Dos contendientes, una política

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Por Alfonso Hernández
El país considerado el modelo de la democracia adelanta un nuevo proceso electoral que definirá, en noviembre próximo, quién será el mandatario de Estados Unidos durante los cuatro años venideros. La prensa informa que la opinión se polariza cada día alrededor de las dos únicas posibles alternativas: George W. Bush y John Kerry, en cuyo proselitismo se invierten miles de millones de dólares.

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Las elecciones en Estados Unidos

Por Alfonso Hernández
El país considerado el modelo de la democracia adelanta un nuevo proceso electoral que definirá, en noviembre próximo, quién será el mandatario de Estados Unidos durante los cuatro años venideros. La prensa informa que la opinión se polariza cada día alrededor de las dos únicas posibles alternativas: George W. Bush y John Kerry, en cuyo proselitismo se invierten miles de millones de dólares.

El actual Presidente, autodefinido como conservador compasivo, adelanta una política económica interna consistente en subvencionar a los potentados, para lo cual otorga enormes subsidios a sectores como el agrícola, farmacéutico, energético. Además, ha reembolsado y disminuido los tributos, principalmente los relacionados con la herencia y las ganancias de capital, a tal punto que logró convertir el superávit fiscal de 2001 en un enorme déficit que ya alcanzó la cifra de $520 mil millones de dólares, más del 4,5% del PIB. Este hueco habrá de cubrirse con la mengua de los recursos destinados a atender la deserción escolar, los prisioneros analfabetas, los auxilios a los desempleados y otros 63 programas de esta índole.

Habla de la necesidad de impulsar la economía y de equiparla para que compita en el mercado mundial mediante rebajas adicionales de impuestos al capital —que en diez años alcanzarán la fabulosa cifra de 1,24 billones de dólares— y la eliminación de otras obligaciones legales y de comercio. A la postre, será ineludible el aumento de la carga tributaria a los sectores pobres y medios para compensar estas larguezas.

Bush, decidido partidario del libre mercado, pone en práctica su fe exigiendo que se derriben todas las barreras a la circulación del capital y las mercaderías gringas, mientras que refuerza protecciones y subsidios de todo género a los monopolios estadounidenses: así procede en la OMC, en los acuerdos bilaterales y en las negociaciones encaminadas a crear el ALCA.

Incrementó en un 7% el presupuesto del programa de fortalecimiento de la seguridad interna y, pretextando proteger a los ciudadanos estadounidenses, ha desatado la persecución contra los inmigrantes y una verdadera cacería de brujas, conducentes a acallar la oposición interna y a anular derechos legales como el de defensa.

Su programa bandera ha sido la guerra internacional contra el terrorismo, bajo cuyo emblema atacó a Afganistán e Irak, aventuras de las que esperaba salir airoso con prontitud y aclamado como salvador de la supuestamente asediada población norteamericana, que habría de apoyarlo caudalosamente para un nuevo periodo presidencial. Pero la resistencia de los pueblos agredidos, en particular del irakí, no se doblega sino que se agiganta, y el pretendido héroe se desnuda como un farsante, al establecerse que mintió al acusar a Irak de poseer armas atómicas y químicas y al no poder probar ninguna conexión entre el gobierno de Saddam Hussein y los ataques del 11 de septiembre. Finalmente, los escándalos por torturas a los presos han puesto en ridículo toda la propaganda de que los Estados Unidos habían ido a Irak a liberar al pueblo, a acabar un régimen terrorista y establecer la libertad y los derechos humanos. El equipo de halcones de Bush está ligado a los más poderosos grupos económicos y aparece en los escándalos financieros, como el de Enron, que estafó a miles de accionistas y trabajadores. Él y sus asesores tienen fama de embusteros e ignorantes, y se envanecen en confesar que no leen ni siquiera los diarios. Con razón, una editorialista del New York Times sugirió que si a los troyanos los perdió un caballo de madera, a los Estados Unidos los hundirán sus cabezas de palo. Ésta es la primera gran alternativa que la democracia ejemplar ofrece a sus electores.

El conocimiento de tantas atrocidades ha puesto en apuros crecientes a la campaña reeleccionista y hace más factible que las aspiraciones de Kerry se vean coronadas por el éxito. Éste, el gran oponente del actual mandatario, es el virtual candidato del partido Demócrata, calidad que ha alcanzado luego de derrotar a John Edwards y a Howard Dean, quienes parecían demasiado “estridentes”, excesivamente a la izquierda del moderado Kerry, personaje a quien se le considera de la misma tendencia de Clinton, partidaria del mercado y de no aferrarse a debates obsoletos sobre clases sociales o distribución de ingresos, sino que se preocupa por el crecimiento económico y la generación de empleo. Kerry y Clinton buscan el “centro político”, o el extremo centro, por lo que abogan por el recorte de las tasas de impuestos para las firmas norteamericanas. Es decir, Kerry ha tomado en préstamo parte esencial del programa de Bush.

