Edgar Morin: oscurantismo para la educación

Las ideas promovidas por la UNESCO y el Ministerio de Educación Nacional

El “pensamiento complejo” constituye un ataque a la ciencia y al racionalismo

Por: Alfonso Hernández

Está en boga hablar de la importancia decisiva de la educación para el siglo que apenas comienza. Por doquier se plantean reformas que supuestamente le imprimirán a la enseñanza las características apropiadas para que la sociedad del futuro sea más próspera y equitativa. Se habla de que hemos entrado en la era del conocimiento, en la que ni el capital ni el trabajo son lo primero, sino la sapiencia. Extrañamente, esas prédicas se combinan con un ataque sistemático al pensamiento científico y al racionalismo[1]; con una loa abierta a todo lo místico. Muchas de las andanadas provienen de las propias cumbres de la intelectualidad. Edgar Morin, teórico del «pensamiento complejo», es uno de los ideólogos de esa moda, y tal vez su exponente más ladino: se presenta como el filósofo que sistematiza los avances del conocimiento para arremeter contra el método que ha permitido su progreso. Acreditado por semejante hazaña, recibió invitación de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO, para formular sus orientaciones a la educación del porvenir, que él compendió, sin modestia alguna, en los «siete saberes fundamentales que la educación del futuro deberá tratar en toda sociedad y en cualquier cultura sin exclusión ni rechazo alguno…»[2] A juicio suyo, se trata de enseñar acerca de:

-I Las cegueras del conocimiento: el error y la ilusión;
-II Los principios del conocimiento pertinente;
-III La condición humana;
-IV La identidad terrenal;
-V Enfrentar las incertidumbres;
-VI La comprensión;
-VII La ética del género humano.

Sus planteamientos han tenido amplia acogida por parte de gobiernos, universidades y organismos internacionales y son componente fundamental de las reformas que se llevan a cabo.

Este artículo no pretende hacer un análisis exhaustivo de cada uno de los temas enumerados arriba, sino analizar la posición que adopta Morin en lo atinente a las relaciones entre el pensamiento científico y el misticismo. En un escrito posterior comentaremos su recetario ético.

Su esfuerzo primordial se orienta a criticar las fallas más protuberantes del conocimiento y a alertarnos sobre sus consecuencias, para presentar el mundo como casi completamente incognoscible: «navegar en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certeza»[3]. Sostiene que el conocimiento por ser una construcción nuestra, es relativo, es subjetivo. Termina formulando una reforma radical, el pensamiento complejo, que parte del ataque al pensamiento científico y al racionalismo, que califica de «mecanicistas» y «simplificadores». Veamos cómo formula las críticas. Luego de reconocer que la ciencia ha producido grandes avances, sostiene que:

«1. La causa profunda del error no está en el error de hecho (falsa percepción), ni en el error lógico (incoherencia), sino en el modo de organización de nuestro saber en sistemas de ideas (teorías, ideologías);
2. Hay una nueva ignorancia ligada al desarrollo mismo de la ciencia;
3. Hay una nueva ceguera ligada al uso degradado de la razón;
4. Las amenazas más graves que enfrenta la humanidad están ligadas al progreso ciego e incontrolado del conocimiento (armas termonucleares, manipulaciones de todo orden, desarreglos ecológicos, etc.).»[4]

Según Morin, el conocimiento científico y racional, además de ser tan incierto y relativo, está plagado de error por su propia organización; la ciencia causa ignorancia; la razón, ceguera. La falta de control sobre el conocimiento (¿propone Morin alguna suerte de Inquisición?) constituye la principal amenaza para la humanidad.

