Argentina: la hora del delirio

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Los llamados libertarios exigen unas prerrogativas que arrasan con la libertad y los derechos colectivos. El choque es, por tanto, ineludible y la hora demanda salir a la defensa resuelta del interés colectivo. Este, para poder apuntalarse, necesita de un Estado en manos de las mayorías trabajadoras, organizadas políticamente; un Estado con fuertes empresas públicas, para que no sea sujeto al chantaje de los financistas ni de las más poderosas.

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Por Alfonso Hernández

El pasado domingo 10 de diciembre, asumió Javier Milei el cargo de presidente de la República Argentina; la fecha coincide con los cuarenta años del fin de las dictaduras militares, con cuatro décadas continuas de gobiernos elegidos democráticamente. ¡Qué ironía!: se celebran en medio de la ira, el abatimiento económico y la pobreza, y erigiendo un mandato cuyos máximos líderes han prometido arrasar todo lo existente y no han disimulado, especialmente la señora vicepresidente, Victoria Villarruel, su simpatía con las tiranías castrenses del país austral. 

La bronca antisistema creciente se afinca en razones poderosas: el PIB está estancado; la inflación superó el 142% anual, tasa que destruye ingresos de salarios y pensiones; cuatro de cada diez argentinos viven en la pobreza; cerca del 10%, en la indigencia. La deuda pública se acerca al 80% del PIB, el doble de cuando Mauricio Macri ocupó la presidencia. La concentración de la riqueza es apabullante: en 2021, el 10% de la población concentró el 58% de la riqueza total de hogares. De las 16 familias más opulentas, 12 tienen empresas en paraísos fiscales, de tal manera que ocultan sus fortunas y evaden impuestos. Entre 2015 y 2019, durante la presidencia de Mauricio Macri, se fugaron más de 86 mil millones de dólares, el doble de la deuda contraída con el Fondo Monetario Internacional, FMI. Las tasas de interés sobrepasan el 100%. Como consecuencia, el peronismo, que, en sus diversos matices, ha gobernado durante 27 de los cuarenta años, se ha desplomado, al igual que otras agrupaciones políticas tradicionales. Mientras tanto, la gente de Macri vuelve al poder de la mano del nuevo gobernante.

En medio de la debacle surge un personaje funambulesco: Javier Milei, de cuyo triunfo el escritor Martín Caparrós afirmó: “El país ha terminado de demostrar que es, ahora, un país desesperado, porque hay que estar desesperado para votar a un señor que dio tantas muestras de su desequilibrio y su ignorancia”. El estilo político de Milei consiste en ser agresivo, limitado, insultar y amenazar, todo lo cual es tomado como signos de “autenticidad”, dice el columnista de El País. Catorce millones y medio de argentinos decidieron que los condujera “ese personaje pequeño y caricaturesco sin más recursos que dos o tres eslóganes, unos cuantos gritos”.

Sus adefesios no se limitaron a esto. Dijo haber recurrido a su médium, Celia Melamed, para intentar contactar con su perro Conan, fallecido en 2017, comunicación en la que el can le pronosticó que sería presidente de Argentina. Llevando a los extremos su devoción por el mercado, se declaró partidario de la venta de órganos: “La venta de órganos es un mercado más. ¿Por qué no puedo decidir sobre mi cuerpo?” Con respecto a la de niños, no quiso descartarla, solo señaló que no es lo que está discutiendo en este momento la sociedad argentina. Como se puede ver, el pensamiento de Milei está habitado por una sola idea, un solo “principio”, una sola “moral”: el mercado, el derecho de comprar y vender; “la libertad que avanza”, como se denomina su agrupación política, consiste en la compraventa. Semejante libertad no puede ser otra que la del acaudalado, quien está en condiciones de adquirir o no adquirir, vender o no, ya que el desposeído carece de lo esencial para ejercerla: el dinero. Solo actúa arrastrado por la necesidad de subastar su fuerza de trabajo o los órganos de su cuerpo. Para la estrecha concepción burguesa de Milei las relaciones entre los seres humanos se limitan a ese acto en el cual alguien aprovecha una ganga que ofrece quien se ve precisado a feriar el pellejo. 

