Criticar el entreguismo y defender la democracia: dos requisitos para el avance del movimiento estudiantil

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“El paro se levantó en el momento en que más elevado se encontraba el estado de ánimo de las masas”.

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Miles de estudiantes en toda Colombia aún mantienen con decisión el paro contra la política oficial de privatizar la enseñanza superior, de envilecer las instituciones públicas y de negar hasta los más elementales derechos a educadores y educandos. Consideran que el retiro del proyecto de de Ley 112 no colma ni de lejos sus exigencias. En Pereira y Santander muestran el repudio de regresar a las aulas mientras los claustros están ocupados por la fuerza pública; en Valle y Antioquia todavía se mantiene la resistencia; en la Distrital, los amigos de la capitulación se ven en aprietos para imponer la directriz desmovilizadora. En la Pedagógica, la asamblea decide continuar con el cese, y quienes cursan Filosofía, expresando el sentir mayoritario en Colombia, declaran sin ambages que: “Nosotros los estudiantes no iniciamos el paro esperando solamente el retiro de la reforma a la ley 30, nosotros iniciamos el paro exigiendo mejores condiciones presupuestales, mejores posibilidades de llevar con dignidad nuestra labor como maestros y estudiantes. Nosotros no estamos por migajas. Exigimos educación digna, pública y de calidad.”

Esta negativa multitudinaria a doblegarse es prueba irrefutable de que la táctica “inteligente” de los autoproclamados voceros de la MANE, que ordenaron levantar el paro contra el querer de las bases, constituyó un error garrafal. El estudiantado se había preparado para una lucha prolongada en pos de la conquista de objetivos de fondo. Coreaba que era preferible perder un semestre en la universidad que la universidad en un semestre; entonaba la consigna “ni reforma ni ley 30”, se propuso instaurar la educación gratuita y popular, científica y nacional, consagrada en una nueva ley elaborada por la propia comunidad académica. La justeza de los reclamos y la actitud resuelta ganaron el respaldo entusiasta de miles y miles de estudiantes de universidades públicas y privadas, de institutos técnicos y tecnológicos, del SENA y de secundaria. Más aún. Los más amplios sectores populares se alinearon a favor de la combativa juventud estudiosa. No se trataba meramente de solidaridad, sino que las gentes de los barrios, de los municipios, de las ciudades, de los campos, los conductores, los empleados y hasta numerosos agentes policiales sentían que los reclamos de la muchachada les eran propios. En las plazas públicas los trabajadores comentaban que los jóvenes les estaban dando ejemplo y los instaban a continuar sin desmayo. Los anhelos de salud, educación, empleo, salarios justos, vivienda, derechos democráticos encontraban en las enormes marchas una expresión, miles de voces. Otro factor que impulsaba el alza de la lucha era la coincidencia, no casual, con el trasegar de los indignados en el Viejo Continente, el de los ocupantes de Wall Street, en Estados Unidos, con las portentosas huelgas y movilizaciones del pueblo griego y de los trabajadores en Francia e Italia, de los universitarios en Londres, de los estudiantes de Chile y de otras naciones latinoamericanas. Una erupción estimula las otras, pues, todo este torrente de indocilidad tiene un enemigo común: la voracidad de la oligarquía financiera mundial, que despoja a los pueblos del pan y de la libertad.

Nada de esto fueron capaces de entender quienes se arrogaron el derecho de hablar a nombre de la MANE. No captaron la dimensión histórica de la pelea que se había empeñado. No comprendieron que la gran masa no se conformaría con impedir el empeoramiento de las cosas que representaba el proyecto 112, sino que requería mejoras palpables y fundamentales para el mundo de la enseñanza superior; que la rebeldía se originaba en causas profundas y en agravios históricos, y que las modificaciones craneadas por el régimen habían sido apenas la gota que desbordó la copa. No se preguntaron tales líderes qué pensarían las decenas o centenares de miles de estudiantes ante una retirada súbita con tan sólo un objetivo alcanzado. Para ellos, el sentir de las bases estudiantiles y populares constituyó un aspecto secundario.

Dejemos que sea uno de los estrategas de la retirada quien explique su manera de discurrir: “Los días posteriores a la MANE no se hablaba sino del paro. La discusión ya no se tornó sobre los objetivos (educación como derecho para el pueblo colombiano), sino sobre los medios (¿Por qué siguen en paro?). Santos empezó a lograr que nuestra herramienta se convirtiera en nuestro verdugo, y en ese sentido varios sectores sociales que nos apoyaban desde el atril del fervor que gestó el movimiento estudiantil comenzaron a cuestionarse ya no sobre la educación, sino sobre el paro. Muchos representantes de las élites aprovecharon para posicionar su opinión sobre lo “maravilloso del modelo de educación planteado por Santos”, mientras nosotros discutíamos sobre la forma.”