En el primer capítulo de Los siete saberes se ocupa de los errores causados por la percepción, la memoria, la resistencia de las teorías a aceptar los argumentos contrarios. Temas estudiados a lo largo de la historia de la filosofía. A los anteriores agrega «las cegueras paradigmáticas»: «principios supralógicos de organización del pensamiento o paradigmas, principios ocultos que gobiernan nuestra visión de las cosas y del mundo sin que tengamos conciencia de ello». Para ilustrar esto, pone un ejemplo:

«En el momento incierto del pasaje de la visión geocéntrica (ptolomeica), a la visión heliocéntrica (copernicana) del mundo, la primera oposición entre las dos visiones residía en el principio de selección/rechazo de los datos: los geocentristas rechazaban los datos inexplicables, según su concepción, como no significativos, mientras que los otros se fundaban en esos datos para concebir al sistema heliocéntrico. El nuevo sistema comprende los mismos constituyentes que el antiguo (los planetas), utiliza a menudo los cálculos antiguos. Pero toda la visión del mundo ha cambiado. La simple permutación entre tierra y sol fue mucho más que una permutación, fue una transformación del centro (la tierra) en elemento periférico, y de un elemento periférico (el sol) en centro»[5] [6]. Nótese el tono subjetivista. Para Morin no es importante destacar que el heliocentrismo es un producto del desarrollo de la ciencias, que representó un saltó en la comprensión del universo. Para él no importa quién tenía razón, o que unos se basaran en la fe y los otros en la investigación. Sólo le interesa señalar que había dos paradigmas con principios supralógicos distintos.

Es forzoso aceptar que todo conocimiento puede incurrir en errores y que nunca es completo. Pero ¿cómo afrontar los yerros y sus causas? ¿Mediante la comprobación y el análisis o entregándose al misticismo? Morin se presenta en todo momento como partidario del pensamiento científico y racional, pero distingue entre racionalidad, a la que considera abierta por naturaleza, y la mejor salvaguardia contra el error y la ilusión, y racionalización, que caracteriza como perversión de lo racional, pues se basa en un sistema lógico a partir de la deducción y la inducción, pero se funda en bases mutiladas o falsas y se niega a la discusión de argumentos y a la verificación empírica. Ahondado en este aspecto, sostiene que la verdadera racionalidad dialoga con una realidad que se le resiste, que la «racionalidad debe considerar el lado del afecto, del amor, del arrepentimiento»[7]. Y estos sentimientos ¿qué tienen que ver con el conocimiento? ¿Acaso, Morin los considera métodos para conocer? En el mejor de los casos pueden ser motores, estímulos para la investigación, pero ésta no debe permitir que sus resultados se alteren a causa de ellos. El filósofo de marras no precisa el papel epistemológico que les atribuye. O ¿será que se refiere sólo a que la racionalidad debe reconocer la existencia del amor y del arrepentimiento? En ese caso, no necesitaríamos sus profundas reflexiones filosóficas. Eso sí, después de tan dulces palabras, va al grano: «La verdadera racionalidad conoce los límites de la lógica, del determinismo o del mecanicismo; sabe que la mente humana no podría ser omnisciente, que la realidad comporta misterio; ella negocia con lo irracionalizado, lo oscuro, lo irracionalizable; no sólo es crítica sino autocrítica. Se reconoce la verdadera racionalidad en su capacidad de reconocer sus insuficiencias» Según Morin, pues, ser verdaderamente racional significa aceptar los límites, las insuficiencias del método del conocimiento científico y de la razón y concederles, a la vez, al misterio, a lo oscuro, a lo irracionalizado un valor equivalente. El pensamiento complejo, es un pensamiento acomplejado, que para superar la simplificación, los errores o las incertidumbres de la ciencia, le reclama que se prosterne ante lo irracional y oscuro, ante el misterio.

