¿…Y de esas feministas, quién protege a la mujer?
Por Ludwing Niccolò Romanovich
No cabe duda de que la superación de las condiciones desfavorables de la mujer en todos los órdenes -económico, social, cultural, doméstico, etc.- es un asunto capital que debe ser abordado en el debate con miras a la consecución de una nueva sociedad socialista, y que debe trascender el propósito meramente enunciativo y consolidarse como una realidad en el campo de la práctica de tan anhelado cambio.
Por Ludwing Niccolò Romanovich
No cabe duda de que la superación de las condiciones desfavorables de la mujer en todos los órdenes -económico, social, cultural, doméstico, etc.- es un asunto capital que debe ser abordado en el debate con miras a la consecución de una nueva sociedad socialista, y que debe trascender el propósito meramente enunciativo y consolidarse como una realidad en el campo de la práctica de tan anhelado cambio.
Mucho antes de que se dieran los movimientos por los derechos legítimos de las mujeres en Europa, Estados Unidos y algunos países del Tercer Mundo, a finales de la década de los sesenta y durante todos los años setenta, el marxismo ya se había pronunciado al respecto y había puesto fino interés en el tema. Planteaba de esta manera, cómo la disolución de la propiedad que recaía en manos privadas contribuiría en la conformación de las bases materiales que condujeran al reparto, en el conjunto de la sociedad, de las responsabilidades que en la actualidad se le han endilgado a la mujer: las labores domésticas como el aseo y la cocción de alimentos, el cuidado del hombre, los niños, los ancianos, los enfermos, etc. En este sentido, la teoría marxista proponía que si la mujer se liberaba de esas cargas lo haría también de la servidumbre doméstica y podría cultivar, con plena igualdad, sus capacidades creativas, intelectuales y productivas para el desarrollo del país, dejando de ser instrumento exclusivamente reproductivo. Del mismo modo, puede encontrarse cómo el problema de las reivindicaciones femeninas estuvo presente en el marco de la primera y la segunda Internacional.
La lucha por una sociedad socialista en la que se erradicara la explotación, la opresión y se consiguiera la igualdad entre todos los seres humanos, sean estos hombres o mujeres, niñas o niños, tuvo su realización en la práctica a través del proyecto emancipatorio vivido en 1917. Cabe señalar, entonces, brevemente los logros obtenidos en cuanto a la situación de la mujer tras el triunfo de la Revolución Rusa y la consolidación del nuevo Estado. Por primera vez en el curso de los siglos se establecía como política de Estado una legislación que favorecía plenamente a las mujeres, revirtiendo de este modo la situación desfavorable que históricamente han tenido que afrontar. Para llevarla a cabo, la legislación se fundamentó en dos principios rectores: en primer lugar, la destrucción de las antiguas leyes y concepciones que la situaban en un escenario de desigualdad frente al hombre; y, en segundo lugar, su liberación de los oficios domésticos.
