Así funciona el negocio de las universidades con ánimo de lucro en Estados Unidos

Gracias a la combinación de inversiones en publicidad y presión política, las entidades con ánimo de lucro en los Estados Unidos logran absorber cada vez más recursos públicos, recursos que ya no son invertidos en educación e investigación de calidad en las universidades públicas y privadas tradicionales, y fluyen en cambio hacia las arcas de inversionistas, gracias a las falsas esperanzas que les ofrecen a las personas socialmente excluidas del sistema de educación superior.

Tomado de El Observatorio de la Universidad Colombiana
Julio 11/11.

Por la importancia del debate en este momento en que se discute sobre la conveniencia o no de implementar en Colombia el modelo de universidades con ánimo de lucro, El Observatorio reproduce la nota que adaptó William Díaz Villarreal, en el portal Razonpublica.com, en el que presenta el documental College Inc, producido por Frontline para el PBS (Public Broadcasting Service) de los Estados Unidos, y en el que analiza cómo ha sido el impresionante crecimiento de IES con ánimo de lucro como la Universidad de Phoenix, con cerca de medio millón de estudiantes con respecto a otras centenarias IES que apenas llegan a unos diez mil.

Allí analiza cómo es la calidad de estas IES, la manera como se benefician de los subsidios del Estado y cómo atienden a una demanda creciente. Será esta la respuesta que necesita el sistema de educación superior colombiano?

College Inc. Documental producido por Frontline para el PBS (Public Broadcasting Service) de los Estados Unidos Guión: John Maggio y Martin Smith

 

Productores: Chris Durrance, John Maggio, Martin Smith

Edición: Seth Bomse

Periodista investigador: Martin Smith

Sitio web: http://www.pbs.org/wgbh/pages/frontline/collegeinc/

“Una pregunta: ¿Cuál es la universidad más grande de Norteamérica? ¿La universidad de Ohio? ¿La universidad de Texas?”. Así abre el periodista Guy Raz un breve programa de la National Public Radio de los Estados Unidos acerca del crecimiento del negocio de las universidades con ánimo de lucro en ese país. Incluso con sus más de cincuenta mil estudiantes cada una, continúa Raz, ninguna de ellas se acerca siquiera a la Universidad de Phoenix, que cuenta con más de 400.000 estudiantes matriculados. Según Anya Kamenetz -autora de DIY U: Edupunks, Edupreneurs, and the Coming Transformation of Higher Education (2010), quien es entrevistada en el programa de radio-, cerca del diez por ciento de los estudiantes norteamericanos está actualmente matriculado en una universidad con ánimo de lucro, y esta cantidad continúa en aumento. En las palabras de Tom Harkin, senador demócrata por el Estado de Iowa y presidente de la Comisión de Salud, Educación, Trabajo y Pensión del Senado norteamericano, “a la universidad de Harvard le tomó casi 375 años para tener un total de 6.600 estudiantes, pero la Universidad de Phoenix ha necesitado tan solo 34 años para tener un total de casi 500.000”.

El crecimiento casi exponencial de este sector del mercado educativo es el tema de College Inc., un documental emitido el 4 de mayo de 2010 en Frontline, del Servicio de Teledifusión Pública de los Estados Unidos. Las primeras imágenes del informe están dedicadas a Michael Clifford, quien se llama a sí mismo un “empresario de la educación”, a pesar de no haber ido nunca a la universidad. De hecho, él mismo reconoce no tener las credenciales que lo habilitarían para determinar el futuro de la educación superior en el país. “Y creo que eso es lo extraordinario”, afirma con orgullo, pues semejante fenómeno “sólo [es posible] en América. Mi último libro se llama How to Run a College by a Guy That Never Went to One (Cómo dirigir una institución universitaria por un tipo que nunca fue a una). No creo que alguien no pueda mejorar el sistema de salud porque no es médico”. El negocio de Clifford consiste en comprar institutos universitarios en problemas financieros y convertirlos en empresas altamente rentables, cuyo valor en Wall Street crece como espuma. ¿Cómo se logra este milagro? El capital de las universidades tradicionales norteamericanas proviene, entre otras fuentes, de las matrículas y los convenios de cooperación con instituciones públicas y privadas, de donaciones de egresados ricos y de otras personas o instituciones. Las instituciones universitarias con ánimo de lucro como las de Clifford venden acciones a los inversionistas, y crecen gracias a su expansión y la continua absorción de nuevos estudiantes. En las palabras de Clifford, aquello que los empresarios de la educación le proporcionan a una universidad se resume en tres términos: “dinero, administración y marketing”.

