y unas filiales en el extranjero. La filial, que tenía un considerable grado de autonomía, operaba para el mercado interno del país receptor, adquiría materias primas y otros insumos y tendía a producir casi la totalidad de sus productos allí mismo. Las decisiones importantes acerca de las asignaciones de capital, del personal clave, de qué productos o servicios se vendían en el mundo, eran centralizados en la casa matriz, la cual concentraba las actividades de investigación y desarrollo. Pero en las áreas de manufactura, comercialización, finanzas y manejo de personal, las filiales gozaban de amplia iniciativa. La enorme escala productiva alcanzada, la necesidad de rebajar costos y la urgencia de disponer de todos los recursos de manera inmediata -por ejemplo, los ingresos de una filial en Colombia deben poder usarse para comprar una factoría en Tailandia- determinaron una creciente y rápida centralización.[8]

Los estudios de la Unctad confirman este fenómeno.[9] En ellos se clasifica en tres los niveles de integración de las empresas: las filiales que operan casi exclusivamente para el mercado del país receptor (stand-alone strategies); en segundo término, las de integración simple (outsourcing), y, por último, las de integración compleja.

Las filiales del primer tipo, las más tradicionales, corresponden a las descritas arriba. Las barreras comerciales y los controles cambiarios determinan esa forma de relación con la casa matriz y reflejan un compromiso entre la multinacional y el Estado. La empresa explota el mercado interior del país receptor, incluso realiza exportaciones a partir de él, pero acepta las decisiones gubernamentales en materia de reinversión de utilidades, paga aranceles relativamente altos y por ello ha de interesarse por el desarrollo del mercado interior de dicha nación, pues allí vende la mayor parte de su producto. Éstas fueron las condiciones de ingreso de muchas multinacionales a los países latinoamericanos durante el periodo de la llamada sustitución de importaciones.

El otro nivel se denomina la estrategia de integración simple. En este modelo, outsourcing, algunas actividades se realizan en el país receptor y se ligan al trabajo hecho en otra parte, de preferencia en países desarrollados. Las industrias del calzado y el vestido están entre los numerosos ejemplos de esta clase de producción internacional; a ella acuden las grandes cadenas de ventas al por menor, tales como Montgomery Ward y Marks and Spencer. En los servicios, algunas empresas utilizan filiales extranjeras a las que contratan para el proceso de datos. La afiliada o el subcontratista están sujetos a la dirección y control de la casa matriz. En comparación con la filial semiindependiente mencionada arriba, en este caso hay un grado mucho mayor de centralización.

Esta clase de subsidiaria depende poco del mercado interior del país receptor; para ella son ideales las ciudades Estado como Singapur, o los países pequeños como Costa Rica, Haití o la República Dominicana. Su desarrollo impone eliminar o reducir a su mínima expresión los aranceles, la protección laboral, las leyes sobre repatriación de utilidades, las exigencias de utilizar materias primas o valor agregado locales. Con frecuencia operan en zonas francas o en parques industriales, por las razones ya mencionadas. El Estado nacional ha de eliminar los pocos requisitos que ponía al capital foráneo.

En este tipo de integración tuvieron su origen las famosas maquiladoras. Nike, de Estados Unidos, por ejemplo, subcontrata la manufactura de sus zapatos y ropa deportiva en 40 sitios distintos del sur y el sudeste asiáticos. El diseño y la mercadotecnia son hechos por la casa matriz, y los nuevos modelos son enviados por satélite a Taiwán. En años recientes, Nike ha extendido sus operaciones a China, Indonesia y Tailandia, las cuales ofrecen costos laborales sumamente bajos.

Finalmente, existe la llamada integración compleja, en la cual la empresa está en capacidad de producir parte o la totalidad del producto en cualquiera de las filiales. En Europa, las multinacionales vienen organizándose regionalmente, y planean sus operaciones y su mercado para toda la Unión Europea; es el caso del funcionamiento de Ford en dicho continente.

El hecho relevante consiste en que la centralización del capital se da a costa de los salarios. La internacionalización productiva hace que el ejército de reserva funcione mundialmente, ya que las reivindicaciones de los obreros son denegadas con la amenaza de trasladar las operaciones a otro punto del planeta. El Estado nacional tiene que rebajar o suprimir aranceles e impuestos al capital, para cargárselos al pueblo. De otra manera no sería posible este funcionamiento, que exige que un producto sea exportado y reimportado en el proceso de elaboración. Por ese solo hecho, los países coloniales con mercados internos grandes representan un riesgo, pues pueden, según las circunstancias políticas, adoptar medidas de protección y elevar los tributos. Un miniestado difícilmente puede tomar una medida semejante. De ahí el impulso que se da a las ciudades Estado o al Estado región, en los cuales se está fragmentando a nuestras repúblicas mediante las tan publicitadas estrategias de desarrollo regional y ordenamiento territorial. Mientras la organización del capital, la empresa, se agiganta, los Estados pobres deben achicarse. ¡Ésta es la típica política actual de recolonización!

El anterior recuento permite confirmar cuánta razón tenía Lenin en su análisis marxista del imperialismo. Ya en 1916 enumeró sus cinco rasgos fundamentales: 1) la concentración de la producción y del capital llega hasta un grado tan elevado de desarrollo, que crea los monopolios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital bancario con el industrial y la creación, sobre la base de este ‘capital financiero’, de la oligarquía financiera; 3) la exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia particular; 4) la formación de asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo, y 5) la terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes.[10] ¡Cuánta vigencia tiene su análisis! Hoy las contradicciones entre la producción social y la apropiación individual se han agudizado al máximo. Igual ocurre con el antagonismo entre los imperialistas y los países dominados. El paso del tiempo no ha hecho caducar las tesis de Marx y de Lenin; por el contrario, las ha confirmado. Y en la medida en que los inconformes del globo las hagan suyas, lucirán más lozanas.

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Notas:

[1] La información que da sustento a este artículo se ha tomado de World Investment Report, que publica anualmente la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo, Unctad. Se utilizaron principalmente los correspondientes a 1993, 1997 y 1999. Cuando la fuente sea otra, se indicará.

[2] Un billón es un millón de millones, la unidad seguida por doce ceros. Para tener una idea de cuánto significan estas cifras, es bueno tener en cuenta que el PIB de Colombia es de alrededor de 85 mil millones de dólares (0,085 billones de dólares).

[3] The Economist, enero 29 de 2000, The World’s View of Multinationals, pág. 21.

[4] Time, febrero 4 de 2000, Vol. 3, Nº 5, págs. 4 a 8.

[5] La República, Diario Mundial, diciembre 8 de 1999, Danny Schechter, “Los medios de comunicación prosperan, pero las fusiones idiotizan las noticias”.

[6] Fortune Americas, febrero 4 de 2000, Vol. 4, Nº 3, pág. 15. Geoffrey Colvin.

[7] “Superando los vaivenes del mercado. Los ejecutivos se anticiparon a la caída tecnológica de la semana pasada”. Mark Maremont, Laura Saunders y E.S. Browning. The Wall Street Journal Americas. 19 de abril de 2000

[8] Peter Drucker, La nueva dimensión de la administración, Bogotá, Editorial Norma, 1985, Cap. 4.

[9] Unctad, World Investment Report, 1993, pág. 118-131.

[10] Vladimir Ílich Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, Tomo 5, Obras Escogidas, Moscú, Editorial Progreso, pág. 459.

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