Como el tiempo pasa y la necesidad acosa, los millones de seres que no pueden comer tres veces al día, las comunidades sin servicios públicos, los campesinos sin tierra, los obreros que se extenúan en las fábricas por una paga precaria, las victimas de las alzas, los despojados de derechos comienzan a preguntarse si todo ha sido una quimera, o incluso, un engaño burdo. Y las consecuencias políticas se dejan sentir.
Antípoda considera necesario, por tanto, construir una fuerza política que tenga como su objetivo, no el de que los oprimidos obtengan algo de misericordia de sus opresores, sino que se yergan altivos y dispuestos a romper las cadenas.
Colombia atraviesa por una de las situaciones más críticas de su historia. El dominio que ejercen los Estados Unidos sobre el país se hace cada vez más asfixiante: el capital extranjero controla parte considerable de las minas y demás recursos naturales, la industria y el comercio, la banca y las comunicaciones. Especula a sus anchas en la bolsa de valores y con los bonos del Estado y de las empresas. Más grave aún, directamente o por medio de los organismos multilaterales, los Estados Unidos imponen las políticas económicas — lesivos tratados de inversión, comercio, manejo de la moneda, la tributación, el gasto público, etc.—.
Que los obreros y los campesinos, los pequeños y medianos industriales y agricultores nacionales, las personalidades democráticas y patrióticas, las bases sindicales y políticas de izquierda, conmovidos por la suerte que le espera a Colombia, se levanten consecuentemente contra designio imperialista y de la gran burguesía encabezada por Santos.
La indolencia de los empresarios y del Estado frente a las condiciones que prevalecen en las minas de carbón es proverbial y explica la mayoría de estas desgracias, por lo general anunciadas: “Tres días antes de la explosión hubo una alta temperatura de metano y nosotros monitoreamos y evacuamos.
La ruina que provoca el invierno no es de ayer, y si hoy se evidencia como una catástrofe nacional es porque a las clases dirigentes no les ha interesado dar soluciones estructurales al problema, siempre han actuado de manera coyuntural e improvisada.
La llamada ola verde resultó, en buena medida, espuma, y su candidato, el profesor Mockus, demostró una curiosa capacidad para espantar seguidores con sus planteamientos en cada aparición pública. Todo indica que el 20 de junio se ratificarán los resultados de la primera vuelta. Sobre las firmas encuestadoras quedaron grandes interrogantes y hacia el futuro será muy difícil volver a creer en la seriedad de la que se ufanan.
En el colmo del cinismo Santos pregona que no cesará en la defensa de las políticas de derechos humanos y que hará un “ejercicio moral del poder”. Promesa que más parece una humorada de mal gusto dadas sus ejecutorias, citadas aquí apenas por encima.
En la presente contienda, por primera vez, Mockus representa a un partido político. Cuando él, Peñalosa y Garzón se juntaron lo hicieron porque estaban identificados pues la política que habían desarrollado desde la alcaldía de Bogotá durante 13 años había sido una sola: la entrega de la ciudad al capital monopolista.
La clase obrera debe afirmar su convicción de que nada beneficioso para ella puede esperar de los tejemanejes que se urden por lo alto y que su suerte depende, no sólo de su organización y de su brega cotidiana, sino también, de su capacidad para desenmascarar a los apuntaladores del régimen de esclavitud prevaleciente.