El dinero sirve para la construcción de edificios y la instalación de servidores online, y la administración para que los recursos sean orientados eficientemente hacia el crecimiento de las universidades. Se trata de llevar la universidad a la gente, y no de esperar a que la gente vaya a ella, explica Marc DeFusco, director de la Universidad de Phoenix entre 1994 y 2002, en la entrevista que se puede leer en la página web de Frontline. Esto no sólo se logra haciendo programas nocturnos y enseñando currículos completos en línea, sino también pensando en la ubicación misma de los edificios y la planeación académica. Los campus se construyen al lado de las autopistas para que los estudiantes puedan ir a clase camino a casa. “Si tenemos más estudiantes de los que podemos manejar, entonces construimos otro edificio y manejamos más”. Igualmente, los cursos se ofrecen en módulos estandarizados que comienzan cada cinco semanas; tampoco hay vacaciones de verano, de modo que los aspirantes no deben esperar mucho tiempo entre la solicitud de ingreso y el comienzo de los estudios. “¿Qué negocio, si vende tanto como puede, dice ‘bueno, no vendemos más. Esperamos hasta el próximo otoño y entonces volveremos a vender’? No existe ningún negocio en Estados Unidos que funcione así”, afirma DeFusco con gran convencimiento. Esta es, para él, una lección que deberían aprender las instituciones tradicionales: “Al fin y al cabo, la academia es el último vestigio de las instituciones en el mundo que no han cambiado mucho. Incluso la iglesia cambia, ¿no es cierto?”.

Las razones que se esgrimen a favor de las universidades con ánimo de lucro están ligadas a la precaria situación económica de los Estados Unidos en tiempos de globalización y lucha de mercados. “En la práctica debemos pagar por las cosas, y cuando los recursos son escasos, como ahora, debemos tomar decisiones acerca de dónde invertirlos”, dice DeFusco. “En las universidades tradicionales hay un decano adjunto por cada tres profesores. Para el americano promedio, que vive en una estructura organizativa diferente, resulta ilógica la manera en que las estructuras organizativas funcionan en el mundo académico”. Las universidades con ánimo de lucro, por su parte, recortan gastos al eliminar tanto los contratos de tiempo completo como la carrera docente, al disolver los sindicatos y prescindir de las asociaciones de estudiantes. También se excluye de las políticas académicas el ámbito de la investigación pura, se cierran las carreras poco rentables y se sacan del currículo las asignaturas que no estén directamente orientadas a la formación profesional. Y es que, según DeFusco, la investigación en la universidad tradicional “no produce ideas revolucionarias que cambiarían el mundo” sino “ideas que se ubican en un ámbito muy estrecho que sólo serán leídas por los amigos y gente que piensa lo mismo”. Pero DeFusco -quien es Ph. D. en Educación de la Universidad del Sur de California- espera no ser malinterpretado: en su vida como estudiante en una universidad tradicional, las clases que tomó y que no tenían ningún propósito profesional definido han estado entre las más importantes. “Reconozco su valor”, dice. “Pero en la medida en que los recursos se hacen más escasos, ¿puede todo el mundo darse el lujo de aprender más de lo que necesita aprender?”.