Mostrándose como noble defensor de las culturas distintas a la occidental, sostiene que «debemos saber que en toda sociedad, comprendida la arcaica, hay racionalidad tanto en la confección de herramientas, estrategia para la caza, conocimiento de las plantas, de los animales, del terreno como la hay en el mito, la magia, la religión»[8]. Con la primera parte no podemos menos que estar de acuerdo, la caza, la pesca y demás actividades productivas se guían fundamentalmente por el pensamiento racional.. Pero la magia, la religión y el mito ¿tienen la misma característica? Anteriormente, Morin había explicado la actividad racional como aquélla que «elabora teorías coherentes, verificando el carácter lógico de la organización teórica, la compatibilidad entre las ideas que componen la teoría y el acuerdo entre sus afirmaciones y los elementos empíricos los cuales se dedica»[9]. ¿Se atienen, según Morin, la religión y la magia a la verificación empírica y a la coherencia lógica, al igual que la caza? Continuando con su esfuerzo por equiparar la ciencia y la razón con la magia, el mito y la religión, afirma que «en nuestras sociedades occidentales también hay presencia de mitos, de magia, de religión, incluyendo el mito de una razón providencial e incluyendo también una religión del progreso. Comenzamos a ser verdaderamente racionales cuando reconocemos la racionalización incluida en nuestra racionalidad y cuando reconocemos nuestros propios mitos entre los cuales está el mito de nuestra razón todopoderosa y el del progreso garantizado». Para facilitarse la carga, el pensador francés agrega a la razón el adjetivo «todopoderosa». Pero no son la ciencia ni el pensamiento racional los que se proclaman como todopoderosos o infalibles; sí lo hacen, en cambio, la religión y el mito. Dice atacar no la racionalidad sino la racionalización, a la que le endilga ser cerrada a los argumentos y a la verificación empírica. Todo para terminar reivindicando el mito y la religión, ellos sí reconocidamente cerrados a la verificación empírica y a los argumentos. ¿Fueron Galileo, Bruno y Servet quienes se cerraron a la verificación y a los argumentos, o los papas y sus tribunales de Inquisición?

He ahí, en síntesis, el planteamiento de Morin: el pensamiento racional es un mito; la religión y el mito son pensamiento racional. Una vez hecho semejante cambalache reclama: «Es necesario, entonces, reconocer en la educación para el futuro un principio de incertidumbre racional» e insiste en la importancia de que la racionalidad sea autocrítica. Es decir, exige que la educación del futuro les dé a las creencias anticientíficas una importancia creciente. No satisfecho con todo aquello, afirma «He aquí un problema clave: instaurar la convivencia con nuestras ideas así como con nuestros mitos». En eso consiste el pensamiento complejo, el cual no «disyunta» la religión y la ciencia, sino que las «religa».

En el segundo capítulo de los siete saberes, Edgar Morin, quien acaba de abatir la «razón todopoderosa» y comprende que la mente humana no puede ser omnisciente, nos alecciona sobre el conocimiento pertinente y enseña a comprender el «contexto», «lo global», incluyendo «el todo y las partes», «lo multidimensional» y «lo complejo». En todo ello dice superar la hiperespecialización disyuntiva de las ciencias. Sostiene que los problemas fundamentales y los globales son evacuados de las ciencias disciplinarias. ¿Será que el origen y desarrollo del universo, la evolución, la genética no son problemas fundamentales o que las «ciencias disciplinarias» no los han estudiado? Una investigación “hiperespecializada”sobre la estructura de la molécula de ADN reveló algunos de los secretos más recónditos de la naturaleza: los referentes a la vida y a la herencia, que se habían considerado las mayores pruebas de la existencia de Dios.

Morin se resiste a aceptar que hay una realidad independiente de nuestra conciencia, siendo que este es un presupuesto indispensable para el desarrollo de las ciencias. Porque ¿para qué estudiar el universo, descubrir regularidades en los seres vivos si ellos no existen independientes de nuestra mente? Veamos cómo lo plantea:

«No hay objeto si no es con respecto a un sujeto (que observa, aísla, define, piensa), y no hay sujeto si no es con respecto a un ambiente objetivo (que le permite reconocerse, definirse, pensarse, etc., pero también existir).»[10] Así, elimina la «disyunción entre sujeto y objeto», que le critica a la ciencia. Para Morin, la idea de un universo puramente objetivo es de extrema pobreza y niega el más allá, tan valioso para él. ¿No existen, entonces, los planetas que no conocemos, o que no conozca algún sujeto?. Acaso ¿no existía el universo antes del surgimiento de seres conscientes?. O ¿se trata solamente de introducir, de contrabando, la idea de un creador supremo?

