Dos candidatos, el mismo programa, la misma entrega

Print Friendly, PDF & Email

Por Alfonso Hernández[*]

El 21 de junio los colombianos tendrán que escoger para presidente entre Horacio Serpa, candidato del gobierno de Samper y del Partido Liberal, y Andrés Pastrana, vocero del Partido Conservador y de un nutrido grupo de gaviristas. Aunque el delfín azul cuenta con la predilección de Washington, los dos han dado pruebas fehacientes de que están dispuestos a cumplir los dictados colonialistas de los Estados Unidos. Los comicios del 31 de mayo derrotaron, por lo pronto, las aspiraciones de Noemí Sanín, ex funcionaria de los últimos cuatro gobiernos y líder de un movimiento que quiere tomar distancia de los partidos tradicionales para defender novedosas propuestas financiadas por los mandamases de siempre; y un exiguo número de sufragantes apoyó el programa de orden del general Harold Bedoya.

Print Friendly, PDF & Email

Las elecciones se realizan en circunstancias particularmente penosas para Colombia, ya que la intromisión norteamericana se hace cada vez más insolente y opresiva. Los casi diez años de apertura han devastado la mayoría de los renglones económicos y sometido a los habitantes a la penuria. La violencia vesánica siembra el terror en casi toda la geografía patria.

La disputa se torna agria y los contendientes se esfuerzan en vano por mostrarse como polos opuestos, mientras los potenciales electores perciben que se les están ocultando los verdaderos propósitos de gobierno. Pastrana, portavoz de esa camada que amamantan los financistas internacionales y que hace de moralista por encargo de Washington, se proclama el adalid del cambio sin dilaciones y señala a su adversario como continuista. Serpa, quien hasta la víspera fuera el ministro del Interior, ofrece a las masas aporreadas por Samper redimirlas con su política social y conducirlas a un período de dichosa paz. Cada uno ha forjado un arsenal para atacar a su contrincante y ha llenado un costal con promesas sin asidero real para un electorado aturdido por las vaporosas esperanzas que se le venden, pero receloso por el recuerdo de los amargos engaños de que ha sido víctima repetidamente. Hay, sin embargo, una serie de hechos que permiten discernir la verdadera naturaleza de las posiciones que se presentan en esta contienda electoral.

Serpa y Pastrana, comprometidos con la apertura

La economía ha caído en la emboscada de la apertura. El desempleo se trepó a tasas de 14.5%, debido a que se vienen reemplazando los bienes de producción local por las importaciones. La cuenta corriente, que en 1991 tuvo un superávit de cerca de 6% del producto interno bruto, PIB, hoy tiene un déficit de 5.7%. El sector agropecuario ha sufrido una avalancha de importaciones de alimentos que en 1997 fueron de más de 5 millones de toneladas por un valor superior a 2.000 millones de dólares. El año pasado se sembraron 600 mil hectáreas menos que en 1990.

El país se desindustrializa rápidamente. El aporte de las manufacturas al PIB, que era de 23% en los años ochenta, ya no llega a 18%. Entre 1994 y 1997 entraron en concordato o se liquidaron 350 empresas; las que existen a duras penas se sostienen, para lo cual han tenido que reducir personal y entregar bienes en dación de pago. Mientras, las importaciones de bienes de consumo crecen aceleradamente y los salarios disminuyen de manera significativa.

Lo que sí crece es la inversión extranjera, que el año pasado alcanzó la cifra de 5.400 millones de dólares, casi la mitad de los cuales se invirtieron en apoderarse de las empresas del sector eléctrico. ¡Cómo no van a venir los capitales foráneos a un país donde sus gobernantes, como lo hizo el ministro de Comunicaciones, Fernando Bautista, sostienen que no es importante definir cuánto vale la Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá, sino tomar la decisión de venderla!

Junto con los financistas externos, han engordado también los grupos económicos que hacen leña con las privatizaciones y concentran cada día una mayor porción de la riqueza nacional.