Destaca Caparrós que la propuesta de Milei fue simple: hay que romper todo, y yo lo puedo hacer, porque soy el León. Blandió una motosierra como símbolo de su decisión de trocear el Estado, eliminar ministerios, despedir empleados, reducir la inflación provocando la parálisis económica, lanzar a millones al paro, reformar la legislación laboral para envilecer hasta el colmo el precio de la mano de obra, arrojar a la ruina a una gran parte de los productores, al hambre a millones para, al final de la hecatombe, garantizarles a los prestamistas sus rentabilidades y a los conglomerados, utilidades abultadas. Prometió que los programas de ajuste del FMI serían cosa modesta frente al que se producirá bajo su tutela: inflación desbocada, destacándose las alzas de tres o más cifras de los servicios, los alimentos y los combustibles, que, sin los subsidios estatales, privarán a masas enteras de lo más esencial. También prometió acabar el banco central, dolarizar la economía y reducir los impuestos. En pocas palabras, Milei busca reeditar gobiernos como el de Menem y el de Macri, tan funestos para el país austral.  

No obstante los anuncios de arrasamiento, obtuvo catorce millones y medio de votos. En parte, porque se presentó como enemigo de la casta política, como un outsider, alguien concebido sin pecado, con los pergaminos de no haber hecho nada, ni bueno ni malo. Proyectó una imagen de rebelde, de anarcocapitalista, que atrajo a muchos jóvenes, llenos de indignación justificada, pero aturdida; alardeó de su procacidad, como si fuera un rasgo de sintonía con el pueblo, de su histrionismo y de su peinado excéntrico, todo lo cual cautivó a los insumisos epidérmicos. Vendió, así, la pócima de la felicidad y acudió a las emociones más primarias, peculiaridad de esta ultra derecha que pulula en varios países, que acude al estigma y a la repetición de eslóganes efectistas; que evita el análisis, el uso de la razón, pues esta sería el escalpelo para desentrañar los artificios tan burdamente montados. La victoria de Milei es el triunfo de la amígdala cerebral, centro de las emociones, sobre el lóbulo prefrontal del cerebro, núcleo principal del pensamiento racional. Es la apoteosis de una política que requiere unas masas infantilizadas, emocionales y, por ende, manipulables cual adolescentes. 

Detrás de todo ello pretende ocultarse la obsecuencia con las multinacionales y los grandes bancos. Las relaciones de Milei con el gran capital son de vieja data. Fue economista principal en Máxima AFJP, fondo de pensiones, de Estudio Broda, especie de think tank financiero, y también fue asesor gubernamental en el Centro Internacional para la Resolución de Disputas de Inversiones. En 2021comenzó su carrera política con la calidad de diputado nacional por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, cargo que desempeñó sin brillo ni actividad digna de mencionar. Trabajó también en la Corporación América, conglomerado con negocios en tecnología, servicios, infraestructura, agricultura y aeropuertos, de los cuales tiene en concesión 33 en Argentina. Corporación América opera en Europa —Italia y Armenia— Latinoamérica —Uruguay, Brasil y Ecuador— y Asia. 

También fueron empleados de Corporación América Nicolás Posse, —nombrado jefe de Gabinete, quien se desempeñó como gerente general de la Unidad de Negocios Sur de Aeropuertos de Argentina 2000, parte de conglomerado de propiedad de Eduardo Eurnekian— el ministro del Interior, Guillermo Francos y el de Justicia, Mariano Cúneo Libarona. El presidente y tres de los ministros de su gabinete de nueve han sido súbditos de Eduardo Eurnekian, de Corporación América. Ya se sabe a quien se le van a conceder los negocios de obras públicas y otros. 

Luis Caputo, ministro de Economía de Milei fue secretario y ministro de Finanzas del gobierno de Macri y director del Banco Central, en cuyo cargo vendió reservas por más de cuatro mil millones de dólares a inversionistas deseosos de zafarse de la crisis de 2018. Caputo fue jefe de mercados emergentes de JP Morgan Chase y del Deutsche Bank. Enfrenta procesos por eludir impuestos en paraísos fiscales y por el manejo que hizo del crédito del FMI.  

La canciller, Diana Mondino ha tenido también lazos con el gran capital, fue miembro de la junta directiva de la cementera Loma Negra, y de Pampa Energía. Se desempeñó como directora para Latinoamérica de la calificadora de riesgo Standard & Poor’s. Por su parte, Mariano Cúneo Libarona, ministro de Justicia, encargado de garantizar que el “poder judicial sea absolutamente independiente” ha estado preso en dos ocasiones, en 2002, por corrupción y en 2013 por lavado de dinero. Los grandes bancos de Wall Street y conglomerados gigantes, como Corporación América, son, pues, los dueños del gobierno libertario. Con razón, el mandatario dice que el ajuste no lo pagará el sector privado. 

A pesar de que había despotricado contra la clase política y había dicho que los derribaría a todos, después de la primera vuelta se alió con Patricia Bullrich y con Mauricio Macri, tal vez el responsable principal de la crisis que Milei promete superar mediante el pavoroso ajuste. De tal manera que derribó a la clase política entronizándola. 