Se burla del método científico: «Y cuando el sabio elimina de su espíritu las ansiedades de su carrera profesional, los celos y las rivalidades profesionales, su mujer y su amante, para inclinarse sobre las cobayas, el sujeto súbitamente se anula, configurando un fenómeno tan sin precedentes que semeja el pasaje de un universo a otro a través de un hiperespacio en un relato de ciencia ficción»[11].

Ya antes del advenimiento de Morin, la humanidad tenía noticia de que los científicos, como seres humanos, padecen toda clase de sentimientos y variadas tribulaciones. Pero Morin, al ironizar la idea de que el sabio elimina de su espíritu esas ansiedades al inclinarse sobre las cobayas, quiere significar que las conclusiones sobre los tejidos, las células y las hormonas de los animalillos con los que experimenta, están sesgadas por los amores y desamores del científico. De tal manera que la biología es una novela de pasión más que realidad. Con ello desecha, de una vez por todas, el método científico, puesto que si éste tiene algún objeto es precisamente el de eliminar de los resultados de la investigación las presunciones, los prejuicios. La ciencia tiene como procedimiento analizar los fenómenos, lo más objetivamente posible, formular hipótesis, hacer predicciones y someterlas, no a una sino a muchas verificaciones para evitar pensar con el deseo.

No obstante lo anterior, afirma: «lo que me interesa es respetar los requisitos para la investigación y la verificación propios del conocimiento científico, y los requisitos para la reflexión propuestos por el conocimiento filosófico». Ahí se revela con toda claridad su ambivalencia: dirige la artillería pesada contra la ciencia, pero no abandona la hoja de parra, y se presenta como devoto de lo que ataca. Se nos dirá que no comprendemos tal complejidad porque nuestro pensamiento está limitado por la lógica simplificadora y disyuntiva; que sólo los sumos sacerdotes del pensamiento complejo pueden descifrar tan arrevesados sofismas. ¡Como el misterio de la Santísima Trinidad!

Esa es, en realidad, la posición de esos filósofos de salón, como los llama Richard Dawkins[12]. Para ellos, la ciencia no es más que un relato, un mito, tan válido como cualquier otro. La teoría de la evolución tiene tanta verdad como la fe en la creación. La genética no es en nada superior a la afirmación de la pelota de barro con la que se le dio vida a Adán. Eso sí, quienes niegan validez a la ciencia acuden a la sala de cirugía y toman juiciosamente las medicinas cuando están enfermos; viajan en modernos aviones a dictar sus conferencias, y hacen uso de la computadora, la televisión, la prensa y la radio, todos productos del desarrollo científico y tecnológico, para hablar profusamente sobre su fracaso.

La humanidad necesita vitalmente de la ciencia. No sería posible alimentar y vestir a una población de 6.000 millones de seres sin los avances de la productividad agrícola e industrial; sin los progresos de la ingeniería no habría manera de dotar de techo a cientos de millones de familias; si se careciera de los prodigios de la medicina, nuevas y viejas epidemias continuarían asolando poblaciones enteras. Si una porción considerable de la gente vive en la miseria no es por causa de la ciencia, sino de la organización social. Los propios lazos entre los continentes y las culturas se han estrechado gracias a los adelantos del transporte. Y la vida intelectual se enriquece a diario: un día el universo nos devela un nuevo secreto, otro, la biología o las partículas subatómicas abren de golpe nuevos horizontes. La ciencia, que conjunta rigor y creatividad, enseña a pensar y analizar por sí mismo, da seguridad y convicciones propias. Provee un método de análisis que desenmascara los engaños más arteros. Si nuestros pueblos desarrollaran un pensamiento más crítico no serían presa tan fácil de la trampa y el abuso. No es casual que las grandes revoluciones sociales hayan estado precedidas y acompañadas por un auge del pensamiento científico.