Mientras frente a este calamitoso panorama, Pastrana y su élite de asesores anuncian de manera fría y rigurosa la aplicación del recetario neoliberal, Serpa Uribe habla de «recuperar el carácter selectivo y gradual de la apertura», promete reforma agraria integral, empleo, pero todo sin tocar la esencia del modelo neoliberal, la llamada libertad de los mercados. Repite así las mendaces promesas de Ernesto Samper, quien durante el debate electoral de 1994 se presentó como el mago que lograría una «apertura con corazón».

Tanto Serpa como Pastrana parlotean acerca de la «inserción en los mercados internacionales» y de la competitividad que se alcanzaría bajo su respectivo mandato. Ese lenguaje se está escuchando hace una década y los problemas siguen agudizándose. Los quebrantos de los colombianos en materias económicas no son excepcionales. La política neoliberal impuesta, y que entre otros recibe el nombre de globalización, no tiene propósito distinto que el de facilitar la toma de la economía mundial por un puñado de multinacionales. Por ello, la concentración del capital ha alcanzado niveles sin precedentes: los oligopolios norteamericanos, principalmente, y los europeos y japoneses, se hacen a los activos claves de los países de Asia, América Latina, Europa Oriental, África. No sólo eso, los norteamericanos embisten en el mercado europeo, los europeos en el norteamericano. Otro tanto sucede con los japoneses. En la reyerta, las fusiones entre colosos o las adquisiciones de grandes empresas son noticia diaria. En lo corrido de este año se han producido operaciones gigantescas, como la fusión de Travelers Group con CitiCorp, compra de más de 72.000 millones de dólares, monto similar al del PIB anual de Colombia. En las comunicaciones se produjo la fusión entre WorldCom y MCI, y se han realizado negocios semejantes en el campo automotor, en los servicios, los supermercados, la aeronáutica, el acero y la electrónica, para citar sólo unos renglones. Estados Unidos pugna por consolidar sus acuerdos de libre comercio y la Unión Europea busca consolidarse para ponerle dique a la acometida gringa.

Los enormes conglomerados presionan para que se les quiten barreras arancelarias, se les rebajen impuestos y salarios y se les ofrezcan a precio de quema las materias primas y los bienes de casi todos los Estados. Clinton, en su discurso ante la reunión de la Organización Mundial del Comercio, OMC, realizada en el pasado mes de mayo, señaló que gracias a las disposiciones de este organismo las empresas se ahorran 76 mil millones de dólares al año por solo reducción de aranceles.

Como contrapartida a la concentración de la riqueza en unas decenas de pulpos, la miseria prolifera y regiones enteras se hunden en pavorosas crisis.

En Alemania y Francia las tasas de desocupación alcanzan topes de 10% y 12%, respectivamente, con un promedio de 10,3% para la Unión Europea; en el Sudeste Asiático también crecen el desempleo y la quiebra de empresas. Los monopolios norteamericanos están afianzando su control sobre grupos industriales y financieros de esas latitudes y los antiguos aliados, como los chaeboles coreanos y las firmas de la familia Suharto, en Indonesia, son puestas en venta a menos precio, ante las exigencias estadounidenses y del Fondo Monetario Internacional.

Los funcionarios yanquis hoy imparten órdenes a Japón para que abra su sector financiero y reactive la economía, mañana sancionan a la India o a Pakistán para garantizarse el monopolio nuclear o meten baza en Yugoslavia para terminar de desmembrarla.

Es claro que, ante tamaña arrebatiña, un país que quiera conservar sus haberes y ser dueño de sus destinos tiene que unirse férreamente y defender con ánimo resuelto cada mina, cada fábrica, cada plantación, cada escuela, cada hospital. Es lo que no se proponen ni Serpa ni Pastrana.