Tanto el documental de Frontline como los escándalos y las demandas recientes no sólo de ex alumnos insatisfechos, sino también del Estado Federal, muestran que los inversionistas de Wall Street no arriesgarían su preciado capital en un sector tan poco atractivo como la educación superior, si no estuvieran atraídos por una fuente segura de rentabilidad: el dinero público, que fluye a las universidades a través del sistema de subsidios y préstamos educativos que ofrece el Estado. Según Daniel Golden -editor de Bloomberg News y experto en el tema-, en los años noventa el mercado de las instituciones con ánimo de lucro estaba concentrado en adultos que querían mejorar su situación laboral y estaban dispuestos a pagar por ello. Sin embargo, la presión por la expansión económica que impuso la capitalización en la bolsa de valores condujo a una ampliación del mercado a través de campañas agresivas de reclutamiento de nuevos estudiantes, es decir, lo que Michael Clifford llama “marketing”. A través de intensas campañas de publicidad a menudo engañosa, de call-centers y de ejércitos de “consejeros profesionales”, las universidades con ánimo de lucro han logrado atraer a cientos de miles de jóvenes, en especial inmigrantes y miembros de grupos sociales que habían sido tradicionalmente excluidos de la formación profesional. La estrategia consiste en ofrecerles un futuro brillante y unos ingresos holgados gracias a la obtención del título, con los que los estudiantes podrán pagar los créditos educativos del Gobierno Federal. Hace diez años, el 48% de los ingresos de la Universidad de Phoenix provenía del gobierno a través de los préstamos y los subsidios a los estudiantes; en 2010, esta proporción llega al 86%. Esto hace que el negocio sea muy rentable. A comienzos de la década, “la ayuda federal a las universidades con ánimo de lucro, en subsidios y préstamos a los estudiantes, sumaba unos 4.500 millones de dólares”, explica Golden. “En 2009 llegaba a los 26.500 millones, es decir, un incremento del 600 por ciento, seis veces, en nueve años”.

De acuerdo con el senador Harkin, el 10 % del total de estudiantes matriculados en Estados Unidos están en las universidades con ánimo de lucro; sin embargo, ellas reciben el 23% de los créditos y subsidios educativos que otorga el estado. A pesar de la eficiencia en la orientación de sus recursos, la educación en estas universidades es costosa, y no sólo porque sus gerentes deben recompensar el esfuerzo de los inversionistas en el competitivo mundo de la bolsa de valores. Mientras que la Universidad de Phoenix, por ejemplo, gasta el 20% de su presupuesto en los docentes, ha invertido hasta el 25% en publicidad para atraer nuevos clientes. Estos costos se traducen, efectivamente, en los altos precios de las matrículas: una formación técnica de dos años cuesta cinco o seis veces más que en los community colleges, y una carrera de cuatro años cuesta el doble de una universidad pública. Por eso, la deuda de los estudiantes de las universidades con ánimo de lucro puede llegar a duplicar la de los de las universidades tradicionales. El documental presenta algunos casos como el de Sherry Haferkam, quien estaba buscando un programa de maestría en psicología cuando habló con un consejero profesional de la Universidad de Argosy, en Dallas. El consejero le recomendó presentarse de una vez al programa de doctorado de la Universidad, que acababa de abrirse, y que pronto obtendría la acreditación de la Asociación Norteamericana de Psicología. Sherry obtuvo el diploma de Ph. D. pero la acreditación nunca llegó, así que ahora no puede trabajar en el área con el título que ha obtenido; tiene una deuda de 100.000 dólares que no puede pagar, y ha decidido, junto a otros 17 compañeros, demandar a la universidad por fraude.

