Ahora vienen por la tierra de los granjeros e indígenas

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Por Graciela Peña

Cuando se enarboló la consigna de la tierra es para el que la trabaja  y se llamó a “desalambrar” se pensaba en hacer justicia con  aquellos que con el sudor de su frente y la fuerza de sus manos  arrancan el alimento, pero son esclavos del propietario de la tierra. Hoy, a esa situación se suma otro despojo, pues grandes compañías multinacionales y gobiernos que quieren convertir su “inseguridad alimentaria” en jugoso negocio, están llegando, cual buitres, a  comprar o arrendar tierras fértiles cerca de suministros de agua, en las zonas más pobres del planeta, para producir sus alimentos a bajo costo.

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Por Graciela Peña

Cuando se enarboló la consigna de la tierra es para el que la trabaja  y se llamó a “desalambrar” se pensaba en hacer justicia con  aquellos que con el sudor de su frente y la fuerza de sus manos  arrancan el alimento, pero son esclavos del propietario de la tierra. Hoy, a esa situación se suma otro despojo, pues grandes compañías multinacionales y gobiernos que quieren convertir su “inseguridad alimentaria” en jugoso negocio, están llegando, cual buitres, a  comprar o arrendar tierras fértiles cerca de suministros de agua, en las zonas más pobres del planeta, para producir sus alimentos a bajo costo.

Sin desconocer que el proceso de apropiación de las tierras empezó con la colonización, las grandes crisis mundiales de los dos últimos años -la alimentaria y la financiera- han despertado, en varios países que tienen suficiente dinero y en los especuladores que buscan afanosamente nuevas fuentes de enriquecimiento, el más voraz apetito por hacerse a sitios dónde producir lo que necesitan para su sustento, para combustible o simplemente por ser un activo estratégico muy promisorio, “el truco aquí es no solamente cosechar cultivos sino cosechar dinero”, dijo, en septiembre de 2008, Mikhail Orlov, fundador de Black Earth Farming y ex gerente de capitales privados de Carlyle e Invesco.

Aunque muy bien aprovechado el simbolismo del regreso al hogar humilde, la gira de Obama por el continente africano no fue más que una demostración de la puja por hacerse a los grandes recursos, especialmente petroleros, de estos países que han venido estableciendo convenios y realizando negocios con el gobierno chino. Las palabras de su Secretaria de Estado, quien lo siguiera para concretar los planes demagógicamente enunciados así lo demuestran: “Creemos en la promesa de África, estamos comprometidos con su futuro y seremos socios del pueblo africano (…) África rebosa de oportunidades, algunas a la espera de ser aprovechadas conjuntamente.” (Octavo Foro de Acta de Oportunidades y Crecimiento Africano).

Los dos países que se mencionan más en los medios de comunicación como compradores de tierras son China y Arabia Saudita sin embargo, la lista es muy extensa. Grain, una ONG que promueve el uso sostenible de la biodiversidad agrícola, brinda un panorama detallado de quiénes buscan tierra, dónde, con qué fines y por cuánto dinero http:www.grain.org/briefings/?id=214. El número de casos de apropiación de tierras para la producción de alimentos en el exterior, que esta organización denunció, asciende a más de cien  y entre ellas está la Daewoo que pretendía comprar más de un millón de hectáreas en la isla de Madagascar para sembrar maíz para biocombustibles y otros cultivos. Esto suscitó enérgicas protestas del pueblo que  determinaron el cambio de presidente y aunque el actual, en apariencia, vetó a la compañía ya hay evidencias de estar adelantando el acuerdo de manera velada.

Toda suerte de alianzas y fusiones se están realizando para formar inmensos monopolios con el propósito de controlar todas las etapas del proceso que lleve a excluir a los intermediarios o a quebrar a la competencia pero, lo que es peor, a despojar a indígenas y granjeros de sus propiedades. No es extraño ver, entonces, que el Deutsche Bank y el Goldman Sachs estén controlando la industria cárnica China o que la empresa BlackRock, reconocida administradora de dinero, compre tierras en varias partes del mundo por un valor de 30 millones de dólares. La transnacional Benetton ha comprado 900 mil hectáreas en Argentina y la Federación Agraria de ese país denunció que el 10% del territorio nacional está en manos de empresas extranjeras -norteamericanas, chilenas y europeas-, las cuales han sido adquiridas a muy bajos precios. Ellos saben que el negocio ahora está ahí: los gobiernos de los países pobres se dejan “persuadir” fácilmente por “los inversionistas” extranjeros; cada vez se necesitan más alimentos pues la población aumenta y los suelos están cansados y se vuelven infértiles; la tierra aún es barata pero no es ilimitada y eventualmente se pueden encontrar verdaderas gangas como en Sudán, donde el gobierno está “arrendando tierras hasta por 99 años a precios muy bajos, si no gratuitamente”, según Grain.

Aunque las investigaciones realizadas por varias ONG y la misma Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, dan cuenta de esta proliferación desenfrenada de adquisición de tierras para la producción de alimentos o biocombustibles en el extranjero, reconocen que este trabajo no ha sido sencillo pues estas operaciones están encubiertas con tratados de cooperación en los cuales, por ejemplo, se cambian alimentos por petróleo y gas, o por infraestructura, puestos de trabajo  y capacitación o, como en el caso de los países con tradición islámica, se ofrece ayuda a los pobres  para poner en práctica su   doctrina de que hay que compartir con los que tienen menos o sea, en su caso, parte de los alimentos que producen en suelo extranjero. Cualquier pretexto o doctrina son buenos para justificar el apropiarse de los mejores terrenos del mundo.

China, por su lado, ha realizado en los últimos años alrededor de una treintena de acuerdos de “cooperación agrícola”, en los que ofrece enseñar a cultivar el arroz a su manera, con tal de meter baza en el ingente negocio.

Otros actúan de manera más directa. Es el caso del presidente peruano, Alan García, quien, a mediados del presente año, se vio obligado a suspender la entrega de tierras vírgenes a las transnacionales como parte del Tratado de Libre Comercio entre Lima y Washington para la prospección y explotación de petróleo y minerales en la Amazonía, debido a las fuertes protestas de los indígenas, movilizaciones en las que el gobierno asesinó más de cuarenta de ellos.

Los gobiernos, por su parte, preparan el terreno mediante los muy conocidos tratados de libre comercio, que brindan exenciones tributarias, permiten el libre movimiento de capitales y toda suerte de malabarismos para darle marco jurídico al pillaje. Las consecuencias de esta política neocolonialista no son difíciles de predecir:

  • se arrasará a los pequeños propietarios y habrá más desplazados hacia  los centros urbanos;
  • se proletarizarán los campesinos;
  • las comunidades indígenas y los agricultores se verán seriamente amenazados;
  • se perderá la soberanía alimentaria ya que los agricultores y las comunidades locales no tendrán acceso a la tierra;
  • se generará mayor pobreza, pérdida de  la biodiversidad y degradación del medio ambiente por el uso irresponsable de pesticidas y herbicidas;
  • se crearán muy pocos empleos;
  • los países vendedores no podrán garantizar los alimentos de su población. Verán zarpar los barcos cargados de comida para cruzar los océanos e ir a alimentar a los que tienen dinero;
  • se perderá la soberanía nacional pues ¿cómo se puede mandar sobre  una propiedad ajena?
  • se generalizará el colonialismo.

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