Bogotá al borde de la emergencia sanitaria

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Por Francisco Cabrera[*]

El 24 de enero, el paso de agua del sistema Chingaza a la planta de tratamiento Wiesner quedó interrumpido por un enorme derrumbe en el túnel entre Ventana y Simaya. Después de engañosos anuncios tranquilizadores por parte del gerente de la Empresa de Acueducto, Alejandro Deeb, se terminó por reconocer que el tiempo requerido para la reparación de los daños hacía inevitable el racionamiento. Desde entonces Mockus y Deeb se han dedicado a una amenazante campaña “educativa”, cuyo objetivo es hacer aparecer a la ciudadanía como responsable del problema causado por el desgreño oficial. Veamos.

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Una historia de irresponsabilidades El sistema conformado por la laguna de Chingaza, el embalse de Chuza y un conjunto de túneles de conducción proporcionan 70% del agua que abastece a Bogotá y que es tratada en la planta Francisco Wiesner. La obra se inició en el gobierno de Misael Pastrana y se concluyó en 1984 después de varios años de retraso y en medio del acoso por resolver la creciente demanda de la ciudad. Su costo aproximado fue de US$400 millones, de los cuales US$160 millones provinieron de crédito con la banca internacional. Por la polémica desatada ante la emergencia hemos sabido que la tecnología usada, en la que los túneles carecen de revestimiento metálico, se escogió porque revestirlos significaba una inversión adicional de US$60 millones y prolongar las obras dos años más, tiempo que la ciudad no podía esperar. Así fue como por esta “lógica”, y por las “urgencias” típicas en la generalidad de las obras que las empresas de servicios realizaron a debe, llegamos a que el suministro de agua a la urbe más grande del país quedó dependiendo de un sistema altamente vulnerable, que exige mantenimientos periódicos en los túneles de conducción.

En enero de 1981, mientras se realizaban los trabajos a grandes profundidades, hubo una exploración de gas metano en la que murieron 10 obreros y 18 quedaron heridos. Al mes de haberse inaugurado Chingaza, se presentó el primer derrumbe. Bogotá fue sometida al racionamiento. El daño le costó a la ciudad US$20 millones. A finales de 1985 la EAAB contrató un nuevo empréstito de $220 millones para el “revestimiento del túnel”. Desde entonces se han producido desprendimientos en 1990,1992, 1993 y 1994. Tal inseguridad obligó a construir otro embalse, el de San Rafael, que costó US$85 millones y que hubieron de poner en funcionamiento a toda prisa, a dos meses de su inauguración, sin siquiera hacer a sus aguas los tratamientos biológicos de rigor.

El gerente de la Empresa ha dicho que el último mantenimiento en Chingaza se hizo en abril de 1995 y, pese a todas las advertencias de asociaciones de ingenieros y organismos de control, en 1996 los trabajos fueron aplazados supuestamente esperando poner en funcionamiento a San Rafael. Lo que resulta inexplicable es que según lo denunciado por Sintracueducto en El Espectador del 29 de enero, “desde el pasado mes de noviembre la Planta Wiesner comenzó a presentar altos índices de turbiedad en las aguas recibidas a través de los túneles provenientes del sistema Chingaza (tal como puede confirmarse en las bitácoras o archivos diarios de datos), lo que revela serios indicios de derrumbamiento en el interior de los túneles”, pese a lo cual, ¡no se tomó ningún tipo de medidas! Aquí queda retratada de cuerpo entero la irresponsabilidad del señor Deeb, agente del Banco Mundial y uno de los mimados de la administración Mockus.

Fuera de la posible debacle sanitaria a la que se vería abocada la capital ¿cuál es el costo de la negligencia y la imprevisión? Si el mantenimiento periódico que debió realizarse en los túneles costaba seiscientos millones de pesos conforme a lo manifestado por Deeb, hoy la emergencia está costando ya cerca de $3.000 millones, en virtud de la política de la empresa de entregar a contratistas todos los trabajos posibles, así estos puedan realizarse mejor contando con el personal técnico de la empresa y con su invaluable experiencia. De hecho, la firma italiana Obresca, a la que se le otorgó el contrato de reparación, ha tenido que recurrir al auxilio de los ingenieros, obreros y equipos de la Empresa de Acueducto

Mockus y Deeb, sofistas de oficio Mockus cree poder ocultar el fondo del problema con sus habituales payasadas y sus insoportables posturas “pedagógicas”, a las que en esta ocasión, confesando su ineptitud, agregó la ocurrencia de pedir que los ciudadanos se encomienden a San Rafael arcángel. La magnitud del problema es tal, que el editorial de El Espectador del 1 de febrero señaló: “Quedan, sin embargo, dudas sobre la responsabilidad del incidente presentado en Chingaza, si es verdad como se afirma que desde noviembre pasado se tenía evidencia de la amenaza de derrumbe del túnel”. Y El Tiempo editorializó así el 18 de febrero: “Si bien desde hace más de dos años era sabido que habría un desplome grave en Chingaza, la Alcaldía Mayor y la EAAB prefirieron esperar el desastre cruzadas de brazos”, y agrega, “ahora se oye la desesperada petición del señor alcalde a los bogotanos, para que ahorren agua por todos los medios posibles, con algo de reproches porque el ahorro no es lo suficiente, y la amenaza del racionamiento se esgrime como castigo, no a la imprevisión de las autoridades, sino a los malos ciudadanos que gastan más agua de la debida.”.

La personería ha iniciado una investigación, cuyas indagaciones preliminares establecieron negligencia por parte de la dirección de la Empresa, y encontraron la presencia de 88 fallas en el sistema. A ello el gerente respondió con cinismo: “Los colombianos en general no estamos acostumbrados a realizar mantenimientos y si se hacen es de vez en cuando. No somos precavidos”.

Ésta no es la primera vez que Mockus y Deeb tratan de tapar con campañas “pedagógicas” sus actos de irresponsabilidad. En mayo de 1996, el desbordamiento de la represa de la Regadera manejada por la EAAB, produjo la inundación del barrio San Benito dejando en la miseria a 1.200 familias. En aquella ocasión el dúo de marras trató de utilizar la desgracia para aleccionar sobre el respeto a las rondas de los ríos, y cuando quisieron regañar con su perorata a los damnificados, éstos, indignados, les respondieron pedagógicamente levantándolos a tomatazos.

Que no se equivoque el profesor Mockus. Que no crea que la mazamorra es caldo, como dicen nuestros campesinos de la costa Caribe. Una cosa fue el apagón que el pueblo se aguantó en circunstancias diferentes durante el gobierno de Gaviria, y otra muy distinta es un racionamiento de agua de impacto impredecible sobre la paciencia ciudadana a punto de colmarse.


[*] Publicado en Tribuna RojaNº 70, marzo 8 de 1997.

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