Rabietas y piruetas del candidato Presidente

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Por Alfonso Hernández
Una vez negociado el reparto del botín burocrático, la Comisión Primera del Senado aprobó por mayoría —conformada por uribistas y conservadores— el proyecto de reforma constitucional que busca abrirle paso a la reelección de Uribe. Éste, proclamado adalid de la lucha contra el clientelismo y la politiquería, no tuvo empacho alguno, luego de que la bancada goda ventilara en público sus apetencias, en ofrecerle como pago la Vicepresidencia, algunas carteras, los organismos de control o numerosos cargos diplomáticos.

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Por Alfonso Hernández
Una vez negociado el reparto del botín burocrático, la Comisión Primera del Senado aprobó por mayoría —conformada por uribistas y conservadores— el proyecto de reforma constitucional que busca abrirle paso a la reelección de Uribe. Éste, proclamado adalid de la lucha contra el clientelismo y la politiquería, no tuvo empacho alguno, luego de que la bancada goda ventilara en público sus apetencias, en ofrecerle como pago la Vicepresidencia, algunas carteras, los organismos de control o numerosos cargos diplomáticos.

Ya el pasado 20 de abril, Álvaro Uribe había estallado en un ataque de ira con el que desnudó, no sus apetitos reeleccionistas, pues de todos eran conocidos, sino el ánimo turbulento con el que pretende imponerlos. Contra el consejo de sus asesores, entró en pendencia radial con un senador, quien con datos a la mano, demostraba cómo el gobernante viene comprando el apoyo político de los congresistas; entabló camorra con un expresidente, compañero de sus andanzas, al que acusó del grave delito de no apoyarlo de manera inmediata e incondicional. Con el argumento aprendido del embajador gringo en Colombia, clamó que si Manuel Marulanda ha estado guerrilleando durante 40 años, él, el jefe de la seguridad democrática, el dragoneante de la guerra contra el terrorismo, tiene derecho a mangonear, mangonear y mangonear en este país durante un lapso por lo menos igual.

A lo largo de interminables meses, el aspirante había tratado de controlarse, de mostrarse indiferente, casi desdeñoso, y de urdir, por interpuestas personas, la trama con la que pretende coronarse como mandatario vitalicio de la martirizada Colombia. Primero, ordenó a la embajadora en España que propusiera la reelección; luego, instruyó a uno de sus asesores para que declarara a Álvaro Uribe Vélez como el único posible Salvador del país y para que repartiera palos a todos los que aspiren o se sospeche que alberguen alguna aspiración a la Presidencia. Mientras tanto, el postulante afirmaba que la única prolongación de su periodo derivaría de su trabajo de día y de noche. Enseguida, dio a entender que no estaba interesado, pero que le preocupaba dejar a su querida patria en otras manos no tan firmes y puras como las de él. Después, envió a la tropilla de grupos uribistas a proponer la enmienda constitucional necesaria y dispuso que el ministro del Interior confirmara las ambiciones reeleccionistas. Por último, hizo las transacciones ya mencionadas con los conservadores. Este repaso nos hace pensar: “Qué presidente tan mañoso; ha debido decirlo de una vez”. Como sea, tanta maniobra, tantos disimulos produjeron la crisis nerviosa de Uribe.

Además, adelantando la semana de pasión, peregrinó para pedir a su Señor que le permitiera cumplir su deseo a cambio del cual prometió mantenerse y mantener el país arrodillado durante todos los periodos a su cargo. Nuestro prohombre estuvo en el Templo del Señor Caído, no el de Girardota, Antioquia; en el de El Señor del Perdón, no el de la iglesia San Agustín, y en el del Humilladero, pero no el de Pamplona, sino todos ellos, sus santuarios, que están en la Casa Blanca y en los departamentos de Defensa y de Estado, en Washington. Allí consiguió permiso para aplazar algunas de las más impopulares reformas, mientras saca adelante el fujimorazo.

Su lenguaje en Estados Unidos no fue belicoso sino rendido. Cuando la prensa le preguntó qué pensaba sobre la posibilidad de que Estados Unidos aumentara el personal militar en Colombia, Uribe, el encargado de la guarda de la soberanía nacional, el que cotidianamente blasona de patriota, respondió: “Ellos han considerado autónomamente que requieren aumentar el personal de asistencia. Colombia lo ve bien y sin ninguna preocupación. Lo que necesitamos es buena y más ayuda”, y agregó: “Son ellos los que definen la relación entre la asistencia que nos dan y el personal humano que se requiere (para llevarla a cabo)”. Es decir, la magnitud de tropas extranjeras que puede permanecer en territorio colombiano no es asunto nuestro, sino del gobierno estadounidense.

Hoy es claro para todo aquel que tenga ojos y quiera ver que tanto consejo comunitario, tanto regaño público a numerosos funcionarios, tanta declaración arrebatada de honradez y abnegación, son meros actos electorales de quien, al asumir el mando, el 7 de agosto de 2002, en vez de poner punto final a los actos comiciales, los redobló gastando en ellos el erario y movilizando a la burocracia del Estado. Quién lo creyera, el ponente de la Ley 100, que convirtió la salud y la seguridad social en un negocio turbio, desgarrándose las vestiduras por los robos cometidos por algunas ARS; quien propende al establecimiento de un régimen en el que la detención masiva, los allanamientos e interceptaciones y la negación de derechos y garantías sean de diaria ocurrencia, doliéndose de que se acribille a campesinos inermes. De nuevo, como en la campaña por el referendo, otro acto de la misma comedia, el candidato Presidente desnuda toda su belicosidad, sus ansias de imponer, contra todo y contra todos, su voluntarismo cerril. De nuevo, como con el referendo, el pueblo ha de dar al traste con los apetitos reeleccionistas y dictatoriales de Álvaro Uribe.

Mayo 3 de 2004

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