Por Alfonso Hernández[*]
El río de las “aguas negras” en lengua indígena, el Casanare, da el nombre al departamento cuya economía se ha basado en las faenas del hato ganadero y la agricultura, y que hoy vive una profunda conmoción ocasionada por el auge de la actividad petrolera. El descubrimiento de dos mil millones de barriles de crudo en Cusiana y Cupiagua, de más de cinco mil gigapiés cúbicos de gas en Volcanera y la probabilidad de dar con otros ricos yacimientos en el piedemonte llanero, provocaron la codicia de las multinacionales que exploran su suelo palmo a palmo. El olvidado Territorio Nacional de ayer es actualmente objeto de jugosas transacciones en las más importantes bolsas de valores del mundo.
Por Francisco Cabrera*
Cuando Jaime Castro se preparaba en 1992 para tomar posesión de la alcaldía de Bogotá, la capital del país se encontraba frente a la más grave crisis de sus finanzas. La banca internacional había suspendido los créditos, condicionando su desembolso a un severo programa de ajuste de corte neoliberal, cuya esencia se resumía en la privatización de las empresas públicas y en mayores tributos. La ciudad llegó a un punto en el que comenzó a solicitar créditos para pagar los préstamos ya adquiridos y a utilizar dineros de los empréstitos para sufragar los gastos de funcionamiento. La insolvencia para adelantar grandes obras amenazaba con sumir a la urbe en el caos. Planeación Nacional se ocupó del asunto organizando un seminario-taller con la presencia de los pontífices del Banco Mundial y, obviamente, con la cúpula de la tecnocracia del gobierno de César Gaviria. Las memorias del mencionado evento, “Bogotá: Problemas y Soluciones”, constituyen el mejor compendio del pensamiento de la banca multilateral sobre las dificultades de la ciudad y reflejan hasta qué punto la dirigencia criolla termina calcando los análisis foráneos y repitiendo su recetario.