Estas situaciones se repiten sin cesar y, a juzgar por las noticias recientes, el sistema de préstamos y subsidios educativos está a punto de colapsar, como sucedió con la burbuja especulativa de la finca raíz hace un par de años. Las universidades con ánimo de lucro no pueden cumplir sus promesas por dos razones fundamentales. Por un lado, los estudiantes que son enganchados y comprometidos en préstamos estatales carecen a menudo de las competencias necesarias para sacarle provecho a la formación. Se trata en muchos casos de inmigrantes cuyos familiares jamás han ido a la universidad -y por eso tienen menos elementos de juicio para calificar la calidad de un programa académico universitario-, que han cursado un bachillerato mediocre y que, a menudo, ni siquiera hablan correctamente el inglés, pues es su segunda lengua. Por eso, muchos de ellos ni siquiera pueden obtener el título profesional: en las 16 universidades con ánimo de lucro más importantes, la tasa de deserción es del 43 %, y entre 2008 y 2010, sostiene Harkin, “aproximadamente 1 millón 900 mil estudiante abandonaron estas universidades, la mayoría de ellos sin nada más que mostrar que la deuda del crédito estudiantil.” Por otro lado, cuando obtienen el título, estos estudiantes están indefensos frente a un mercado laboral altamente competitivo y especializado, pues la formación que reciben, reducida a la adquisición de competencias básicas para desempeñar una profesión, tampoco los habilita para competir seriamente en el mercado de trabajo. Tal es el caso de Martha, Susan y Nora, tres jóvenes que obtuvieron su diploma en Enfermería en el Everest College. “Nos dijeron que [con el título] íbamos a hacer de 25 a 35 dólares por hora”, relatan en el documental. “Y que nos iban a dar puestos de trabajo porque [en la universidad] tienen muchos contactos”. Convencidas por estos argumentos, aceptaron endeudarse con el Estado por casi 30.000 dólares cada una para pagar un curso de un año. Pero en su formación nunca pusieron pie en un hospital -“Fuimos a un museo de cientología para una rotación psiquiátrica”, aclara una de ellas-. Al no tener ninguna experiencia real y no haber recibido el entrenamiento adecuado, no han podido conseguir empleo como enfermeras.

Los que pescan en este río revuelto son los inversionistas privados, quienes ni siquiera arriesgan su capital, pues las universidades reciben los subsidios federales a través de la matrícula de los estudiantes, y no tienen nada que ver con sus deudas posteriores. Los jóvenes son los que adquieren los créditos educativos directamente con el Estado, y las universidades reciben las ganancias. Así, personas que probablemente no necesitan un diploma universitario –Bloomberg ha publicado recientemente la noticia de universidades que han llegado a reclutar vagabundos para tener un mayor número de estudiantes matriculados y recibir así más recursos públicos- son conducidas al callejón sin salida de una deuda que no pueden pagar, pero tampoco pueden evitar. En efecto, los créditos educativos estatales son los más difíciles de evadir, pues entran directamente a las bases de datos federales, con todas las consecuencias que ello acarrea: interceptación de las devoluciones por impuestos, inelegibilidad para cargos públicos y otros beneficios económicos, etc.

College Inc. gira en torno a los escándalos financieros de las universidades sin ánimo de lucro en los últimos años, y sobre todo habla de las prácticas fraudulentas de absorción de estudiantes nuevos. Se trata de un asunto complejo, que es abordado por el documentalista sin sensacionalismos ni simplificaciones. Además, el portal de Frontline proporciona elementos adicionales para que quien esté interesado profundice en el tema. Junto al documental, que se puede ver en línea, el sitio web ofrece transcripciones completas de las entrevistas más importantes (de las que salen la mayoría de citas del presente comentario), así como documentos de las universidades sin ánimo de lucro que dan respuesta a algunas denuncias. Incluso hay una guía para que profesores de bachillerato hagan uso del programa, incentiven la discusión en sus cursos y apoyen la formación crítica de los jóvenes. Sin duda, esta forma de concebir el periodismo investigativo constituye un ejemplo a seguir -y no sólo por la televisión pública-, pues asume con mucha responsabilidad la función de los medios de comunicación y de las nuevas tecnologías en la formación de la opinión pública. Por otro lado, la importancia que adquiere este material en la coyuntura actual de nuestro país es innegable. Según Marc DeFusco, el sector de la educación superior con ánimo de lucro va a seguir creciendo en la medida en que el mundo laboral se haga más complejo. “Así que si no podemos crecer más aquí en los Estados Unidos, creceremos en otra parte”.