La actitud contradictoria de los poderes del orbe estriba en que requieren con urgencia de los artefactos resultantes de la investigación, ya sea para adelantar su aventuras militares o para obtener utilidades de la más diversa clase de mercancías. Pero les espanta la capacidad crítica que fomenta el método científico. Patentar y vender a la carrera genes o vacunas genéticas, obtener el máximo provecho de ese negocio y, a la vez, difundir la teoría de la creación. Este ejemplo ilustra la actitud doble de los financistas con respecto al conocimiento. Por ello, filosofías ambivalentes como la de Morin reciben el aplauso de los esclavistas actuales. Son escuelas que le niegan la validez universal al conocimiento científico, que fomentan el misticismo, mientras que aceptan y aprovechan sus conquistas. La pregonada religazón entre ciencia y fe, que ofrece el pensamiento complejo, permite perpetuar la ruptura: la ciencia en el laboratorio, y en la calle, en el hogar y en la escuela el misticismo. Empirismo chato, que no elabora conclusiones generales, frente a creencias que no se someten a prueba, esa amalgama epistemológica es la que se nos ofrece.

Con razón, Carl Sagan en su libro, El mundo y sus demonios[13] alertó sobre la proliferación de las seudo ciencias y el fanatismo. Desplegó iniciativas para despertar en los jóvenes y niños el interés por la ciencia. Morin desdeña su importancia. Sagan se ocupó de someter a verificación y a crítica las supuestas apariciones de extraterrestres y los milagros, Morin nos pide convivir con ellos y exige a la ciencia que rinda sus armas ante la impostura. Lo más importante: mientras que Morin quiere debilitar las ciencias en la escuela, Sagan dedicó su vida a luchar para que el método de pensamiento científico se divulgara por todos los medios de comunicación.

Otros importantes sabios han señalado la gravedad de lo que está en juego. El genetista colombiano Emilio Yunis, en su libro Evolución o creación[14], reivindica la teoría evolucionista y rememora la lucha incesante y ruda que ha tenido que librar la ciencia para abrirse paso frente al fedeísmo, al creacionismo. Alan Sokal y Jean Bricmont[15], destacados físico-matemáticos, se ocuparon de poner en evidencia las trapisondas de los llamados posmodernos, pregoneros del relativismo gnoseológico.

El reto es ineludible. La educación debe respetar estrictamente la libertad de cultos, y a la vez impedir que, con el pretexto de una educación «pertinente», se retiren o envilezcan en los planes de estudio disciplinas sin las cuales no es posible comprender el mundo actual. Se impone desnudar la naturaleza oscurantista de teorías como el pensamiento complejo que pretenden convertir las aulas en el santuario de su fanatismo anticientífico. En este propósito la comunidad educativa contará, con seguridad, con el apoyo y la orientación de las mentes más lúcidas, como las de los científicos mecionados.

Publicado en Leonardo da Vinci N° 7
Septiembre-octubre de 2003


[1] En el marco de este artículo, se emplea el término racionalismo para caracterizar la actitud de “quien se confía a los procedimientos de la razón para determinar las creencias” u opiniones, en contraposición a la actitud de quienes prefieren basarse en la revelación o en la fe.
[2] Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, Morin, Edgar, traducción Mercedes Vallejo-Gómez, reeditado por el Ministerio de Educación Nacional de Colombia, febrero de 2000. Pág. 11
[3] Pág. 13, Siete saberes
[4] Introducción al pensamiento complejo Morin Edgar, Editorial Gedisa, cuarta reimpresión, marzo 2001, Barcelona, pág 27.
[5] Los subrayados son del autor de este artículo.
[6] Pág. 28 Introduccion…
[7] Siete saberes, pág. 18.
[8] Ibid.
[9] Ibid 17 18
[10] Introducción… pág. 67
[11] Idem
[12] River out of Eden, Dawkins, Richard, Phoenix, 1996.
[13] El mundo y sus demonios, Sagan, Karl, Planeta, 1997.
[14] Evolución o creación, Genomas y clonación, Yunis, Emilio, Planeta, 2001
[15] Imposturas intelectuales, Sokal, Alan y Bricmont, Jean, Paidós

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