Para ello se consolidaron determinadas instituciones como comedores, guarderías y lavanderías comunales; la educación de calidad y de carácter comunal cobijó a las mujeres, que antes de la Revolución oscilaban entre la explotación, la servidumbre y la ignorancia. Se legisló -y se llevó a la práctica- que el salario entre hombres y mujeres fuese igual; se abolieron todas las desigualdades en lo referente al derecho familiar; se les dio el mismo tratamiento a ambos sexos en cuestiones como la pensión alimenticia, el divorcio y los hijos naturales. Se trató, asimismo, el problema de la prostitución femenina, asunto de capital importancia para la dignidad de la mujer -aspecto que en las sociedades capitalistas de hoy se aborda con la más asombrosa displicencia e hipocresía-. La legislación soviética no emprendió acciones penales y policivas contra su práctica, de hecho no hubo penas legales en ese sentido, se le enfrentó optimizando las condiciones de existencia de la mujer, así como mejorando sus oportunidades de trabajo. Hacia 1918, la primera Constitución de la República Soviética proclamó el derecho de la mujer al voto y la posibilidad de ser elegida a cargos públicos. De tal modo que, “la Rusia Soviética, sólo en los primeros meses de su existencia, hizo más por la emancipación de la mujer que el más avanzado de los países capitalistas en todos sus tiempos”[1]
No obstante, en el último tiempo han surgido algunos grupos de mujeres que como sedicentes feministas se arrogan el imperativo de liberar a la mujer de las múltiples opresiones de la cual ha sido y continúa siendo objeto. Han orientado las justas reivindicaciones femeninas como un objetivo per se, concibiendo que su realización final puede darse aparte de las luchas de los trabajadores y dentro de la sociedad capitalista actual, lo que infortunadamente, en últimas, ha diseminado la lucha en demandas particulares, como si no hubiese un problema de fondo que engendra este y mil contrariedades más: la sociedad capitalista. Es un feminismo que considera que la opresión de la mujer es una cuestión únicamente de género, de machismo, deslindada de la explotación del capital, que percibe a las mujeres como un instrumento más de producción del que puede disponer a su antojo, como si fuera una mercancía más.
Es entonces, que esas feministas han pretendido que la subyugación de la mujer se supera solamente transformando el lenguaje. Así, por ejemplo, los pronombres personales femeninos se agregan en todo momento –el y la, los y las, él y ella, ellos y ellas-; abogan por el cambio de sustantivos y verbos -sujetos por sujeto y sujeta, niños por niños y niñas, actores por actores y actoras, trabajadores por trabajadores y trabajadoras, autores por autores y autoras…-; o, para estar a tono con la llamada “era de la información” se reemplaza la última vocal de un artículo, un pronombre, un verbo o un sustantivo por una @.
Es que por estar liberando a la mujer de sus condiciones históricas de opresión por medio de peripecias gramaticales y peroratas de corrillos universitarios, esas autoproclamadas feministas no han entendido que la realidad no se agota con posiciones enunciativas, epítetos o con proclamas de tal o cual reivindicación; la realidad se supera atacándola en sus causas estructurales, en su esencia no en su apariencia, y, ante todo, siendo consecuente con la lucha.
Ya Lenin, sin necesidad de tropo lingüístico alguno, abordaba esta cuestión de magnífica manera:
Independiente de todas las leyes que emancipan a la mujer, ésta continúa siendo una esclava, porque el trabajo doméstico oprime, estrangula, degrada y la reduce a la cocina y al cuidado de los hijos, y ella desperdicia su fuerza en trabajos improductivos, intrascendentes, que agotan sus nervios y la idiotizan. Por eso, la emancipación de la mujer, el comunismo verdadero, comenzará solamente cuando y donde se inicie una lucha sin cuartel, dirigida por el proletariado, dueño del poder del Estado, contra esa naturaleza del trabajo doméstico, o mejor cuando se inicie su transformación total…[2]
Que a la mujer se le conciba como ser humano con igualdad y plenitud de derechos y deberes, que se le estime en razón de sus valores de inteligencia, esfuerzo, solidaridad, camaradería y compromiso con la sociedad, y no, sobre la base de raigambres biológicas que falsamente mostrarían su inferioridad o en concepciones consuetudinarias y reaccionarias que legitimarían su servidumbre en el hogar. Que se le considere como parte activa y creativa en todos los asuntos concernientes a la sociedad en la medida de sus capacidades, y porque todos los seres humanos merecen igualdad de oportunidades, no por el solo hecho de ser mujer -esto si que posicionaría, de entrada, a la mujer en un estado de debilidad e inferioridad-. Recordemos que la superación en la realidad de esta situación evidencia un alto grado de cultura y humanidad, y que el nivel de un pueblo se mide, entre otros, por el desarrollo en términos de progreso de las condiciones de la mujer.
[1] TOLEDO, Cecilia. El marxismo y el Problema de la Emancipación de la mujer en http: www.marxismo.org
[2] Ibíd.
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