Después del anuncio del presidente Santos y su ministra de educación en el sentido de incentivar el ingreso de las universidades con ánimo de lucro en el mercado colombiano, el portal La silla vacía dedicó una pequeña sección al asunto. “¿Conviene permitir que las universidades tengan ánimo de lucro?“, le preguntaba a algunos comentaristas invitados. Curiosamente, ninguno de ellos se refirió al modelo de universidades con ánimo de lucro en los Estado Unidos o cualquier otra parte (Brasil y México, por ejemplo), y más bien expresaron generalidades sobre la privatización de la educación superior. Curiosamente, sólo un lector (y no un “experto”) se refirió a College Inc. También hubo, por supuesto, algunos comentarios provocadores: “Perdón, ¿hay alguna universidad sin ánimo de lucro?”, escribió un comentarista, y otro agregó que “no importa de qué color sea el gato, en tanto cace ratones. Si permitir que haya ánimo de lucro en las universidades estimula y garantiza que haya más de 80 instituciones de educación superior, más cupos y mejor educación a menor precio, hay que hacerlo.” Sin duda, la capacidad de convencimiento de observaciones como éstas no proviene de la solidez de la argumentación y la demostración de cierto conocimiento de lo que se está hablando, sino de su efecto retórico. Pues como lo muestran William G. Tierney y Guilbert C. Hentschke en New Players, Different Game: Understanding the Rise of For-Profit Colleges and Universities (2004), el apoyo explícito del Estado al modelo educativo con ánimo de lucro en las últimas décadas ha implicado la transformación más importante de la educación superior en los Estados Unidos desde la década de 1920, y no constituye simplemente un aumento de personas con acceso a la educación superior. Uno no puede pasar por alto semejante hecho y decir olímpicamente que “todas las universidades tienen ánimo de lucro”, creyendo que al hacerlo, se descubre una gran verdad que todo mundo ignora.

El nudo de la cuestión no se encuentra en que todas las universidades busquen generar recursos e incluso producir alguna ganancia, sino en que la diferencia fundamental entre las universidades tradicionales, tanto públicas como privadas, y las universidades con ánimo de lucro, se encuentra en el modelo que define sus metas académicas y administrativas. Según Tierney y Hentschke, las universidades tradicionales tienen como meta la maximización de la calidad académica y profesional -que se mide de diversos modos- a partir de las limitaciones que impone la capacidad física y financiera de la institución. Las universidades con ánimo de lucro, en cambio, buscan el mayor crecimiento posible -pues de él dependen sus ingresos y sus ganancias-, a partir de las limitaciones que imponen las exigencias de calidad. Para lograr sus metas, estas últimas no sólo recurren a tácticas agresivas de publicidad o, por lo menos, a formas engañosas de reclutamiento de nuevos estudiantes, sino que también definen de un modo completamente diferente la función del conocimiento en la sociedad. Lo que las universidades con ánimo de lucro le ofrecen a sus estudiantes no es un conocimiento teórico, abstracto y lógico, sino uno práctico, concreto e intuitivo, cuya única función es la de servir como medio para lograr objetivos determinados. Por eso, en principio, el modelo con ánimo de lucro está dirigido a sectores del mercado que, por su situación social y económica, no pueden acceder a la educación universitaria tradicional -aunque las universidades con ánimo de lucro les hagan creer que esta limitación es superable por el simple hecho de ingresar a una de ellas-: migrantes, negros pobres, personas sin verdaderas competencias de lectura y escritura, trabajadores técnicos y tecnólogos sin muchos recursos. En este sentido, las universidades con ánimo de lucro no representan una verdadera competencia, en términos del sector del mercado que atienden, para la educación universitaria tradicional.