La preocupación de este dirigente se limita a los comentarios de Santos, de la prensa y de las elites, los cuales, a no dudarlo, deben ser contemplados, pero lo prioritario para trazar una táctica correcta consiste en valorar el estado de ánimo de las masas. Que pasaron por encima de este asunto cardinal, que desdeñaron ese sentir, lo demuestra el que aún no han logrado levantar el paro en muchas universidades, a pesar de que en ese propósito han contado con la colaboración de los grupos que siempre fueron adversos a esta lid, del auxilio que les prestan la insistencia del Presidente y de su ministra, la presión de los rectores, el repicar de los medios de comunicación, que con gusto indisimulado abrieron y siguen abriendo sus micrófonos, cámaras y páginas a quienes claman por la desmovilización inmediata.

Juan Manuel Santos, en cambio, sí tomó nota de la magnitud del desafío que enfrentaba. Asediado y temeroso, comprendió que le resultaba un buen negocio retirar el maltrecho proyecto de reforma, al que ya hasta el Partido de la U le había quitado el respaldo, a cambio de lograr el desmonte del paro nacional, frenar el ascenso vertiginoso de la lucha y, con ello, fomentar la desmoralización y la desbandada. El señor Santos retrocedía a ojos vistas. Primero, el miércoles 9, condicionó el retiro a la suspensión del paro; luego de la gigantesca movilización del jueves 10 prometió, lisa y llanamente, que le pediría a la Comisión sexta de la Cámara no considerarlo, y la ministra dirigió una carta a esa corporación en tal sentido. Eso sí, el mandatario tendió la trampa: expresó que él no le pondría conejo al estudiantado y que esperaba que los partidarios del paro no le pondrían conejo al gobierno. Los autoproclamados voceros de la MANE mordieron el anzuelo; hablando casi idéntico lenguaje, comenzaron a conversar acerca de la “palabra empeñada”, y se precipitaron por el despeñadero de encasillar el movimiento en la estrechez de objetivos que Santos dictó, a quien le dieron el respiro que necesitaba con urgencia.

Ya antes de que se reuniera la MANE, las conocidas como organizaciones nacionales, OCE, FEU, FUN comisiones y otro par habían determinado dar a toda costa la orden de retirada. Conocedores de que semejante retroceso táctico causaría rechazo entre el estudiantado, dichas colectividades empezaron a hacer malabarismos con el lenguaje, sostuvieron que no proponían levantar el paro sino suspenderlo, con lo que no lograron engañar a nadie. Repiten hasta el cansancio que el estudiantado obtuvo un triunfo histórico; lo dicen como una invitación a que los jóvenes se declaren satisfechos y depongan la presente pelea, no para estimularlos a mantenerse en ella, y para que dejen las tareas inconclusas, entre ellas la elaboración de la reforma, en manos del ajetreo parlamentario y concertador. Cierto, el estudiantado derrotó el proyecto oficial, pero el régimen, por motivo de la actividad de los sectores carentes de firmeza, decisión, claridad táctica y lealtad a la causa logró detener el ascenso de la lucha, hacer cundir el desánimo, aflorar la división y la desconfianza. Sin duda, entre las peores derrotas figuran aquellas en las cuales las masas quedan con la sensación de haber sido traicionadas por la dirigencia, que es lo que se manifiesta en las asambleas y en las redes sociales y es el cargo frente al cual se muestran quejosos los propios promotores del desbarajuste.

Para imponer el recule, los herederos de las tácticas de Francisco Berbeo acudieron a todo. Pisotearon la expresión de las regiones, las cuales exteriorizaron sus disensos de manera masiva en la MANE; desconocieron la facultad de la asambleas universitarias para tomar decisiones, impusieron su voluntad entreguista con el voto de los comités de aplausos, muchos de los cuales ni siquiera estuvieron en paro. Con los gritos de “unidad, unidad” acallaron las voces de quienes se manifestaron por la continuación del cese, a los cuales insultaron y agredieron repetidamente. Los mismos que para iniciar el paro se mostraron parsimoniosos e incluso renuentes, para su finalización se revelaron frenéticos.

Corrieron a los medios de comunicación a dar declaraciones, ruedas de prensa a escondidas de los centenares de asistentes a la MANE, de los cuales muchos provenientes de muy diferentes zonas del país se oponían a la premura del desmonte del movimiento y exigían la consulta previa a las asambleas. Quienes presentaban sus críticas, en aras de la unidad, reclamaban que no se hiciera pública ninguna posición hasta ventilar y encontrarles salida a las diferencias. Todo esfuerzo unitario fue vano; la consigna de la OCE, la FEU y la FUN y sus satélites consistía en cumplir la exigencia presidencial, pasando por encima de todo procedimiento democrático, de toda consideración unitaria, de cualquier evaluación serena de las fuerzas y de las condiciones. En su óptica, había que evitar, sobre todo, la consulta con las bases. Llegaron al encuentro de la MANE no a acordar una táctica, sino a imponer la que habían escogido en conciliábulo. Ellas entienden la unidad como la obediencia de los demás a sus dictados antidemocráticos y como el seguidismo a sus tácticas apaciguadoras.

