El grupo Nannetti urdió violento ataque contra los pacíficos huelguistas de Guacarí

Las condiciones pavorosas que impone el capital en los cultivos de la sabana de Bogotá y su aviesa respuesta a los reclamos de los asalariados demuestran que éstos al alborear el siglo XXI tendrán que librar batallas enormes, como las que enfrentaron los bananeros en los comienzos de la centuria anterior.

El 30 de noviembre pasado alrededor de las siete y media de la mañana un grupo de esquiroles, azuzados por unos cuantos supervisores e ingenieros puestos al servicio de los intereses más infames del grupo Nannetti, arremetió brutalmente contra los pacíficos huelguistas de la empresa C.I. Agrícola Guacarí, que reclamaban el pago de quincenas y seguridad social en mora.

Los miembros del sindicato, tratando de evitar a toda costa el enfrentamiento entre operarios, se limitaron a forcejear mientras que eran víctimas de insultos, golpes con palos y pedradas por parte de los rompehuelgas, quienes, capitaneados al parecer por algunos delincuentes comunes contratados en Zipaquirá por la empresa, vociferaban que querían trabajar gratuitamente, consigna que les han inculcado los patrones y que desenmascara los verdaderos designios del tristemente célebre grupo empresarial. A cierta distancia, los miembros de la Administración impartían las instrucciones para que continuara la acometida bárbara, que causó contusiones a varias personas y heridas en la cabeza a la dirigente sindical Marina Rodríguez, a quien le fue lanzada una banca de madera. Al cabo de más de una hora de agresión, los patronalistas derribaron las puertas de la compañía y la tomaron causando destrozos, que perversamente tratan de achacar al cese de actividades.

El plan de los Nannetti es demencial: pretenden que los sueldos no son una obligación que debe abonarse en fechas precisas y que las prestaciones y la seguridad social son dineros de los que pueden disponer a su antojo; para ellos, pagar a quienes les laboran es algo discrecional, una concesión graciosa de este grupo de delincuentes de cuello blanco, acostumbrados a lucrarse de subsidios y créditos estatales más que blandos, desplumar a los proveedores y actuar en connivencia con el “Estado Social de Derecho” y sus políticos, como Uribe, Santos y Andrés Felipe Arias. Se confabulan con comandantes de policía y cuentan con la complicidad del Ministerio de la Protección Social. Se trata de uno de esos conglomerados capitalistas producto de estos tiempos de globalización: más expertos en la estafa que en las actividades productivas; sus congéneres colombianos son especímenes como los Nule, sus inspiradores internacionales son los usureros de Wall Street, personajes venidos a más mediante maniobras que violan hasta los códigos más laxos.

Para doblegar la resistencia de los proletarios, la familia Nannetti siembra entre ellos la discordia y calumnia a quien reclama sus derecho s mínimos con la afirmación de que quiere quebrar las empresas y dejar sin empleo a centenares o miles de sus compañeros. Con esa mentira enfrenta a los empleados de las compañías subcontratistas con los enganchados por Guacarí u otras del mismo grupo, también conocido como América Flor. Así los plantíos se convierten en un verdadero infierno: la sobrecarga laboral abruma, el despotismo de gerentes, capataces e ingenieros se torna insoportable, la paga es incierta e ínfima, incluso mucho menor que el salario mínimo legal, y las relaciones entre compañeros de trabajo se emponzoñan; en donde predominaba la camaradería se impone la enemistad y la amenaza. Es el ambiente laboral impuesto por la pandilla de los Nannetti para robar a miles de personas trabajadoras.