Sin embargo, el problema del desarrollo del modelo con ánimo de lucro se encuentra en lo que Nicholas Burbules, profesor de Educación en la Universidad de Illinois, describe en el documental de Frontline como la “fast-foodización” progresiva de la educación, el hecho de que “un costo bajo, la conveniencia y la facilidad para obtener un título se conviertan en valores en sí mismos, en posible detrimento de aquellas cosas que sólo pueden conquistarse despacio y en un período largo de tiempo”. Barack Obama anunció en su discurso de posesión presidencial que “todo estadounidense necesita obtener algo más que un diploma de bachillerato, y en 2020, los Estados Unidos tendrán de nuevo la mayor cantidad de graduados en instituciones universitarias del mundo”. Martin Smith, el reportero de Frontline comenta acertadamente: “Parece que si el presidente quiere que más americanos vuelvan a la escuela, va a necesitar al sector con ánimo de lucro”. Pero el costo social y económico de aumentar el número de personas con diploma, sin cerrar la brecha económica y cultural que separa cada vez más a las élites económicas e intelectuales de las clases medias y bajas, es quizás demasiado alto, y merece ser analizado. A la larga, las universidades con ánimo de lucro en los Estados Unidos se han convertido en corporaciones poderosas que invierten cada vez más en grupos de presión para lograr una legislación favorable en el congreso. Como afirma Dan Golden, actualmente estas instituciones juegan con las cartas a su favor, pues “casi están llegando al punto de ser demasiado grandes para caerse. [Si llegasen a ser intervenidas,] habría demasiados estudiantes perjudicados, lanzados a la calle y sin un lugar adónde ir”. De hecho, como lo muestra el testimonio de Harris Miller, uno de los coordinadores de los grupos de presión de las instituciones con ánimo de lucro, entre los directores de estas corporaciones hay una tendencia a sugerir que sea el Estado el que asuma las pérdidas de esta nueva burbuja financiera, perdonando las deudas de quien no las puede pagar, y no las universidades, que fueron las que atrajeron a sus estudiantes con medios engañosos y les ofrecieron una educación insuficiente a altos costos.

Gracias a la combinación de inversiones en publicidad y presión política, las entidades con ánimo de lucro en los Estados Unidos logran absorber cada vez más recursos públicos, recursos que ya no son invertidos en educación e investigación de calidad en las universidades públicas y privadas tradicionales, y fluyen en cambio hacia las arcas de inversionistas, gracias a las falsas esperanzas que les ofrecen a las personas socialmente excluidas del sistema de educación superior. El argumento de los defensores del modelo con ánimo de lucro es, así, populista, pues apela al elitismo de las universidades tradicionales, sin enfrentar en serio las verdaderas causas de la exclusión social. “El setenta y cinco por ciento de los estadounidenses no tiene un diploma universitario”, dice Marc DeFusco. “Por eso, si el señor Obama tiene razón y los americanos necesitan más educación, la cuestión es, entonces, cómo convencer a gente que no sabe nada de la educación de que ella es importante”. La importancia de la que habla DeFusco, sin embargo, es relativa, como él mismo lo admite. “¿A qué universidad le gustaría enviar a sus hijos?”, le pregunta en cierto momento el periodista de Frontline. El exdirector de la Universidad de Phoenix, el defensor del modelo con ánimo de lucro, responde sin dudarlo: “Espero que vayan a una [universidad] de élite [….] Y voy a explicarle por qué: porque todavía hay un sistema interesante de selección en este país. […] Creo que los americanos piensan que graduarse en [una universidad de] la Ivy League es significativo, y graduarse en la universidad estatal local tiene otro sentido. Y yo quiero que mis hijos también tengan ventajas. […] [Además,] quiero que mis hijos estén sobre-educados, que aprendan cosas que no necesitan. Creo que es un lujo y es un privilegio que tenemos en este país desde hace muchos años”.

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