Frente a las dimensiones que ha tomado la piratería capitalista en el orbe, Serpa, recogiendo puntos de vista que de antaño ha promovido el heredero de la Casa Pastrana, habla de «colocar a la pequeña y mediana empresa y a las instituciones de la economía solidaria en el centro de la política industrial». Mueve a risa el cometido de hacer que la microempresa entre a la guerra del mercado internacional. Nuevamente se trata de una copia del plan samperista de fincar el progreso del país en los tallercillos y en las maquilas. Esto obedece a que el plan general de la política imperialista exige que nuestros países se limiten a los procesos que utilizan intensivamente la mano de obra y no requieran altas inversiones de capital. En este punto también nos encontramos con que en vez de procurar el desenvolvimiento autónomo se busca ahondar la sumisión colonial. Cuando se refieren al desarrollo industrial, los candidatos ofrecen rebajas de impuestos, que sólo favorecerían a las compañías extranjeras ya que las nacionales están en bancarrota, o cifran las posibilidades del progreso en la supuesta modernización educativa, algo demasiado importante, pero que no puede reemplazar a una política de protección y fomento, como lo prueban los técnicos y profesionales que se encuentran desocupados.

Los dos candidatos son partidarios de mayores gabelas para los trusts que explotan los hidrocarburos. Recientemente, en reportaje a la revista Semana, Horacio Serpa, señaló: «Yo estoy plenamente de acuerdo con las determinaciones tomadas el año pasado por Ecopetrol en el sentido de mejorar las condiciones de inversión para las multinacionales petroleras en el país». Si ambos candidatos temen hablar de la privatización de Ecopetrol, ocultando sus propósitos, se debe a la firmeza de los trabajadores petroleros y su organización, la Unión Sindical Obrera, USO, que con decisión y patriotismo se han opuesto insistentemente a tal medida.

En materia de salud, uno de los aspirantes ofrece «lograr el aseguramiento total de la población» y el otro «ampliar la cobertura en salud a diez millones más de colombianos» y no subastar el ISS. No será necesario. En virtud de la Ley 100, tan elogiada por ambos, se ha llegado a que las pensiones las pague el ISS en tanto que un creciente número de cotizaciones las percibe el sector privado, lo que terminará arruinando al Instituto, en medio de la alharaca sobre su ineficiencia y la gravedad del déficit fiscal. Por mandato de la misma ley, ya los hospitales fueron convertidos en empresas sujetas al capital financiero.

Sobre los servicios públicos, es bueno recordar que fue precisamente Pastrana, como alcalde Bogotá, quien dio inicio a la era de las privatizaciones entregando a monopolios particulares el servicio de aseo en la capital, y es conocida su posición de respaldo a la venta de las empresas distritales de teléfonos y energía. El vocero del liberalismo, por su parte, ha afirmado que promoverá la inversión privada en estos mismos servicios «para contribuir con los esfuerzos realizados por el sector público». Se trata de continuar la venta al malbarato de las empresas estatales, o de implantarles la competencia de los consorcios extranjeros, colmados de garantías y ventajas.

Bajo el nombre de «acuerdo nacional de estabilización de la economía», Horacio Serpa propone reeditar el pacto social samperista, que buscaba descargar en hombros de los trabajadores el peso de la pretendida reducción de la carestía, y que por ello fuera rechazado por las confederaciones sindicales. El movimiento obrero mal haría en dejarse engañar por las poses antineoliberales de Horacio Serpa, como tampoco por los aspavientos antiprivatizadores de último momento del pastranismo, pues los dos candidatos son continuistas, o como dice el ex presidente Turbay, continuadores de las orientaciones aplicadas por Gaviria y Samper.

También unidos en las políticas monetaria y fiscal

En los últimos meses se ha venido acelerando una tendencia a la pérdida de valor del peso frente al dólar, hasta el punto de acercarse al llamado techo de la banda cambiaria, unos $ 1.400 por dólar, límite que el Banco de la República ha prometido que no permitirá que se sobrepase.

Como bien lo explica el economista Eduardo Sarmiento, este hecho, como los otros males de la economía, tiene su origen en la apertura, ya que las desprotecciones arancelaria y cambiaria, unidas a las altas tasas de interés, atrajeron capitales extranjeros y se produjo una revaluación inicial del peso. Todo junto, hizo que las mercaderías extranjeras arrasaran prácticamente a las nacionales, dando al traste con factorías y explotaciones agropecuarias.