Algunos medios lo consideran rival del libre mercado, pues su campaña se esfuerza en recoger los votos de los estados industriales como Ohio, Pennsylvania, Michigan y las Carolinas, que sufren altas tasas de desempleo atribuidas a una supuesta competencia desleal de los países pobres, en los cuales los salarios son muy inferiores. Resulta, y eso no lo dice Kerry, que los financistas han envilecido, más de lo que ya estaban, los sueldos en las naciones atrasadas para establecer en ellas los talleres de sudor o maquilas. La verdad es que éstas se instalan sobre la base del desempleo no sólo en los Estados Unidos, sino también en las naciones del Tercer Mundo, donde las políticas aperturista arruinan la agricultura y la industria locales y dejan millones de brazos cesantes. Es la forma como el gran capital hace leña del infortunio de las masas, encoge la paga al proletariado, aprovechando el ejército de reserva internacional de mano de obra, como lo llamara Carlos Marx.

Desde luego, no es cierto que Kerry sea enemigo del libre comercio: votó por el NAFTA, y los acuerdos con Chile y Singapur; sostiene que revisará todos los tratados para que no haya dumping contra los Estados Unidos en materias como el medio ambiente o las relaciones laborales. En otras palabras, apretará las clavijas a Latinoamérica, Asia o África para que no sigan jugándole sucio a tan noble potencia. Se trata, básicamente, de la misma posición del candidato republicano, que exige que los demás abran sus mercados sin reticencias, mientras que Estados Unidos blinda a sus grandes empresas contra cualquier competencia. Con respecto a los capitales que han sido exportados, Kerry propone atraerlos ofreciéndoles que pagarán sólo 10% del impuesto sobre el dinero reinvertido en casa. Con los reintegros obtenidos rebajaría los impuestos al grueso de las empresas estadounidenses, de 35% a 33%, y daría crédito a las firmas que contraten nuevos trabajadores. Éstas también son ideas tomadas del programa republicano. Promete, además, repatriar en los primeros 500 días de gobierno, unos 2 ó 3 millones de empleos que se han perdido durante el mandato de Bush, y crear más de 10 millones en todo el periodo. Si Bush propone recortar impuestos al capital por un monto de 1,24 billones en 10 años, Kerry ofrece disminuirlos en 640.000 millones. Además se presenta como campeón de la disciplina fiscal. Si va a menguar los tributos a los inversionistas y a reducir el déficit fiscal ¿quiénes pagarán las cuentas?

En materia de política internacional, el candidato demócrata anuncia que presionará a los países productores de petróleo para que aumenten el volumen de producción y reduzcan los precios. Con respecto a la guerra de agresión contra Irak, que él votó favorablemente, no quiere ser “ruidoso” en las críticas a Bush, sólo aboga por otra manera de llevarla a cabo, pues, a su juicio, el mandatario falló en maximizar la participación internacional y en minimizar el riesgo para el Tío Sam. En consecuencia, pide una mayor intervención de la ONU y de Europa en el esfuerzo bélico. Sus puntos de vista recuerdan el clamor de los actuales funcionarios republicanos, que llaman a la ONU y procuran, una vez han hecho el reparto del botín petrolero y de los contratos de reconstrucción, pasar la carga de semejante aventura a otras naciones y a un gobierno iraquí títere. Apañan las utilidades y ceden generosamente los sacrificios.

Claro, Kerry es muy distinto a Bush en varios aspectos: mientras que éste apenas chapurrea la lengua materna, aquél puede disertar en francés y en otros idiomas. El gobernante escasamente ha leído la Biblia, el aspirante demócrata conoce algunos clásicos de la literatura. Y, por encima de todo, el heredero de la doctrina Clinton tiene finas maneras de diplomático, en tanto que el Presidente acusa conductas de garitero. De ahí que los socialdemócratas de ambos lados del Atlántico estén felices: ya tienen su Tony Blair en Estados Unidos para oponérselo a Bush. Es lo propio de la democracia permitida en este reino mundial del agio; derecha e izquierda rinden sus armas e hincan la rodilla ante los grandes financistas; los límites de los derechos y libertades solo llegan hasta donde se afecten los intereses sacrosantos de las multinacionales y de la banca. Quien sobrepase estas fronteras es un “radical”, “terrorista” que puede ir a parar a Guantánamo o a Abu Ghraib. Así ocurrirá hasta cuando las huestes obreras y democráticas del mundo se sacudan del marasmo y pongan punto final a este Medioevo imperialista.

Mayo 17 de 2004

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