En la última etapa de la campaña se dedicó, con desvergüenza, a desmentirse a sí mismo, a negar lo que había afirmado por doquier y con ahínco. No es extraño, pues es propia del demagogo la irresponsabilidad con la palabra. 

Pero, más allá de los desarrollos electorales de Argentina, es interesante atender a las causas de la llamada crisis de las democracias y del surgimiento de la ultraderecha. En la opinión de este columnista, las vicisitudes de la democracia burguesa encuentran su causa precisamente en las manipulaciones que de ella hacen los potentados, quienes ponen a su servicio todas las instituciones del Estado. Sabotean las leyes que no les convienen, tuercen los proyectos favorables a la colectividad e imponen aquellos que les resultan redituables. El resultado es que las grandes mayorías terminan defraudadas, y reaccionan contra esa democracia que de tan mala manera las vapulea. 

La solución que les ofrece la ultraderecha es hacer aún más brutal ese dominio del capital sobre la sociedad, desregulando y dando plena libertad a los adinerados. El gran capital, ante los tremores sociales, acusa al político burgués del desmadre e improvisa como salvadores a líderes “incontaminados” de actividad política, para derribar a la vieja casta que le ha servido durante largos periodos. Promueve, entonces, la sublevación contra sus propios cipayos. Su consigna es que todo cambie para que todo siga igual.

Diferentes intelectuales han venido analizando los orígenes y los rasgos característicos de esta revuelta de derecha. Marc Lazar, profesor de Sciences Po de Paris y en la universidad Luiss de Roma, sostiene que hay tres crisis: La primera es de la democracia representativa. “Hay una desconfianza y un rechazo de la clase política y las instituciones, y la sensación de que los responsables políticos están alejados de las preocupaciones de la población”. Algo muy comprensible en la medida en que el abismo entre los que tienen todo y los que no tienen nada se ahonda; la gente no puede menos que sentir que los partidos y las instituciones políticas trabajan por encargo de los magnates y contra las mayorías. Es lo que explica esta crisis. 

La segunda crisis es social. No son solo las desigualdades. También “la sensación, en una parte de la sociedad, de que no se la toma en consideración”, dice el historiador.  Hecho patente, puesto que sea cual sea quien resulte elegido, las orientaciones que se llevan a cabo son, grosso modo, en provecho de los mismos intereses. 

La tercera crisis es cultural y tiene que ver con la identidad: “¿Uno es francés? ¿O europeo? ¿Neerlandés o europeo?” A esto, Lazar añade la inmigración: “El pluralismo cultural y religioso y los atentados islamistas provocan miedos e inquietudes que los populistas de derechas instrumentalizan”. (Marc Bassets). 

Por su parte, Daniel Innerarity aborda el tema de la libertad. Observó en su pueblo, en Navarra, que “los conservadores, los más pudientes, eran más reacios a ponerse la mascarilla, a dejar de ir al bar, a enclaustrarse en la casa como les obligaban las autoridades. Los de izquierda parecían más obedientes, más proclives a acatar las órdenes, a protegerse sin rechistar como les pedían. No es una cuestión de carácter, viene a decir el filósofo. De lo que se trata, explicará, es de que los que no tienen seguro médico, los que gozan de peor salud por sus condiciones socioeconómicas, tienden a protegerse, a aceptar un bienestar colectivo. El resto, quienes sienten que lo básico está satisfecho en su vida, demandan ciertas libertades individuales.

También lo demuestra la actitud del expresidente español José María Aznar a la campaña contra los accidentes de tráfico que redujo el nivel de alcohol que se podía consumir antes de conducir un vehículo: “¿Quién ha dicho las copas de vino que yo tengo o no que beber?”

“La libertad de la derecha es la no interferencia, la de la izquierda, la ausencia de dominación. No es lo mismo”, dirá Innerarity… “Para algunos la libertad depende de la provisión de bienes colectivos, algo que para los otros representa muy poco”. “La fuerza del bien y el mal comunes es más poderosa que la protección individualista”. Este es el quid del asunto: los llamados libertarios exigen unas prerrogativas que arrasan con la libertad y los derechos colectivos. Y cuanto más abultada la cuenta bancaria, tanto más desmedidas las exigencias del individuo. El choque es, por tanto, ineludible y la hora demanda salir a la defensa resuelta del interés colectivo. Este, para poder apuntalarse, necesita de un Estado en manos de las mayorías trabajadoras, organizadas políticamente; un Estado con fuertes empresas públicas, para que no sea sujeto al chantaje de los financistas ni de las más poderosas. La tragedia y el delirio argentinos nos ofrecen valiosas lecciones.  

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