El interés estribaba en facilitarle las cosas al gobierno, por tal razón se limitaron a exigir lo que éste ya había cedido o lo que podía despachar con una promesa imprecisa. El día 12 de noviembre, una declaración política que aparece firmada por la MANE, habla de tres condiciones para levantar el paro (numeral 3): el retiro efectivo del proyecto de Ley 112, el compromiso del gobierno “para formular de manera conjunta con la comunidad universitaria y de cara a la sociedad… una metodología de construcción de una reforma a la educación superior que responda a las reales exigencias de la nación colombiana.” Y que “El gobierno se comprometa con las garantías políticas y civiles para desarrollar el derecho a la protesta, la movilización y organización de los estudiantes en todos los espacios del territorio nacional.”

La respuesta oficial no se hizo esperar. La reforma sería recogida, como ya se había anunciado; el Presidente mismo estaría dispuesto a presidir la sesión en la que se estableciera el diálogo sobre la reforma; y, además, afirmó que el gobierno siempre había dado garantías a las movilizaciones, siempre y cuando no hubiera disturbios. Los ya tantas veces mencionados apaciguadores se apresuraron a manifestar su conformidad con los pronunciamientos oficiales. El día 16, a nombre de la MANE se declara: “Afirmamos nuestra compromiso de INICIAR EL PROCESO PARA LA SUSPENSION DEL PARO NACIONAL UNIVERSITARIO”. Ni siquiera condicionan el levantamiento del paro a la desmilitarización de los campus ni la libertad de los estudiantes detenidos. ¿Consideran quienes emitieron semejante documento que con el ESMAD adentro de los claustros o provocando en las puertas de ellos hay garantías para la movilización? Desoyendo la opinión de muchos no se exigió que el gobierno al menos cubriera parte del déficit presupuestal acumulado o que girara algunos puntos porcentuales para aliviar la bancarrota de las instituciones públicas; no se tuvo en cuenta la advertencia de que se desataría una masacre académica. En la práctica, cada institución quedó abandonada a su suerte, se luchó unidos para terminar con un “sálvese quien pueda.” Los estudiantes se lanzaron a conquistar la universidad de sus sueños y quienes usurparon la dirección de la MANE los obligaron a retornar sin más a la universidad de sus pesadillas: con muchos programas privatizados, sin presupuesto para funcionar el año entrante, sin cubrir las más elementales necesidades de una enseñanza de mediana calidad.

Son los frutos venenosos que deja una dirección que se desvela porque los enemigos del pueblo no la tilden de radical, dogmática, intransigente, caprichosa. Blasona de lo opuesto: de transigir, de ser prudente, dócil, en una palabra: de domesticada. Desde luego, según confiesa uno de sus principales aliados, una de las metas consiste “en llevar esos líderes a los cargos de elección popular en el parlamento colombiano-Senado y Cámara- para que ocupen allí el lugar que tienen hoy los cuestionados”. De manera que para algunos el movimiento no fue cosa distinta a la preparación de su campaña electoral, y abonaron el terreno mostrándose defensores de la causa de la educación, pero amigables y concertadores con el sistema. Al parecer, existe el interés de convertir la MANE en una organización que en vez de representar los intereses del estudiantado, sea la vocera de los designios políticos de la oposición amarilla, la que fue representada por las alcaldías de Luis E. Garzón, Samuel Moreno y Clara López.

Si bien la juventud ha sufrido un duro revés, sabemos que perseverará en la contienda. Para evitar otros descalabros ha de asimilarse la experiencia. Es necesario entender que hay reservas enormes para darle un nuevo impulso y una nueva y más consecuente orientación a este destacamento principal de las fuerzas del pueblo colombiano. Basta con mencionar la Red de Estudiantes Independientes y a quienes se identificaron como Los Estudiantes con Disenso en la MANE, que se opusieron con valor a los designios del entreguismo. Cierto que estos sectores , necesitan forjar una mayor coordinación nacional para impedir los desafueros de quienes pretenden mangonear la organización estudiantil. También se ha de comprender que es imperioso criticar franca y abiertamente las conductas antidemocráticas y las posiciones vacilantes que campearon en momento tan decisivo, y que el debate sistemático contra el oportunismo, antes que un atentado contra la unidad, es una condición para alcanzarla. No les falta razón a quienes exigen que la MANE tome las decisiones no con base en los comités de aplausos sino con los delegados elegidos por las asambleas estudiantiles. Si se desecha la contemporización con el régimen y se respeta la voluntad de las bases manifestada en las asambleas, el estudiantado logrará mayores niveles de organización y obtendrá victorias crecientes y estables.

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