A lo largo del conflicto, Sintraguacarí-Untraflores dejó en claro cuáles eran las peticiones: ninguna de ellas tenía carácter extralegal, se limitaban a que los patrones se comprometieran a cumplir con sus obligaciones más básicas. Los delegados de la compañía, Londoño y Pérez, el lunes 29 de noviembre en las oficinas del Ministerio, dijeron que pagarían únicamente a los huelguistas la prima de junio y la quincena vencida el 15 de noviembre. Cuando los voceros sindicales les exigieron para levantar el cese de actividades que, además de esos abonos, firmaran un compromiso de ser puntuales en adelante con los salarios y fijar una fecha para ponerse al día con la seguridad social, los señores Londoño y Pérez montaron en cólera, tildaron al sindicato de intransigente, a su petitorio de extravagante, abandonaron la reunión para dedicarse al despreciable encargo de hacer apalear a los corajudos floristeros.

Luego de la toma de las instalaciones por parte de los patronalistas, los miembros del sindicato se mantuvieron firmes en que en tales condiciones tan degradantes no se reintegrarían a sus puestos y prefirieron presentar la renuncia imputable al patrón, procedimiento para impedir la pérdida de sus indemnizaciones. La empresa prepara demandas penales- el conocido caso en que el ladrón grita atrapen al ladrón- y a través de sus correveidiles ha anunciado golpizas a la valiente y abnegada dirigente de Untraflores y de Notas Obreras Patricia García.

Una vez levantada la huelga, los Nannetti dieron a saber que tampoco les cancelarían ni siquiera las quincenas en mora a las demás fincas ni a los empleados de la subcontratista Activos, lo que provocó protestas en La Fragancia, Jardines, Flores de la Vega, entre otras. En Guacarí decenas de trabajadores han presentado su renuncia; la avaricia e irresponsabilidad del Grupo está provocando una caída brusca de la productividad o la parálisis casi total.

Desde luego, los Nannetti se equivocan palmariamente: los asalariados no se someterán con mansedumbre a semejante régimen; quizás encuentren a quienes atemorizados acepten temporalmente tales exacciones o a algunos con mentalidad de esclavos, pero entre la mayoría de irá creciendo la resistencia.

Decenas de hombres y mujeres de Guacarí han dado un hermoso ejemplo. En el lapso de tres meses han adelantado dos huelgas por un total de más de treinta días. Han defendido con firmeza sus peticiones, tan modestas y justas a todas luces. Se han negado a caer en los engaños cotidianos y han enfrentado con serenidad y valor el ataque violento de la policía, en la huelga llevada a cabo entre el 9 y el 24 de septiembre y la acometida salvaje de los patronalistas en la protesta que terminó el 30 de noviembre. Por turnos, velaron durante treinta noches, desafiando el gélido clima de la sabana, soportaron los soles calcinantes de las mañanas y los torrenciales aguaceros vespertinos o nocturnos; se apoyaron en la generosa solidaridad de los habitantes de Zipaquirá, Tocancipá Gachancipá y otros municipios circunvecinos, faenas todas en las que destacaron las mujeres, tan intrépidas. Se mantuvieron unidos y, aún desalojados de las instalaciones por el asalto de los esquiroles, mantienen una férrea voluntad de lucha; se han ganado el respeto de numerosos obreros de las flores y de otros sectores de la población. En ningún momento, a pesar de la enorme desventaja en que se encontraban, de los riesgos para su integridad física y su vida, renunciaron a la defensa de sus derechos ni se sometieron a condiciones o pactos que representaran la claudicación. Para Notas Obreras constituye un honor el haber tenido la oportunidad de acompañar esta simiente de la gesta proletaria.

Las condiciones pavorosas que impone el capital en los cultivos de la sabana de Bogotá y su aviesa respuesta a los reclamos de los asalariados demuestran que éstos al alborear el siglo XXI tendrán que librar batallas enormes, como las que enfrentaron los bananeros en los comienzos de la centuria anterior, y que a más de las reivindicaciones económicas habrán de batallar contra el régimen político que apuntala la inclemente explotación a los trabajadores del campo y la ciudad y de los demás sectores populares. Con esta perspectiva, los obreros de Guacarí, aún en la derrota son invencibles; las lecciones de su brega, imperecederas.

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