Ante la reciente tendencia a la devaluación, en vez de tomar los correctivos obvios, el Banco de la República, de común acuerdo con el gobierno, ha procedido a elevar a niveles astronómicos las tasas de interés y a vender dólares. Quema así las reservas internacionales, estrangula aún más la actividad productiva y agobia a los deudores. La expectativa de una drástica caída del valor del peso ha provocado una ola especulativa en la que participan febrilmente las multinacionales y el capital financiero. Éstos son fenómenos propios del modelo neoliberal. Hoy en el orbe se mueven diariamente 2,5 billones de dólares en transacciones monetarias, más del doble del producto interno bruto del tercer mundo. Esta masa de capital puede determinar la revaluación o la devaluación de una moneda, el auge o caída de las bolsas de valores y esquilmar países en cosa de días. Además de Colombia, en este momento Rusia, India y el Sudeste Asiático padecen el ataque de las aves de rapiña de las finanzas.

La abrupta devaluación que se está gestando envilecerá los salarios, agrandará el peso de la deuda externa pública y privada, incrementará el costo de la vida, pero favorecerá a los especuladores extranjeros, quienes se harán a miles de millones de dólares de nuestras reservas, y a las multinacionales, las que comprarán activos colombianos a precio de huevo y pagarán salarios e insumos en desvalorizados pesos mientras venderán sus productos en dólares. Los señores Pastrana y Serpa no se cansan de expresar su respaldo a esta antinacional política monetaria del Emisor y del gobierno.

Los economistas que son caja de resonancia del Fondo Monetario Internacional, para exculpar al modelo económico sostienen que tanto el déficit de la balanza comercial como las altas tasas de interés derivan del gasto público y del faltante fiscal. El gasto público, en todos los países y en distintas épocas, se ha utilizado para reanimar las economías en recesión; tal fue una de las enseñanzas más importantes que la economía política burguesa extrajo de la depresión de los años treinta. Hoy mismo se le está exigiendo al Japón que reactive la demanda mediante enormes inversiones públicas y rebajas de impuestos. En cambio, a la descaecida economía colombiana se le niega la posibilidad de que el erario le preste los primeros auxilios. So pretexto de reducir el déficit, y para lograr que el presupuesto nacional sirva primordialmente para adelantar las obras que demanda la apertura y que el gobierno sea garante solvente del crédito externo, se exige la venta de las empresas estatales, la privatización de los servicios públicos, la rebaja de los salarios y la reducción sustancial de las transferencias a los ya maltrechos departamentos y municipios.

Los dos candidatos han dicho enfáticamente que darán prioridad a la reducción del déficit fiscal, con las consecuencias ya señaladas.

…Y unidos en la capitulación nacional

Con la mira de esclavizar el trabajo de toda la humanidad y acaparar las riquezas, Estados Unidos ha desatado una ofensiva ideológica sin precedentes, para la cual cuenta con una tropilla de intelectuales que elaboran complicados estudios cuyas conclusiones «científicas» dan la razón a quien les paga. Así han propalado e impuesto que el libre mercado es la panacea, que la soberanía nacional es algo obsoleto, que la clave del desarrollo está en complacer a cualquier precio al capital. En el colmo del descaro echan mano de centenarios reclamos y anhelos de las masas y se presentan como defensores de los derechos humanos, de las negritudes o de otras minorías étnicas, de la mujer, del medio ambiente, de las regiones postergadas. Con todo esto buscan sembrar disensiones entre los pueblos, enfrentar entre sí a los distintos sectores de la población, desvertebrar los países en pequeñas unidades regionales, mientras ellos pescan en río revuelto.

A raíz de la Constitución de 1991 ha tomado impulso un plan que so color de estimular el desarrollo local, está sometiendo a las provincias a la coyunda de los poderosos del planeta. A estos fines se atizan resquemores entre regiones y se denigra de la unidad nacional. La maquinación ha llegado a tal extremo que el gobernador Gustavo Álvarez Gardeazábal, propuso como objetivo principal de su plan de desarrollo la construcción del País del Valle. Serpa y Pastrana suman sus voces a este coro, con la añagaza de su compromiso con la descentralización.

Uno de los más caros anhelos para la ciudadanía es el cese de la violencia política. Altos funcionarios de Washington han venido entrometiéndose en este tema que, más que ninguno otro, debe ser de exclusiva incumbencia de los colombianos. Tanto el presidente Samper como los postulados a la primera magistratura han venido sirviendo de alcahuetes a esas maniobras. No se puede olvidar que los «buenos oficios» de los yanquis para lograr la paz en la Guerra de los Mil Días le costaron a Colombia la pérdida de Panamá.

Los candidatos se han mostrado en demasía obsecuentes con los Estados Unidos. El señor Pastrana Arango se prestó para el escándalo de los narcocasetes, en el cual sirvió de mandadero a la DEA. Posteriormente, en clara actitud antinacional, estuvo intrigando con el gobierno de la superpotencia para derribar al de Samper. La hoja de vida que exhibe lo coloca como la ficha más apropiada para los propósitos colonialistas. Su semejanza con la medianía de los Collor de Mello, los Menem y los Fujimori, salta a la vista. Mal estudiante, concejal mediocre, peor alcalde, senador opaco y pésimo colombiano. Tiene fama de desempeñarse bien en la televisión, siempre y cuando no haya algo que lo saque del libreto, lo aleje del telepronter y lo hunda en la confusión. Es el típico político a quien los programas e ideas se los elaboran los asesores gringos.

Horacio Serpa, quien se proclama enemigo del neoliberalismo fue uno de los presidentes de la Asamblea Constituyente, jugó un papel decisivo para aprobar la extradición y las leyes de extinción del dominio. Prestó durante tres largos años su diligente colaboración a todas las empresas de dicho credo impulsadas por Samper, fue el adalid de la defensa de este gobierno, pero en esa defensa no hubo desde luego ningún ánimo patriótico, sino el afán por mantener una camarilla antinacional en el poder. En la campaña electoral se ha dedicado a demostrarles a los gringos que pueden confiar en él para adelantar toda su política.

Mientras Clinton sigue chantajeando con quitarles la visa a distintos funcionarios, Serpa, quien contrató como asesor al ex embajador estadounidense Diego Ascencio, se prepara para pedir la renovación de dicho documento y viajar a los Estados Unidos. Esta actitud es premonitoria de sus futuras conductas de rebajar la dignidad nacional para colocarse más cerca de ser aceptado por la Casa Blanca. Si bien es cierto que Horacio Serpa no es el preferido, tampoco lo fue Samper, pero demostró con creces su obsecuencia con el imperio.

Aunque nuevamente se recrudece la persecución contra sectores importantes de los llamados barones electorales, dentro del plan general del neoliberalismo de barrer con todo lo que de alguna manera pueda oponerse a su avasallamiento, aquéllos, al seguir contribuyendo a que dicha política continúe su curso, están condenados a sufrir la actitud proditoria de jefes dispuestos a poner en subasta a sus colaboradores para gustar las mieles del poder.

Ante la agresión imperialista, el MOIR ha señalado la necesidad de construir el más amplio frente de lucha que abarque a más de 90% de la población colombiana. Entre sus contingentes deben figurar los asalariados de la ciudad y el campo, los campesinos pobres y medios, los productores nacionales, las juventudes, los intelectuales, todas las razas y etnias y las diferentes regiones que conforman la geografía patria. Dicho frente no excluye, sino que convoca a los dirigentes de los partidos tradicionales, a los jefes militares, e incluso a los grandes empresarios, siempre y cuando asuman una actitud patriótica. El éxito en la construcción de este frente depende en gran medida de la batalla ideológica y política que ha de librarse para desenmascarar a los traidores, quienes confunden a las fuerzas de la nación y las llevan a colaborar con la política de sus enemigos.

Harta razón tiene el Comité Ejecutivo Central del MOIR al sostener que «ninguno de los candidatos a la presidencia representa una política que responda al principal problema que enfrenta el país, la dominación norteamericana”, y en su decisión de no apoyar a ninguno de ellos, ni participar en el debate electoral del 21 de junio para elegir presidente.


[*] Publicado en Tribuna Roja Nº 76, junio 13 de 1998.

Comentarios

Sé el primero en comentar este artículo

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *